Hace unos días nos dejó mi vecino, Pedro, más conocido como “el de los mulos”, y hoy quiero compartir el relato que elaboré para mi novela, una adaptación del cortometraje que hice hace unos años.
AUSENCIAS: Pedro Castillo López (26-05-1945 / 09-12-2024)
Este relato, que es parte de mi novela “El escarabajo híbrido”, es una adaptación al plano literario del cortometraje “Del Terreno”, que hice por el año 2016, si mal no recuerdo. A diferencia del video – más antropológico, entendiendo este estilo como un realismo donde la cámara se aleja y deja que las cosas sucedan sin guion –, el relato lo inserto en una historia donde subyace la tesis del hombre que representa el fin de una estirpe. El hidalgo frente al capitalismo, la economía del trueque frente al gran mercado. La historia, en mi novela, viene contada por un personaje, Valero Reina “Palique”, un estudiante de letras que está de Erasmus en el extranjero. El fragmento empieza cuando su amigo, Germán Cáceres, más conocido como “Casquera”, y que es quien ha hecho el cortometraje, lo insta para que se lo cuente a Luis Andreoni, viejete con el que ambos han hecho amistad en el Uruguay.
Vídeo de José Ignacio Molina, - Trinchecine
Y sin más, os comparto este, mi pequeño homenaje a un personaje especial, único, con su voz trillada y lenta y su silueta desgarbada y maltrecha. Un hombre de los de antes, para siempre mientras siga con su mulo en la memoria colectiva del pueblo. Por lo demás, de él aún me queda su gata, Maradona, que aún sigue dándo la tabarra varias veces al día hasta que mi vecina Sonia Raya o yo bajamos a darle de comer.
(...) ¿Te ha dicho Germán Casquera que él también hace películas? – le preguntó Palique a don Luís no sin antes guiñarme –. Pues no lo sabía, ya decía yo que tenía un interés especial. Que nos cuente una. Que te la cuente mejor Palique, que tiene más arte – dije mientras le daba una palmadita cariñosa –. Bueno, yo se la cuento señor – dando un paso hacia atrás, como quien se siente que así pone el pie en el escenario –. Arranca de esta manera: tenemos un plano conjunto donde se ve una pequeña planada, una casita de dos plantas con su pequeña terraza donde su hermana le tiende la ropa sucia, el viento mueve levemente varios polos verdes de propaganda y vaqueros roídos, y delante, un mulo llamado Benito que sostiene en su lomo a un perro tumbado. En plano detalle, las manos del protagonista cortan unos pimientos verdes, quita con sus dedos vetustos y fatigados las pipas a un melón, se ata los cordones de sus botas guarnidas.
Está sentado en el «sibanco» de nuestra ciudad, Alhama, o puede, no recuerdo, que fuera en una sillita de mimbre en la puerta. Pedro, un viejo autosuficiente que vive del trueque, es el hombre llamado a sostener una antigua estirpe, militante de la compañía del santo vino y la santa cerveza, es el último ejemplar del terreno. Vive de una manera que no pareciera revolucionaria. Las imágenes que suceden presentan al viejete en su día: el perro tumbado sobre Benito, Pedro andando lidera, calle a calle, su expedición natural. Un boliviano cruza por una donde abundan las macetas en los balcones, de paredes blancas y cocheras barniz, lo saluda, y este le da cuatro sacos de patatas, tres sandías, pimientos y tomates. Pedro, que solía arar con Benito, era un labrador de la vieja escuela y a veces cobraba así – puntualizaba Palique –. Era una economía de otra época, se va presentando cómo las patatas, sandías, pimientos y tomates le sirven de moneda natural, digamos, el trueque que hace con comerciantes del pueblo: la panadera le daba una barra por medio kilo de pimientos; ni siquiera los quería, pero participaba en ese juego, en ese pacto con Pedro porque él se enfadaba si la panadera o el pastelero, por ejemplo, no le cogía los tomates.
