El extraño pastor



Conducía despacio, nada me urgía a llegar a mi destino y el paisaje que me rodeaba era lo suficientemente hermoso como para que no me importase detenerme de vez en cuando.

 Y fue, precisamente, en una de esas paradas cuando reparé en él. A simple vista parecía un pastor de edad imposible de calcular desde la distancia en la que me encontraba. Tenía su zurrón, su cayado y permanecía apoyado en él, mirando a algún punto perdido en la lejanía. Pero lo peculiar era que no había ningún rebaño por allí cerca. Era un pastor que no apacentaba ningún rebaño.

 Continué mi viaje, no negaré que algo inquieto por lo extraño de la escena contemplada y llegué a mi lugar de destino, que era un pequeño pueblo cercano al lugar en el que vi al pastor, si es que pastor era. También podía tratarse de un turista estrafalario, supuse, y me dediqué a resolver las cuestiones que a ese pueblo me habían llevado.

 Los asuntos que allí tenía que tratar eran de poca dificultad, de modo que los tuve concluidos en lo que duró la mañana y para cuando llegó la hora de comer estaba libre y podía dedicar el tiempo necesario para poder comer como es debido: Despacio y bien, con su café, su copa y su poquito de reposo tras la comida. Y en eso estaba, leyendo tranquilamente el periódico y paladeando el brandy, cuando entró en la posada, que así se llamaba a pesar de ser más bien bar de comidas y tapas, el pastor. Saludó a toda la concurrencia, pidió una copa de anís y se sentó a disfrutarla.

Uno de los presentes debió notar mi forma de mirarlo porque se acercó a mí y me preguntó:

- ¿Lo ha visto, verdad?

- Pues ahora que lo dice, sí, me he fijado en el extraño pastor sin rebaño, ¿qué es?, ¿algún loco?

 Mi interlocutor me dijo que era una extraña historia la de aquel pastor y preguntó que si iba sin prisa. Le contesté afirmativamente y empezó a narrar la historia que yo les cuento a ustedes para que puedan decidir por sí mismos.

- Nadie sabe cuando llegó a este pueblo, porque de aquí no es, ahora que lo pienso, tampoco se sabe de dónde es, y no creo que a nadie le importe, lleva bastantes años, eso, sí, como veinte o treinta. Rondará la cincuentena, año más año menos. Pero, en fin, contestando a su pregunta de si es un loco o no, no creo que nadie tenga respuesta porque resulta difícil decidirlo. En realidad, es un pastor de sueños, sí, como suena, ese hombre apacienta las ilusiones y los sueños de toda la gente de este pueblo...ya sé que ahora piensa usted que el loco soy yo; pero no. Este es un pueblo pequeño, pero a pesar de serlo, un pueblo pequeño tiene el mismo ajetreo que una ciudad, entre ordenadores, teléfonos inteligentes, trabajo, negocios, asuntos personales... no tenemos tiempo de soñar ni de tener ilusiones. Bueno, tenerlas sí que las tenemos o las hemos tenido, pero ¿quién tiene tiempo de oírlas?, ¿quién se para un rato a contarle a nadie sus ilusiones perdidas, sus sueños muertos, sus ideales caducados...yo mismo soñé con ser un gran médico que aliviase el sufrimiento de la gente… y en lugar de eso, soy administrativo de una gestoría. Y de eso se trata, aquí, quien más quien menos tiene algún sueño, alguna ilusión, algo a lo que aferrarse, de manera que se lo cuenta a Damián, que ese es el nombre del pastor, él se lo lleva consigo al campo y allí cuida y mima los sueños y cuando vuelve nos los devuelve más vivos que nunca, a mí, por ejemplo, me dice que aún estoy a tiempo de dejar el trabajo y estudiar medicina, me cuenta las vidas que podría salvar, el dolor que podría atenuar. Puede que sean fantasías, pero ¿usted no tiene ninguna fantasía? Seguramente le gustaría poder compartirla con alguien. Además, pide poco, lo suficiente, lo indispensable, más bien, para comer un poco, bebe un poco, comprar algún libro y pagar el alquiler del piso que habita, su sueño, según cuenta, es ser apacentador de sueños.

 Y, ahora, dígame, ¿Es él el loco, o somos nosotros? También puede ser que no haya nadie completamente cuerdo ni completamente loco. Yo no lo sé.

 No supe contestarle a ese hombre, ustedes supongo que tampoco sabrán hacerlo. Pero yo ya tengo elegido el lugar en el cual, si es que me decido, algún día apacentaré sueños.