Calcetines

Solo he odiado a mi perro una vez, y fue durante los últimos días de 2023 y los primeros de 2024.

 Lo odié con fuerza hasta el punto que sospecho que se dio cuenta y ambos entramos en una disputa silenciosa: yo no le acariciaba y él no me escondía los calcetines para chuparlos. Uno de esos días me vi obligado a darle un paseo, no por placer, ya que seguíamos sin hablarnos, fue porque en mi casa todo el mundo andaba haciendo algo menos yo. 
 
 Al principio fue bien. Cuando le dije, “vamos”, él se lo tomó como un demócrata cuando le dicen que la guerra ha terminado, que ya ‘sólo’ hay que recoger los cadáveres. Se puso loco: saltó, dio muchas vueltas seguidas sobre sí mismo, fue a por la pelota, se subió al sofá, se bajó, saltó al sillón sin apoyarse en el reposabrazos, bajo del sillón, fue a por la cuerda, la soltó y empezó a dar vueltas otra vez sobre sí. Pero había que recoger los cadáveres, por eso él seguía enfadado conmigo. 
 
 Cuando salimos a la calle apenas anduve veinte metros, miré hacia atrás y él seguía sentado al lado de la puerta. Lo llamé y vino arrastrando penas y consecuencias, y cuando llegó a mi lado se sentó, se animó un poco y empezó a andar delante de mí. Miraba hacia atrás de reojo para ver si yo lo observaba y fue entonces cuando empezó a cojear, aunque lo estaba fingiendo. Esa es su forma de decirle al mundo que está harto de todo, no te gruñe ni te ladra, pero pone cara de que te vayas a la mierda y cojea. Decidimos volver a casa y digo decidimos porque los dos fuimos culpables de un final temprano. Cuando abrí la puerta, se fue a su sitio.
 
 Me enfadé con él porque ocurrió algo en mi vida que me hizo sentir tan mal que pocas veces uno tiene tantos argumentos para estar tan muerto-vivo, esos momentos en los que por ir con todo vuelves sin nada y encima levantando sospecha. Mi perro fue el primero que me juzgó y me retiró el saludo, y eso que no le conté ni mú. No venía conmigo al sillón a pesar de su pasión por la mesa camilla, y si lo obligaba arrastrando su cuerpo contra el mío, al poco se marchaba como quien huye de Jeffrey Dahmer cuando te invita a ver una película.
 
 Han pasado ya algunos días desde que dejamos de hablarnos, de mirarnos, de juzgarnos. Pero hoy, al despertarme, me di cuenta que tenía mis calcetines en su sitio, los cadáveres de mis sudores más fríos antes de haber vuelto a dormir bien y de seguido. Puede que no valga la pena pedir perdón, aunque hacerlo es el primer paso para que tu perro vuelva a querer chupar tus calcetines.