Dedicado a mi esposa y compañera Eladia.
Y la tarde quedó herida en su eco
Quise darle mis sueños, mi alma escondida,
un cielo de luces que nunca se apagan,
y un mar de calma, de olas rendidas.
Ella, relámpago de fuego; yo, sombra callada.
Mi amor, un susurro que se pierde en el viento,
su voz, faro que abrazaba mi alma herida.
En un campo desnudo de certezas,
donde el amor florece entre temores,
le ofrecí la tierra humilde y un sendero,
el sol que besa al rostro del viajero.
Vivir de amor, desnudos y sinceros,
bajo este cielo inmenso y verdadero,
donde la hondura de mis sueños y tristezas
se anclan en un cielo puro de promesas,
que al alba se funden en nuestra piel,
enamorados, eternos, infinitos.
La miré, y en su pecho de amapolas
un río rojo de pasión fluía,
un susurro libre que el viento sostenía.
Y la tarde quedó herida,
con un eco de amor que nunca olvida.
Le dije "Te amo" con la voz temblando,
y ella, en su sonrisa eterna,
se dio vuelta, me miró y dijo:
"Yo también."
Jesús Pérez Peregrina, Jayena.