Escuela del Robledal



Voló mi mente a tiempos ya remotos. Y a tiempos ya remotos quiso volar también mi corazón.

Escuela del Robledal

Viejo,
como su viejo almendro centenario
y su viejo portón.
Viejo,
con su tejado hundido,
con sus cristales rotos,
con su patio empedrado,
sin rendirse a los años y al olvido,
se yergue el caserón.

Voló mi mente a tiempos ya remotos.
Y a tiempos ya remotos
quiso volar también mi corazón.
Y vi por las veredas
llegar aquellos niños,
con su mirada ingenua,
con su carita helada,
con sus poquitos libros
y su inmensa ilusión.

Y llegaban alegres,
después de recorrer largos caminos,
de atravesar arroyos,
de caminar por sendas embarradas.
Sus ansias de aprender siempre vencían
al viento de la sierra,
a las frecuentes nieves
y a la fría mañana.

Allí, bajo las vigas desconchadas
de aquella pobre escuela
que un día compartimos,
os volví a recordar:
a Álvaro y a Ana,
a Nicolás y a Reme,
a Manola y Pilar…
A Antonio y a Miguel,
que tanto madrugaron
para emprender camino
hacia la eternidad.

No sabría hacer justo balance
del tiempo que os di.
No sé si lo hice bien o lo hice mal.
Pero sé que vosotros,
aun sin pretenderlo,
me enseñasteis valores
que nunca he de olvidar.

A los que aquí quedáis,
a los que ya se fueron,
a los que veo a menudo,
a los que nunca veo…
gracias, amigos, gracias
por tanto cuanto os debo.

Santa Cruz, noviembre 2019
Luis Hinojosa D.
Fotografía de Mariló V. Oyonarte