Poemas de amor ...o casi

Pudiera ser que tú y yo, / en este instante breve y luminoso, / seamos más que carne y deseo, / más que historia o casualidad.

Pudiera ser

Pudiera ser que tú y yo,
en este instante breve y luminoso,
seamos más que carne y deseo,
más que historia o casualidad.
Pudiera ser que tu mirar
no tenga edad,
ni tus labios, eco de lo finito,
y que al rozarnos
nos volvamos eternos
en un mundo que no sabe durar.

Pudiera ser que amarte
sea orar sin palabras,
que besarte sea tocar
la forma invisible de Dios,
y que en tu abrazo
todo lo que duele
se vuelva luz.

Pudiera ser —y eso baste—
que si el amor existe así,
no haga falta
probar a Dios
con otra prueba.

Quizás la eternidad
no esté allá lejos,
sino aquí:
en este sofá gastado,
en tu risa contra mi cuello,
en cómo discutimos
sobre quién apaga la luz.

Pudiera ser que no haya milagros
más grandes
que mirarte
y pensar:
esto es.
Esto basta.

Tal vez amar
sea nuestra única certeza,
el único modo
en que lo finito roza lo sagrado.

Y si esto es todo lo que tenemos:
tu voz al caer la noche,
el calor compartido,
el miedo y la belleza
de sabernos fugaces…

Entonces basta.
Entonces no pido más.

I
¿Qué es amar?, preguntas.
Es ver tu risa al alba
y saber que el mundo entero
cabe en la yema de tus dedos.

Tal vez Dios se esconde en un suspiro,
en tu nombre pronunciado
cuando nadie escucha.
Si esto no es amor,
¿qué es, entonces, lo eterno?

Me hablas de cielos,
pero yo elijo la tierra
donde tus brazos
no exijan miedo
ni altar.

Busqué el amor en los libros,
en los laberintos, en los espejos.
Pero fue tu mano,
al alcanzarme el pan,
lo que me dio certeza.

Si hay un dios,
habita en esto que se acaba
y no queremos que termine:
esta cama,
esta noche,
este amor.

Amar —quizás—
es el único verbo que Dios conjuga
cuando respira en lo simple:
un gesto tuyo,
leve,
y todo el mundo se vuelve música.

Para otro momento

Te iba a decir todo,
pero tus ojos ya estaban en otra parte.
Así que guardé mis palabras
en el hueco tibio de mi pecho.

II
Quise tocar tu mano,
pero mi duda fue más rápida.
Y el gesto se quedó en el intento,
como tantas veces.

III
No fue miedo,
fue amor,
del que espera sin hacer ruido.
Del que sabe que forzar un abrazo
es romperlo.

IV
Lo que siento —
eso que me llena cuando te pienso
y me vacía cuando te vas —
sigue aquí.

V
Pero será
para otro momento.
Uno en que tus pasos no huyan,
en que mis palabras no tiemblen,
y el amor no tenga que esperar.

Cuando la alegría se parece a ti

Cuando la alegría se parece a ti,
me asusto.
No sé qué hacer con tanta luz
sin romperla.

Tu risa me hiere:
es un cuchillo de dulzura
que abre puertas
a cuartos que prefería cerrados.

Y sin embargo,
cuando la alegría se parece a ti,
quiero quedarme,
aunque me duela.

La alegría —cuando se parece a ti—
camina descalza,
cruza mi alma sin hacer ruido
y me deja los sentidos llenos
de un aroma que no sé nombrar.

Es como si el viento dijera tu nombre
en voz baja,
y el tiempo —sumiso—
me prestara sus alas
para encontrarte.

Versos breves (ámame como respiras)

I
Tus dedos rocé despacio,
sin romperte, sin herir.
Qué frágil era el espacio
que quedaba por decir.

II
Una vez casi te amé,
pero el tiempo no era cierto.
Una vez, casi lloré…
Pero llorar… para el viento.

III
Tu nombre duerme en mi boca
como un verso sin final.
Si lo digo, se desboca;
si lo callo, duele igual.

IV
Cuando apoyas la cabeza
sobre mi pecho, tan leve,
tiembla el mundo, y no interesa
si amanece o si llueve…
el amor todo lo mueve.

V
No prometas lo que harás:
ámame como respiras.
El amor que es de verdad
vive en gestos..., no en mentiras..

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