Es fácil que todos los andaluces hayan querido sentirse un poco gitanos alguna vez, aunque sea en una verbena cuando suenan Los Chunguitos.
Y aunque las palmas fueran innecesarias, uno las saca de los bolsillos y no encuentra forma de golpearlas a compás. Hasta puede darse el caso que uno en un alarde de extrema andalusí haya preferido obviar que lo hacía mal y seguir un ritmo, el suyo, y el de nadie más. Es algo que pasa mucho, diría que es una costumbre, a la altura de la mierda de caballo en las ferias y romerías.
A Lorca le preguntaron una vez si era gitano. Pero Lorca dijo que no, que él era andaluz, “que no es igual, aun cuando todos los andaluces seamos algo gitanos. Mi gitanismo es un tema literario. Nada más”.
Escribo todo esto solo para contar que el otro día fui a ver a La Plazuela, un grupo de Graná que dicen algunos que bebe del quinquillismo, aunque yo creo que solo utilizan la parte más mejorada del Jaro y el Torete, y los cuchillos, como decía Lorca, solo pa’la guitarra. La Plazuela tampoco es flamenco, ni flamenquito, ni funkisito, ni flamentrónica, es otra cosa, con mucho gusto y muy bien hecha que sería mejor empezar a etiquetar un poco más pa’lante, cuando haya grupos como ellos, pero con más palmas innecesarias.
Una de las cosas que me llamó la atención mientras antes de ver a La Plazuela fue el comentario de una niña que le preguntaba a su amiga que si eran gitanos. La amiga le dijo que sí, que eran todos gitanos menos el rubio, igual por eso era rubio, como si no existieran gitanos rubios. A mí el que me gusta es el otro, decía una, el que le da un aire al Camarón así con el pelo como él. Pues a mí me gusta más el payo, le decía la otra, mientras las dos sonreían.
Esa es la raíz, lo moro, lo judío y lo cristiano; lo gitano, lo flamenco y el payo, los lunares y las rayas, la mimbre, el agua y el descampao, la calor y el catite y algo monumental. Una calle muy estrecha, un suelo empedrao, una cruz en una iglesia que se cae; y algo que te encuentras: un sarsillo pisao, un rosal medio seco, un cardo. El oro, hasta cuando uno no tiene, aunque sea del moro, pero oro. Y esa falta de complejo que bebe de otras fuentes, de la de Lorca y Morente.
Y entre payos y gitanos, en un pueblo de Graná llamado Zafarraya, no sé por qué me acordé de Lorca al ver a La Plazuela, tal vez por las alamedas que flotan, por el más torero y más gitano, o por su capote huele a vino y su estoque a oro oxidao. En esta Graná donde las niñas y los niños siguen derramando esa esencia tan lorquiana, por cultura o por arraigo, o por simple intuición, sigue latiendo Lorca, aunque las cosas lo estén mirando y él no pueda mirarlas.