Las secuencias e imágenes que elaboro responden a ese intento de captar la esencia con pinceladas anchas.
Este segundo número que os ofrezco, y en tanto, el canto de un amigo, escrito está cuando la primavera deja ya entrever su colorido aliento. El invierno, que no es blanco, pero sí de electricidad rabiosa, tampoco tiene el hábito de la escarcha, parece disponer más bien, por ejemplo, del álgido cristal amarillo de nuestra Tacita de Plata. Los días, aun así, están últimamente algo toscos.
Hoy traigo dos poemas, ambos responden a mi inmersión paulatina en una ciudad que sin prisas te espera. Las secuencias e imágenes que elaboro responden a ese intento de captar la esencia con pinceladas anchas. Es la realidad que capto como poeta, en el primero de ellos, va a aparecer un elemento, el contenedor “que abre el capó”, cuya fuerza ha provocado que haya decidido elegirlo como lienzo para una colección de versos de los que hablaré más adelante. El poema narra, en una segunda parte, alrededor de un zorro muerto en una rotonda, un escenario que busca generar cierta extrañeza. En el segundo, “Reparto en el camión de alimentos”, el yo poético sigue adentrándose en la urbanita vida uruguaya, subido en un camión de feriante de fruta y verdura, filtrando elementos vivos de una idiosincrasia nueva, o la sorpresa, como la costumbre de no dar dos besos, “Me besas solo con un solo tono impar”. Después de bajar al subsuelo y aparecer una crudeza fría y oscura, “vuelve al instante la latitud de la nostalgia”.
Como adelantaba, he empezado el arte de escribir en la basura. El contenedor ejerce sobre el verso una misteriosa resonancia, y a la vez, siento que la palabra adquiere de repente vida, no es de carne, pero es de hueso, se posa en las calles, se cruza con alguien y no sé, parece despierta. Para tal misión, y dado que el grueso, de momento, es de más 350 contenedores, iremos pintando a poquito a poco, con la emoción que esta tarea implica. Frente a los versos de mis poemas de hasta ahora, los de la basura obedecen a una poda, quedando el contenido en un lenguaje raso, lejos del artificio con el que yo regusto. Son realmente guiños, “Precisamente porque soy un contenedor, puedo contenerme”, un árbol que da frutos abundantes, de todo tipo, y que bebe de los refranes, la música y el humor, para abordar muy diversas temáticas como el consumismo, las relaciones a través de los smartphones, el deporte o la defensa del lenguaje, y presentados en diferentes tonos, del “¡Ay! Tan sostenida es tu pena, Uruguay, detenida en este gris despojo.” al “A B C te extraño” o, “Me llamó José, cuando la muerte por mi garganta trepe, que me llame Gocé. (o Gocéfina)”. Bajo ellos creo que hay una ética, una voluntad de depuración y un chorrito de alegría, “Conversación: Vas y vienes como la marea, dejando sonar tu campanilla.” o “Fiesta epíteto: Orgía de adjetivos de todos los géneros.”
El Chevrolet y el zorro
Tu intención no es la de escapar, pero necesitas sorbos de jarabe metafísico. No decaigas por la lluvia. Persigue la espera habitando el círculo de la respiración. Paciencia, siempre tus ingles han sido agua y alguna vez has reconocido la belleza de la escarcha. Es verdad, con los pies mojados el amanecer duele un poco más. No te frustres porque no puedas eyacular hacia dentro, ingerir una campana, o inútilmente invocar el imperativo para domar el fuego de la margarita. Recuerda que ni la luna ni los otros cuerpos te pertenecen, escucha, el este es oeste y viceversa, el reto, sobrevivir que es infinitivo, mientras los contenedores abren el capó como quien busca un ojo de cristal en algún cementerio para una Combo rebautizada como Chevrolet.
La intuición, vecina del destino, un día cerca de una palmera elevada en la pupila se encontraron. Nadie, nadie esperaba el olor redondo a zorro gris destripado en la rotonda. Menos se esperaba después de una larga década prender un mechero y que el zorro aún reflejara en la luna su papel de plata.
Cuando al fin celebramos su funeral la ciudad amaneció encapotada, el gran gato soltaba maullidos eléctricos. Alguien con una jeringa, lentamente, dejó caer dieciséis gotas de mercurio en honores a su dicha en latín: Lycalopex griseus Licalopex graesus
Reparto en el camión de alimentos
Me besas solo con un solo tono impar. Arrancas, tu gran camión del pueblo es una orquesta de colores, una gramática copulativa y Ta, al círculo del viejo ombú y Ta, me llevas con cadencia de sangre de arenilla y Ta. Eres ablativa como la arquitectura de los feriantes que ponen un do para fundir una broma de junta culata. Rojo, ámbar, verde. Las hormigas, extrañas conocidas, nos miramos a los ojos durante unos segundos crecen puentes movedizos con los iris como pilares.
Matías, ¿operaron varias veces al mismo brazo de asfalto?, ¡olvidaron dotarlos de venas de luz.!
El azul para colmo muerde tierno
No te precipites, aún solo puedes soñar la pulpa y bajar por Tres cruces al subterráneo. La humildad es más cruda con el movimiento mecánico. El silencio lejano, opaco, había escrito en la pared: Aquí debería estrenar el presidente su helicóptero, morder el sabor de la fruta negra. Los hombres de chaleco, adjetivados con grasa, buscan con su radar de lengua amarilla encontrar una moneda.
Tome aquí tiene su pedido
Cuando sales del subsuelo no importa la cancerígena inflamación de los colchones, vuelve al instante la latitud de la nostalgia, el nudo de posición intermedia: así, la extensa secuencia plana se hace de nuevo paseo de ciclistas transparentes. Después de la escena, de la sombra cúbica, la dulzura aparece como motas en la luz celeste hasta desvanecerse en ceniza.
Estas patatas al 1717bis. ¿Pesan poco tus pesos por eso alzan el vuelo los mendigos o seduce la carroña de entre las paralelas? Decidme, de verdad, cómo sobrevive toda esta gente que parece estar viva si donde come uno come medio. Si toda esta poesía es un laboratorio de economía y aún no he asimilado que vuestra alma no puede ser una metonimia, ¿qué fruto hacéis crecer de las farolas?, ¿qué figura os habéis inventado para alimentar la rambla del abecedario?
José Ignacio Molina Benítez