Si hacemos el juego de las 7 vírgenes y nos miramos durante sesenta segundos al espejo como en una cuenta atrás, nuestro reflejo nos contaría nuestro futuro.
Eso dice Alberto Rodríguez en su tercera película, una historia que nos cuenta muchas cosas sobre cómo tenemos que vivir la vida, pero sobre todo pone en evidencia que la madurez no es un milagro, sino una etapa donde se caen un montón de mitos.
A mí se me han caído tantos como pasos tiene la Semana Santa, que este año ha lucido un espléndido cielo azul que ha hecho que las hermandades saquen a sus vírgenes y sus cristos. Seguramente muchos han rezado para que no lloviera, ya se sabe que los pasos y el agua no se llevan bien porque los cirios no prenden si el cielo llora. Y a falta de agua hay mentes prodigiosas en Andalucía, sobre todo en el parlamento, donde entre la tierra de los rojos y los monos de los populares se nos va a quedar un zoo de lo más salvaje.
Y como nadie quiere levantar sospecha, a nuestro presidente, que desea que los andaluces nos levantemos y pidamos tierra, se le ha ocurrido hacernos el trabajo y ya la pide él por nosotros, por si nos diera pereza. Así, ha tenido la idea de poner un sembrado en Doñana donde los pobres podamos ir a sudar nuestro trabajo. Porque la idea de este arlequín es proteger a nuestras familias, ya se sabe que a los despreciados se nos ha dejado siempre el que nos consolemos los unos a los otros, esa ha sido la cualidad de una libertad siempre nebulosa, pero muy beatificada.
Así nos encontramos, mirando al cielo, unos por las vírgenes y otros por la lluvia, aunque todos miran arriba con la misma fe, la suya. Yo tengo un amigo al que le rezo y que me recomienda historias que a veces tengo la sospecha que son prolongaciones de lo que él y yo pensamos, pero nunca nos decimos. La última que me recomendó fue El Agua, una película dirigida por Elena López Riera que muestra muy bien la realidad de su pueblo y el mío, donde la vida más que una liberación es casi siempre una carga.
En esa película descubrí que en Orihuela a las riadas le ponen nombres de Santos y Santas: San Nicomedes, Santa Teresa, Santa Lucía, San Julián. Me pareció una idea poética la de dar nombre a las desgracias. Es como si aquí, en Andalucía, dentro de sesenta segundos, cuando acabemos la cuenta atrás de las 7 vírgenes, pudiéramos ver nuestro futuro y nos dijera que a Dios se le puede rezar, pero nunca podrá presentarse a las elecciones.