Tres años después de salvar la vida a un gabacho en los Bermejales

Como casi cada año desde hace dieciocho, mi labor en el verano es la de socorrista, Mitch Buchannon en las aguas tranquilas de las piscinas de la Comarca.

 Que la realidad se entremezcla con la ficción, el arte y la vida, es algo que vivimos desde chicos cuando, si además eres de pueblo, tenías la suerte de armar historias donde debías de defender tu cabaña, o guiones entre el riachuelo y el Romance de los Maestros, aquellas cataratas para nuestra mirada inventiva, lugar en el que supongo que tiempo atrás, los docentes se escondían para hacer llevar las palabras hacia la carne de la acción. La realidad y la ficción también se confundían cuando veía, entre las fotos de mi abuela, a Fernando Hierro y Guty en el Municipal de la Joya, imaginándome un carrusel de filigranas y entradas al corte de los dos jugadores del Real Madrid. Esta narración que os traigo sucedió apenas unos días antes de que me fuera a Montevideo, quién sabe, en busca de mis sueños literarios y con la intención de acumular experiencias para mi juguetona imaginación. Como casi cada año desde hace dieciocho, mi labor en el verano es la de socorrista – Mitch Buchanan en las aguas tranquilas de las piscinas de la Comarca, y en el 2021, de nuevo en la de Alhama, pequeño mar de mi vida, anduve socorriendo avispas con la estoica y malograda mosquitera oficial. Mi labor como guardavidas esta clara: Ponerme moreno y obligar a los bañistas a que se duchen antes de darse un chapuzón, no sea que les de un corte de digestión y me den la tarde. Otra de mis labores es poner música y darle algo de casquera a los vecinos que, como buen diplomático del verano, hago con gusto. Llevo muchas temporadas al servicio del buen hacer jameño, tanto dando clases de natación como pasando el limpiafondos, función que ya he dejado de hacer gracias a la tecnología de un robot de Callejas, con lo que he conseguido mejorar mi arduo trabajo estival. No en pocas ocasiones alguien con sorna me dice «qué, ¿cuántos has salvado hoy?», y yo contesto que si mil avispas es una vida humana, si se ahogan cinco o seis personas, tendría el balance en positivo. Es cierto que me he tenido que tirar varias veces a por niños que curioseaban en la parte más profunda, y que asiduamente unto crema por picaduras varias y pongo tiritas como un auténtico profesional, además de la parte de la arenga psicológica al frecuente chaval esollao al que le digo «esto no es nah, follao. Fíjate, la hería son puntas de pollas. Ale, a disfrutar del día». Habilidades sociales adaptadas que uno va aprendiendo en el desarrollo de su profesión, buenas maneras comunicativas como cagarte en los muertos de los moros y no moros que sin saber nadar se van para lo hondo casi que a caso hecho, o se tiran junto a la esquina de las escaleras: «¿sois subnormales o cómo pollas os digo que os vais a pegar un porrazo?». Pero ese verano, en uno de mis días libres, por salir del mar de Alhama, me fui al pantano de los Bermejales con dos amigos, el escritor Salvador Ochoa y el artista plástico A.Miguel, sobrino de Rati, diosa del sexo. Alquilamos un hidropedal, aunque no nos lo querían dejar porque un par de años antes, con Balta Larios, Alberto el Chico y alguno más, volcamos uno y tuvieron que venir a por nosotros – en nuestra defensa tengo que decir que la lancha de pedales estaba pinchada y por lo único que pudimos luchar fue por no mojar nuestros móviles, falleciendo el Iphone de Balta. Recuerdo estar con la barca volcada, apontocados porque no se hundió del todo, y ver cómo caía el día. Me dije: «la polla que nos hizo» –. La tarde, plácida y aliñada, estaba siendo de lo más amena. Desnudos tomábamos el sol, escuchábamos música y dejábamos que la tranquilidad penetrara en nuestros corazones. Cuando, de repente, a lo lejos, una niña lanzaba un griterío desesperado. Aparté mis oídos para otro lado, no quería que fuera verdad. Porque estoy acostumbrado a la algarabía de los niños, aunque