Los desdichados

Me imaginaba a Bruce Springsteen escribiendo Candy’s Boy mientras viajaba en furgoneta a su próximo concierto, atravesando Estados Unidos como cuando yo cruzaba media España para cumplir mis sueños literarios, él cruzando el Mississippi, yo cruzando por las aventuras del Hidalgo de la Triste Figura.

 En esa canción Bruce escribe sobre una chica y en mitad de la letra dice: “We loved each other till their was nothing left”, que significa algo así como, nos amamos hasta que no quedó nada.
 
 Bruce cuenta cómo era esa chica y lo afortunado que fue por entrar un día en su habitación, porque esa chica lo acompañara los fines de semana a un motel barato donde el sol siempre se quedaba pegado a las paredes como en las fotografías. Pero para llegar a la habitación de Candy, había que caminar por la oscuridad. 
 
 Ser cursi, un tanto gilipollas y otro tanto buena persona, dice mucho de cómo queremos recordar y vivir nuestra vida, al menos a mí me lo parece. Es un cóctel que hace daño como el Whisky en ayunas, pero afrontar la melancolía como lo que es, una enfermedad, es empezar a salvarse. Hay que escribir y leer historias para curar las heridas, esas que tienen que doler un poco para que uno se dé cuenta de que todavía sangra, que todavía respira. “Me siguen emocionando según qué cosas, pero creo que eso le da más sentido a la vida. Si perdemos la sensibilidad, lo perdemos todo”, me decía un amigo cuando hablábamos de sensibilidades, de cómo uno se entrega a la cursilería sin sentir ninguna responsabilidad por ello, más que la de sentirse un poco más vivo. 
 
 Luego hubo un cambio de guion, mi amigo pasó de hablar de lo cursi a lo sensible y de lo sensible a lo insensible. De cómo hemos aprendido a quitarnos el corazón cuando vemos explotar un hospital en Gaza con niños, mujeres y ancianos dentro, cuando vemos a esa gente cruzando el mar en busca de otra oportunidad, o cuando ni siquiera sabemos contar con los dedos las guerras de este mundo porque nos pillan demasiado lejos y con la sopa a medio terminar.
 
 Ahora hace frío en la calle y cuando se vaya seguirá habiendo gente que tenga que sobrevivir como en la Sociedad de la Nieve, pero sin nadie esperando al otro lado de los Andes, aunque con los pies fríos y la sensibilidad casi rota. El triunfo de los que llegan, de los que sobreviven, de los que no podrán parar de huir en toda su vida, no está en la meta, sino en ser capaces de caminar por la oscuridad para llegar a la habitación de Candy, donde nos amamos hasta que no quedó nada.