Ignacio y Fernando eran dos hermanos que cursaban la EGB en un colegio de barrio obrero de Barcelona durante los años 70. Al principio el horario era de 9 a 12 y de 3 a 6. Seis horas lectivas al día hasta que, casi al final de la década, se redujo una hora, terminando a las 5.
La directora del colegio cuando todavía se salía a las 6, decidió, no se sabe si por propia iniciativa o aconchabada con alguien de instancias superiores, cobrar una cuota, por supuesto ilegal, a los padres de los alumnos, amenazando con que se obligaría a salir a las 5 a los niños cuyos padres no pagaran, cubriéndolos de ignominia y oprobio.
Un día Don Jaime, profesor de Fernando, el mayor de los hermanos llamó al muchacho a su mesa y le dijo:
- Dile a tu padre (por la época las mujeres tenían menos derechos que los hombres y las madres no eren tenidas en cuenta en lo referente a la educación de sus hijos) que lleva tres meses sin pagar la cuota y que, si no viene a pagarla, tú y tu hermano tendréis que salir a las cinco.
Fernando, sin saber muy bien si eso era así o no, respondió, simplemente:
Un día Don Jaime, profesor de Fernando, el mayor de los hermanos llamó al muchacho a su mesa y le dijo:
- Dile a tu padre (por la época las mujeres tenían menos derechos que los hombres y las madres no eren tenidas en cuenta en lo referente a la educación de sus hijos) que lleva tres meses sin pagar la cuota y que, si no viene a pagarla, tú y tu hermano tendréis que salir a las cinco.
Fernando, sin saber muy bien si eso era así o no, respondió, simplemente:
- De acuerdo.
Cuando llegó a su casa y se lo contó a sus padres, Manuel, su padre, dijo tan sólo:
- Mañana iré a hablar con el profesor.
Manuel, a pesar de que había podido ir a la escuela apenas dos años, era persona que procuraba estar al tanto de sus derechos; sabía que esa tasa, o cuota, o como lo quisieran llamar era ilegal, así que opinaba que pagarla era algo voluntario y no entraba en su ánimo hacerlo, además llevaba unas semanas parado y aunque fuera querido, no podía.
De manera que, al día siguiente, a media mañana, se dirigió al colegio e informado por el conserje de cual era el aula de Don Jaime, fue a hablar con él:
- Buenos días, me ha dicho Fernando que si no pago la cuota le obligarán a salir a él y a su hermano a las cinco.
- Así es, esas son las normas, si quiere, hable con la directora y ella se lo explicará mejor- creyendo que Manuel se conformaría y no hablaría con nadie más.
No conocía a Manuel. Este se dirigió al despacho de la directora:
- Buenos días, soy Manuel Rosales, padre de dos alumnos, un profesor dice no se qué sobre una cuota.
- Sí, este curso ha salido una normativa nueva y tenemos que cobrarla. Hay que pagarla mensualmente de septiembre a junio.
- Manuel sabe que le está engañando, pero tampoco quiere decírselo. Opta por una vía más conciliadora:
- Verá usted, estoy en el desempleo y no puedo pagar.
- Pues tendrá que hacerlo si quiere que sus hijos salgan a las seis- le responde la directora con ese tono desabrido y despótico tan del gusto de algunos funcionarios del antiguo régimen.
Manuel solía callarse más de lo que hubiera sido de su gusto, como la mayoría de la gente por la época, pero tampoco permitía que lo pisotearan:
- Le he explicado que no puedo pagar, pero ya se aguardará usted de echar a mis hijos una hora antes- dice con tono tranquilo, pero firme.
La directora se pone hecha una furia:
- ¿Me está usted amenazando? No se lo voy a consentir.
En ese momento entra en el despacho el secretario del colegio, hombre afable y conciliador, siempre dispuesto a ayudar a quien pudiera, que desde el suyo, había escuchado la conversación:
- Doña Carmen, yo se lo explico con más detalle- mientras invita a Manuel a salir:
- Pase un momento a mi despacho.
Una vez allí continuo:
- No voy a entrar en detalles- en abierta contradicción con lo que acaba de decir- pero puede irse usted muy tranquilo, que yo le garantizo que sus hijos van a seguir estando en el colegio hasta las seis, como debe ser.ç
- Muchísimas gracias- responde Manuel, ya más tranquilo con las palabras del secretario y con el tono sereno y afable que este ha empleado.
- No tiene que dármelas.
La actitud de los profesores respecto al “invento” no fue la misma en todos los casos. Don Daniel, que también daba clase a Fernando vio una tarde guardar sus cosas en la cartera a otro alumno a las cinco:
- ¿Qué haces, Alberto?
- Me tengo que ir ya, que mis padres no pueden pagar.
- Siéntate y sigue hasta las seis con tus compañeros.
Lo que ponía de manifiesto que era una arbitrariedad de quienes usaban el miedo y la prevención de mucha gente a protestar para lucrarse. El caso es que, por unos motivos u otros, Fernando, Ignacio y sus compañeros siguieron saliendo a las seis.