Amar es viento que toca sin voz, / una caricia muda, un sol sin sol.
Si de amor me hablas
I
Si de amor me hablas,
hazlo sin alzar la voz,
como quien riega una flor
sin certeza del mañana,
pero con la esperanza callada
de que despierte.
Háblame con la ternura
que enciende una luz al pasar,
no por rutina,
sino por la urgencia sutil
de cuidar lo frágil.
Ámame así:
como la vida que crece
sin hacer ruido,
como el río que dibuja el mundo
sin pedir permiso.
Como el pan que se parte y se ofrece,
como la brisa que acaricia sin llamar,
como un abrazo que no exige promesas,
pero permanece
cuando el mundo se olvida de nosotros.
No prometas eternidades,
dime que estás ahora,
y si te quedas,
sé como raíz callada:
firme,
sin urgencia,
pero inquebrantable.
Porque amar, amor,
no es un incendio que consume y desaparece,
es el sol que regresa cada día,
es el agua que insiste en fluir
aunque cambie su cauce,
es el alma que decide,
en silencio,
volver a entregarse.
Si de amor me hablas,
hazlo con gestos sencillos,
no con promesas huecas,
sino con la forma en que me miras
cuando mis palabras faltan.
Háblame con lo cotidiano:
el café compartido,
la manta extendida en invierno,
la mano que se busca sin pensarlo.
Que tu amor no sea discurso,
sino el acto callado que enciende
una lámpara al caer la noche,
que acompaña sin hacer ruido
y entiende sin necesidad de palabras.
II
Ámame como el agua:
sin molde,
pero insistente.
Como el tiempo que no avisa,
pero siempre está.
Que el amor sea eso:
un gesto cotidiano,
un latido discreto,
una presencia humana,
como la vida misma
cuando, sin decir nada,
te abraza.
Ámame así,
como quien encuentra una palabra
y la guarda entre los labios,
por miedo a romperla.
Ámame como el milagro
que no necesita aplausos.
Ámame como el aire:
sin darte cuenta,
pero siempre presente.
Y si me hablas de amor,
hazlo con la hondura
de quien ya lo ha dicho todo
con un solo gesto.
III
Si de amor me hablas,
que sea con la voz temblando,
como hoja que el viento
acaricia sin tocarla.
Dime del fuego quieto
que nunca se apaga,
de una mirada que abriga
más que el roce de mil cuerpos.
Que sea amor del alma,
no del instante breve,
de esos que no se extinguen
cuando el deseo duerme.
Un amor que duele suave,
que sana sin hablar,
y habita el silencio
cuando las palabras se van.
Dímelo con un suspiro,
sin palabras,
que yo sabré entender
el idioma de tu pecho.
Si de amor me hablas,
que sea sin medida,
sin miedo, sin regreso,
como quien ama…
porque ya no sabe no hacerlo.
No siempre es un beso
No siempre es un beso,
se asoma callado,
con paso travieso,
lento, inesperado;
a veces es eso:
una risa al azar,
una mirada que espera,
la taza servida
sin que se pidiera,
una pausa en la prisa,
un “aquí estoy contigo”.
Un “buenos días”
que llega sincero,
un “cuídate mucho”
que pesa un te quiero.
A veces se disfraza
de un silencio suave,
que no pide palabras,
que se guarda y no cabe.
Es mirar sin prisa,
quedarse sin motivo,
sentir que el otro habita
el mismo suspiro.
Es no llenar huecos,
sino hacerlos abrigo,
es andar sin promesas,
pero elegir el mismo camino.
Porque el amor,
cuando nace de verdad,
no hace alarde.
Se posa como brisa,
se enreda como hilo,
y sin darnos cuenta,
ya vive contigo.
Silencio sin peso,
presencia sin prisa,
abrigo en invierno,
refugio en la brisa.
No trae promesas,
ni flores ni estruendo;
apenas se queda,
y ya está en el recuerdo.
Se cuela en lo simple,
se enreda sin juicio,
y un día cualquiera,
sin voz ni capricho,
descubres que habita
muy dentro del pecho.
El amor no comienza
con fuegos ni estruendo,
sino con lo humilde
de un gesto escondido.
Enséñame con tus labios el sabor de los besos
Enséñame con tus labios el sabor de los besos,
bajo el limonero,
sobre la tibia sombra de tu piel,
soplando el aire con tus dedos,
acariciando...
mis pensamientos que vuelan lentos,
como hojas que bailan al atardecer,
y tu voz —brisa cargada de secretos—
despierta en mí el deseo de renacer.
Cada suspiro tuyo escribe un verso,
cada mirada es un amanecer,
y en el murmullo cálido del universo,
te nombro sin querer.
Que este instante se vuelva eterno,
que el tiempo se disuelva en tu aliento,
y en la dulzura de un último beso,
guarde el alma nuestro secreto.
Pensarte no me cansa
Te pienso con el alma recogida
como quien acuna un nombre.
Pensarte no me cansa,
pues tal pensamiento es al alma
lo que el aliento al cuerpo:
necesario, invisible, vital.
Y si hay besos mudos,
es porque el alma besa
cuando la lengua calla.
Te pienso como piensa el mar a la luna:
sin esfuerzo,
pero cada noche.
No te digo que te amo...
te respiro.
Y no hay palabra más honda que ese acto de vivirte.
Los besos callados
duermen entre los pliegues del alma,
pero se clavan en el silencio
como puñales dulces.
Citas
Amar es viento que toca sin voz,
una caricia muda, un sol sin sol.
No es el beso lo que el alma llama,
sino el fuego oculto tras la mirada.
Tus dedos soplan sobre mí como el viento sobre el fuego.
Hay pieles que no se tocan, se habitan.
Tu sombra fue más intensa que muchas luces.
Mi deseo tiene tu forma, tu voz y tu perfume.
Hay besos que se quedan viviendo en el silencio.
Algunas ausencias duelen más que la soledad.
Tus labios no besan, escriben versos en mi piel.
Amarte es como dormir bajo la luna: sin prisa, sin miedo, sin abrigo.
Te pienso como se respira: sin esfuerzo, pero vital.