no es fácil de diferenciar debido al dramatismo con el que juegan los infantes, sabía que aquel pitido era de socorro y no de juego. Así que finalmente me puse el bañador, me tiré del hidropedal con un salto de seguridad – mis amigos me dijeron luego que fue una lanzada totalmente lamentable y antiestética – y fui nadando hacia donde parecían venir las voces. Salva, que estaba de capitán del barco, orientó la embarcación y me siguió. Cuando me alcanzaron y A.Miguel se tiró directamente hacia la niña, le dije, mira para allá. Un hombre yacía flotando con la cabeza bajo el agua. En ese momento, luego me sorprendí, actuamos con naturalidad, quizás excesiva cuando sacando al muerto, porque al verlo morado y en tales condiciones, le dije a mi amigo con voz agria: «pojú, la virgen qué percal, esto es un filete». En la orilla, perro viejo, me subí sobre el cuerpo delgado y penco del hombre y le dije a A.Miguel, «¡venga, métele aire!». Me miró como diciendo, hijo puta, lo podrías haber hecho tú, pero como no había tiempo para la negociación, le cerró la nariz y le metió una gran insuflación – nunca olvidaré ese momento – con la que el tipo se infló como un pez de dibujos animados y empezó a echar agua y pipirrana. Yo ya había comprobado el pulso, efectivamente su corazón estaba parado. Tras el segundo golpe de aire, con los ojos tan abiertos y ensangrentados que parecía decir, quiero aferrarme a la vida, fue vaciándose de agua, y con el masaje cardiaco, bendito sea, conseguimos que recuperara el latido. Ya estaba Salva allí, que fue quien hizo el papel de asistente y soporte, tratando de confirmar que tenía conciencia y acompañando al francés, que aún luchaba por su vida: Comment tu t'appelles? El señor, de unos cincuenta años, dijo con un pequeño hilo de voz intermitente: Michael. La espera, porque los servicios de salud tardaron, fue larga y exasperante, y con la gente que se fue sumando por pura curiosidad, empecé a liberar una especie de euforia mezclada con nervios. Una hora después el helicóptero llegó y al día siguiente nos confirmaron el infarto y que había sobrevivido. Qué alivio. No paraba de darle vueltas a la posibilidad de que se te muera alguien entre tus manos, pero por fortuna todo salio bien. A.Miguel estaba tan excitado con la experiencia, que incluso durante dos semanas se replanteó dedicarse a una profesión en la que pudiera salvar vidas. Luego se le pasó. Días después, dándole vueltas los tres, coincidimos en que lo mismo nos merecíamos que nos mandara unas botella de vino, no por nada, sino por cerrar la historia brindando a su salud. Tampoco nos llamó, ni tampoco es que fuera necesario.

 Tres años después, asentada la historia entre nuestras más vivas anécdotas, pero ya fuera de toda expectativa de que llegaran las botellas de vino, recibo un correo en el que Michael, a través del camping, se ponía en contacto con nosotros. El texto, claramente escrito con el traductor de google, nos invitaba a visitarlo cerca de Toulouse, al sur de Francia. La aceptamos. A las cinco de la mañana, en la Kangoo de Salva, que tiene algo de avión por la estupenda forma de su freno de mano, emprendimos el desplazamiento. En Bilbao recogimos a A.Miguel, tercera pata del banco, y al día siguiente, ya en Francia, tras almorzar en la casa de mi tía Clarita, nos presentamos en el pequeño pueblo del gabacho. El reencuentro con Michael fue de lo mas normal, sin embargo, era imposible que no se nos removiera todo lo que aquel día vivimos. Con la ayuda del traductor, y con el francés básico pero efectivo de Salva, repasamos aquella excelente y peligrosa jugada del verano del 2021. «Comiste pimiento, eh», le dije con gracia rememorando los ingredientes del vómito acuoso. Para recompensarnos, Michael nos preguntó que qué queríamos hacer, así que como nos gusta el fútbol y no estábamos lejos de Lyon, le preguntamos si sería posible ir al estadio para vivir una tarde futbolera y así cerrar el círculo de nuestra historia. Como llegamos con tiempo, paseando