Antes de nada, hay que ser presidente de un país de los denominados del primer mundo, luego hay que tomar un vuelo en dirección a Tierra Santa.
Una vez allí, hay que preparar un buen discurso, es decir, llamar a la paz, reunirse con la autoridad palestina y sonreír, con Israel y sonreír, con los países del entorno y sonreír. También hay que visitar alguna zona donde antes jugaban los niños y ahora cantan los cuervos, poner cara de circunstancia.
Pedro Sánchez hizo justo eso durante su visita a Tierra Prometida, y lo hizo porque es el ABC de los líderes mundiales, más aún cuando la noche nunca llega a Gaza y los silbidos de las bombas enmudecen a los grillos y a las chicharras. Lo distópico de esta visita es que Sánchez le dijo a un ultranacionalista como es Benjamín Netanyahu, que no podía ir por ahí matando civiles, y se lo dijo a la cara. Eso sí, Sánchez utilizó un tono al que solo le faltó una melodía de piano de fondo para que el primer ministro israelí soltara una lagrimita y preguntara a Sánchez cómo acaba la película.
Pero el piano nunca sonó, de fondo tal vez se escuchaba una explosión, pero en la tele, porque este tipo de encuentros nunca se hacen con la guerra en primer plano. Netanyahu hizo lo que hace cualquier nacionalista, decir que el otro nacionalismo quiere acabar con el suyo, de ahí el derecho a la guerra, otorgado, para hacerlo todo polvo y sangre. Además, Netanyahu lo hace con la autoridad moral que le da el Antiguo Testamento, donde Dios promete esa tierra a los judíos. Porque para ellos, “todo lugar que pise la planta de vuestro pie será vuestro: desde el desierto hasta el Líbano, desde el río Éufrates hasta el mar occidental”.
Y para calcular la desproporción de fuerza que cae hoy sobre el pueblo palestino, qué mejor que recurrir a Dios para entender que la razón de los líderes israelíes no entiende de derechos internacionales, solo se somete a la palabra de los libros sagrados, igual que Hamás. Y uno coge la palabra de Dios y hace exactamente lo mismo que un juez con la ley, interpretarla a su manera.
Entre tanto, la visita de Pedro Sánchez -humanista fanático de las causas entregadas- ha coincidido con una tregua entre Hamás -los otros ultranacionalistas- e Israel. Pero ¿qué ocurriría en la región si esa tregua diera lugar a la paz? Probablemente, más guerra, aunque con otro orden, porque esta situación ya la hemos vivido, eso sí, nosotros no estábamos aquí.
Tolstoi y Cicerón escribieron de la Revolución Rusa, de la República y ambos coincidían en que “es mil veces preferible sufrir con una convicción que asesinar por ella”. La alegría negra es que la mayoría de palestinos e israelíes ven la guerra con la convicción de que los puñales solo traen más venganza. Aunque en los diarios todo sea Hamás y Netanyahu. Como si el sentir de dos pueblos se redujera a las balas que quedan enterradas como minas entre el polvo y la sangre, esas balas disparadas en reclamo de una libertad que siempre acaba ejerciendo la venganza.