Las pasadas fiestas me hicieron reflexionar sobre algo que sí que creo que nos inquieta y desasosiega: es la soledad.
Fue allá por mayo del pasado año. Dedicaba yo unos poemas a la luz del atardecer: al del día y al de la vida (acceder desde aquí). Ambos nos transmiten serenidad, a pesar de la certeza de que, tanto al uno como al otro, sigue la oscuridad de la noche.
Las pasadas fiestas, sin embargo, me hicieron reflexionar sobre algo que sí que creo que nos inquieta y desasosiega: es la soledad. Y no me refiero, lógicamente, a esa que a veces buscamos y necesitamos para encontrarnos con nosotros mismos. Me refiero a la soledad no deseada, a la soledad del abandono, la que podemos sufrir cuando nuestra existencia puede llegar a ser un estorbo o la que podemos sufrir inmersos entre la multitud.
Soledad
Preso en el torreón del desengaño
me asomo al ventanal de la tristeza.
Muertos vivientes transitan las calles,
con prisa, indiferentes a mi pena.
Una marea humana que me engulle.
Ruidos que me atolondran y ensordecen.
Las luces de neón hieren mis ojos
mientras pretendo huir inútilmente.
Y en este mar de gentes yo estoy solo,
corriendo con la turba, sin destino.
Y solo está quien camina a mi lado:
tal vez mi hermano, mi padre, mi amigo.
Santa Cruz, enero 2024
Luis Hinojosa D.