Una de cada mil personas en España es transexual según la Asociación de Familias de Menores Transexuales, una cifra que empezó a ser más conocida como otras muchas, cuando ocurre una desgracia.
Y esta ocurrió en 2018, cuando Ekai, un transexual de apenas 16 años, decidió suicidarse para terminar de una vez por todas con la agonía que vivía. Su padre, tras ese fatídico día escribió una publicación en Facebook en la que se despedía de él, aquella entrada la leyó Estíbaliz Urrusola, fue entonces cuando la directora vasca empezó a trabajar la película "20.000 especies de abejas (2023)".
Yo la vi el otro día, sin conocer nada, sin tráiler ni spoiler y sin haber leído ninguna crítica, que según Sorela es la mejor forma de que no nos tomen el pelo antes de tiempo. Me pareció maravillosa, tanto que durante algunas escenas de la película dejé de tener una postura relajada en el sofá, como si estuviera viendo el final de un partido donde mi equipo va perdiendo y tiene que remontar.
Este drama te coge por el cuello y no te suelta hasta el final, y es que, ante situaciones poco contadas, como la de una familia con un menor trans, el espectador siente que tiene algo de culpa, porque inevitablemente tiene algo de sociedad. Una sociedad que no ha mirado con decidida atención a ese colectivo maltratado, humillado y vejado.
La película trata sobre un niño que se llama Aitor, pero que quiere ser Lucía y no comprende por qué ha nacido con el cuerpo equivocado, no quiere ser un chico, ni vestir como ellos y durante el verano experimenta situaciones que le hacen sentir vergüenza de lo que es. Entre tanto, su madre trabaja modelando esculturas en el taller que hay en el garaje de su casa. Pero ella, a pesar de que empieza a intuir que Aitor quiere ser chica, no puede esculpir el cuerpo de su hija otra vez, no puede modelar el género de Aitor para que sea Lucía con todas las consecuencias.
La película se une a una corriente algo novedosa en donde el cine empieza a tomar conciencia de que los transexuales son una parte de la sociedad que no siempre ha encontrado protagonismo en la gran pantalla. Ahora, sí. Sin embargo, aún falta mucho para que la sociedad capte la importancia, no por capricho, de quienes nacen diferentes. Ekai, ese joven de 16 años cansado de vivir, no tuvo ante sí una sociedad a la altura y la pena es que no será el último, porque a pesar de que en ocasiones pretendamos esculpir, modelar o tallar el futuro de nuestros hijos, convendría quizás empezar por destruir los patrones que nos hicieron vivir con vergüenza.