por la ciudad, dimos con una enorme librería en la que la gente hacía cola para una firma de libros. El autor era Michel Houllebecq, escritor que Salva y yo habíamos leído y que había causado controversia, algunos medios lo han acusado, incluso, de ser misógino, decadente, xenófobo y racista, «El islam solo podía nacer en un estúpido desierto, entre beduinos mugrientos que no tenían otra cosa que hacer, con perdón, que dar por culo a sus camellos.». Fue denunciado por varias agrupaciones musulmanas y de derechos humanos por injuria racial e incitación al odio religioso, «Cada vez que oía que un terrorista palestino, un niño palestino o una mujer palestina embarazada habían sido asesinados en Gaza, me estremecía de entusiasmo pensando que había un musulmán menos». A nosotros, la verdad sea dicha, su novela Plataforma nos había parecido buena y entretenida, un libro afilado de ficción en el que propone como argumento apostar directamente por el turismo sexual, «Me dije que aquellas putitas tailandesas eran una bendición; un don del cielo, ni más ni menos», «Como europeo acomodado, yo podía adquirir a un precio menor, en otros países, alimentos, servicios y mujeres; como europeo decadente, consciente de la cercanía de la muerte y en plena posesión de mi egoísmo, no veía el mas mínimo motivo para privarme de todo eso». Como a nosotros no nos interesan las firmas, intentamos saltarnos la cola para acceder a la librería, y para convencer al portero, Michael nos traducía: «no sabemos ni quién es, ni nos importa». Así que al final nos dejaron pasar, y una vez entre libros franchutes, empezamos a revisar estúpidamente los nombres de autores que no podíamos leer. A todo esto, nos habíamos bebido unos vasillos de vino, por lo que nuestro descaro iba en aumento. A una chica que vimos, la pobre con lo tranquila que estaba, se nos ocurrió pedirle que nos recitara a Valery. La joven, gordita y simplona, con una cara ancha y unas gafas horrendas, tras la insistencia, y motivada con la propuesta, terminó haciéndolo, «Le vent se leve!... il faut tenter de vivre!», cuya traducción era: «¡El viento se levanta!...Hay que intentar vivir». Michael se reía, pero estaba empezando a intuir que le íbamos a traer problemas. Estando embaucados por el acento sensual de la chica y los verso de Valery, un joven, trabajador de la librería, nos preguntó que cómo que no queríamos una firma del autor invitado. «Los libros hechos con wikipedia son penosos, y encima seguro que escribe libros de autoayuda», le dije, luego traduje con el móvil y se lo enseñé con la clara idea de faltarle el respeto, y todo por jugar, por provocar, no por otra cosa. Pero para nuestra sorpresa, un rato después, tras la firma, vemos al dependiente que viene con Houllebecq hacia nosotros. Indignado por nuestro desinterés, empezamos a hablar, chapurrear más bien, y tirando del traductor charlamos con el polémico autor. Y en una de esas, desinhibido por el vino, y ahora me arrepiento enormemente, empecé a insultarlo, y la cosa se calentó. Hasta tal punto que cuando fue a cruzarme la cara, A.Miguel le metió un cabezazo en el pecho al mas puro estilo Zinedin Zidane, auténtico ídolo, chocando contra una estantería de la que cayeron un montón de libros y con la que se golpeo la cabeza. Definitivamente se lió la zapatiesta. Una pajarraca en la que tuvimos que liarnos a porrazos , ya no quedaba otra, con los trabajadores y el de seguridad y en la que recibimos varias buenas hostias. El día que celebrábamos la vida de Michael, cuando íbamos a escribir el punto final de la historia, por poco no nos metemos en un berenjenal de gran escala. Y cuando por fin todo se acabó y nos echaron del local, ni rastro del gabacho al que salvamos la vida, se había ido y obviamente lo entiendo, y nos dejo allí, en mitad de Francia y sin entradas para ver al Olimpique de Lyon. Cosas de la vida, y es que a veces la realidad y la ficción son inseparables, nos dijimos en la Kangoo: «¡La polla que nos hizo! Vámonos pa Aljama».