Suerte te dé Dios

Octubre de 1971: con un pelado de quinto recién licenciado, me incorporo por fin al que ha de ser mi trabajo durante muchos años: la escuela.

 Hacía dieciséis meses que habían terminado aquellas oposiciones en las que había obtenido una plaza como maestro nacional, oposiciones de 1970. El día dieciocho de septiembre de ese año debería incorporarme a mi primer destino, que se nos asignaría el día anterior. Pero, ironías de la vida, ese mismo día me incorporaba al servicio militar que me exigiría dedicación exclusiva durante trece largos meses.

 Pero todo pasa; y también la mili. Y heme aquí, con toda la ilusión del mundo y con la inocencia laboral del principiante, en mi primer destino en propiedad: escuela de El Robledal, Alhama de Granada. Un año allí, otro en las antiguas escuelas del Paseo y… el Callejón, Colegio Conde de Tendilla.

 Cuando, a punto de jubilarme en 2007, actualizaba mi hoja se servicios, eran casi treinta y ocho años los que había dedicado a la docencia. Nunca me arrepentí del camino elegido. Y siempre celebré, y celebro, la suerte que tuve al obtener aquel destino. Cuando, al volver la vista atrás, yo reflexionaba sobre mis sesenta años vividos y repasaba lo que había sido mi vida en el aspecto personal, familiar y laboral, tenía que reconocer que, utilizando un lenguaje al que estaba muy acostumbrado, yo era un auténtico “enchufaíllo” de Dios. Así se lo dije a quienes me acompañaron en mi despedida y así lo sigo pensando.

...han sido muchos los niños, hoy hombres y mujeres, en cuya formación he tenido el placer y el honor de poner mi granito de arena

 A lo largo de tantos años han sido muchos los niños, hoy hombres y mujeres, en cuya formación he tenido el placer y el honor de poner mi granito de arena. Cercanos unos, otros lejanos, mantengo contacto con bastantes de ellos. Y, aunque la proximidad y el trato directo son mucho más gratificantes, los modernos medios de comunicación facilitan en gran medida la relación a distancia.

 Cuánto me alegra ver hoy a aquellos niños de antaño felices con la familia que un día formaron, disfrutando de sus hijos, de sus nietos (bastantes de ellos ya son abuelos) y de una situación laboral y económica que pudieron alcanzar gracias a su formación, a su esfuerzo y a ese empujoncito que la suerte les dio. Pero no todo el monte es orégano. Por desgracia, también los hay que equivocaron su camino, que de la vida recibieron más golpes que alegrías, que la suerte, simplemente, les fue esquiva.

...“pero suerte te dé Dios, que el saber de na te sirve”

 Lo he comentado en ocasiones con compañeros de profesión. Y antiguos alumnos lo corroboran: ni el éxito tiene siempre detrás un brillante expediente académico ni el fracaso es exclusivo de malos estudiantes. Y esto me hace recordar aquella máxima que mi abuela Encarnación le repetía con frecuencia a mi madre. Y es que, en aquellos años veinte del pasado siglo, asistir con asiduidad a la escuela desde los seis a los doce años era un privilegio que pocos niños podían disfrutar. Y mi madre lo tuvo. Y contaba que la abuela siempre la animaba a seguir aprendiendo con la conocida cantinela: “aprende, hija, que el saber no ocupa lugar”. Y añadía: “pero suerte te dé Dios, que el saber de na te sirve”.



 Querida abuela, si hago el pequeño esfuerzo de trasladarme a esos años en que viviste, al ambiente rural de un pequeño pueblo andaluz en el que se desarrolló tu vida, dentro de una humilde familia de campesinos, tengo que decirte que tienes toda la razón. Podría hablarte de la importancia y la necesidad de una buena formación sin que, necesariamente, esto se traduzca en riquezas materiales. Podría hablarte de la necesidad de la cultura para crecer como personas. Podría hablarte…. Pero no caeré en la equivocación que siempre he querido evitar en mí y en mis alumnos de juzgar los hechos históricos sin meterme en la piel de sus protagonistas. Y, si acaso me atreviese a ello, seguramente me callarías diciendo: “a ver, ¿qué le sirvió más a tu madre, lo mucho que aprendió en la escuela o la costura que yo le enseñé?

Santa Cruz, abril 2022
Luis Hinojosa D.