La estampa del mulo con el perro encaramado al mulo y Pedro caminando la podías ver en continua mudanza, en la plaza del mercado, en el bar de la Esquinilla, sobre todo en el bar de la Esquinilla, en la carnicería de la plaza o de cháchara con los ancianos en los bancos de hierro del barrio alto. Sucede que unos muchachos le ofrecen hacer un pequeño video de corte antropológico, la cámara lejos y mimetizada, todo orgánico, muy sutil, y deciden preguntárselo. Él les dice que sí, porque lo que ellos le han propuesto es grabar como apareja el mulo, y cómo van a la era a que el herrador le cambie los zapatos. Pasa que están grabando, los chicos camuflados, la casita a lo lejos, el mulo, el perro aupado al mulo y Pedro atándose los cordones, se escucha al animal comer pan, un nuevo plano tiernísimo del perro a pata estirada en el lomo de Benito, entra una mujer en escena, una mora, porque Pedro en su condición de marginal, en realidad de revolucionario, se lleva bien con los inmigrantes, ya sean payosponi, moros o negros, con todos hacia buenas migas, y con los chinos porque hay tres en el pueblo y no salen de la tienda, que si no, también – cuando Palique hizo la enumeración, don Luis Andreoni se partía de risa con una timidez desbordada, y es que Palique era demasiado natural –. Entonces la mora va a propiciar que la película tenga una tesis, porque ella al percatarse de que había cámaras, porque las vio de lejos, con esa vista que tienen las moras, y este caso, mora y puta – pensé, madre mía Palique, qué va pensar el señor Adreoni –.
La cuestión es que la mora le dice a Pedro, «oye, ti pagarán ¿no?, ti tienen que pagar lis ninios esis». Y él contesta: «aquí estamos los perros, los mulos y tó, hombre, y aluego salimos en la tele». A partir de ahí va a ir desarrollándose la reacción de los comerciantes. Estos, al ver que lo están grabando, la panadera, el pastelero, todos empiezan a decir: «¿te pagarán, ¿no?», incluso los viejetes que se va cruzando: «te darán guita, ¿no?». Pero la moral de Pedro es inquebrantable. En el último tramo se asiste a la grandeza del héroe. La casita de Pedro, en la planada pequeña y olvidada, con su tejado bajo y su puerta endeble y desabrida no tiene nada de especial, salvo a Benito con su jinete canino color perla empolvada. Sin embargo, una gran empresa de comunicaciones, TESPA o algo así, determina que justo en la ubicación donde está su casa, una antena mejoraría la red de internet de todos los pueblos de la Comarca. Ofrecen a Pedro una ingente cantidad de dinero, una oferta desorbitada, tanto que no solo el pequeño periódico del pueblo se hace eco, también los medios autonómicos lo dan, y al día siguiente es el tema de conversación en cada rincón del Alhama.
Si os digo tanto, es porque muchos de los comerciantes, en condición autoimpuesta de casi hermanos, empezaron a ir a casa de Pedro a convencerlo de que pusiera la antena: «Pedro, hombre», decía la panadera, usted daría un dinerito fresco que salvaría la vida a la asociación, y al fin y al cabo, usted está ya muy mayor, le quedan pocas primaveras. Para decir verdad, pareciera que Pedro estaba casi para morir, le quedaban cuatro partes, como se dice aún en los pueblos a los informativos. La peliculillla acaba así: hay tres mujeres y dos hombres trajeados enfrente de la antigua cama metálica de Pedro, en la habitación de paredes mustias y mobiliario cáncano, con polvo y telarañas en cada esquina, todos dispuestos por si el último hombre de la estirpe flaqueaba un poco, o ingeniaban algo para engañarlo y así conseguir la firma. En una de esas, Pedro se levanta de la cama, camiseta de interior de tirantes, una gran barba descuidada, calzoncillos anchos con los huevecillos colgando por un lado y dice: «jamás, jamás, lo que doy lo doy con gratitud, y mi mulo, mi perro y yo la hemos defendido sin nombrarla jamás, se llama libertad. ¿Cómo tenéis la osadía de venir al nido del último hombre con dignidad de España, ¡jamás, jamás!». Se van definitivamente las gambas trajeadas de su casa, y Pedro, a modo de Dios, les cierra la puerta.
En el plano general de la casita, con Benito y el perro, cae la noche, llega el día, y ahora, desde dentro, Pedro le abre la puerta a un venezolano que entra con una litrona de cerveza. Luego entra una mora, dos moras, y he aquí la gracia, también un par de chinos con sonrisas de pandereta.
Fin.
AUSENCIAS: Pedro Castillo López (26-05-1945 / 09-12-2024)