Sí, querido Agustín, las lecciones bien aprendidas a lo largo de nuestras vidas son aquellas que no hemos debido de olvidar, porque nos enseñasteis, vosotros, nuestros buenos e inolvidables maestros a aprender justamente para no olvidar.
“Cartas Alhameñas”
A AGUSTÍN MOLINA JIMÉNEZ
“El buen maestro para toda la vida”
Andrés García Maldonado
Querido Agustín:
Al escribirte y enviarte esta carta se dan tres hechos que, lo quiera o no -por supuesto que lo deseo con toda mi alma- no puedo eludir. Uno, que esta carta, que lógicamente no se improvisa en unas horas, viene a continuar en gran medida con el magnífico artículo “Maestros” de mi apreciado amigo y compañero de “Alhama Comunicación” Antonio Gordo, que apareció anoche en su sección “La otra mirada”, el que comparto en su totalidad, como a continuación se irá viendo. Dos, entrando ya en la carta propiamente dicha, que el recuerdo de Manolo Vinuesa, entrañable amigo de ambos, tampoco se me va de la memoria, por ello, una vez más, estará constantemente presente en mis palabras, como lo está igualmente en mi sentimiento. Y tres, que aunque la escriba yo sé, y muy bien, que son decenas y decenas, cientos, de amigos y compañeros de escuela de Alhama, los que al unísono, con todo su afecto, te la dirigen. Todo esto es posible porque, precisamente, como tú decías, y nos enseñaste -que fue lo transcendental-, las lecciones bien aprendidas son aquellas que justamente no se olvidan, por lo que nos hemos aplicado en no olvidar cuanto de noble y elevado recibimos.
Creo, con la mayor sinceridad, que nos enseñasteis para no olvidar, en el positivo sentido del que hablamos, y que jamás, a pesar de los años transcurridos y de los múltiples avatares y circunstancias por los que han ido atravesando nuestras vidas, nosotros no hemos olvidado, concretamente en el sentido humano.
Agustín con su hija
Jamás he olvidado que, contando yo algo más de cinco año, cuando nos trasladamos a la casa de calle Fuerte, ya ibas por ella a diario a dar clase a Felipe y Juan Manuel, ni cuando Félix Luis y yo, los menores, en verano íbamos a la academia que abrías por la mañana en tu casa natal, en calle San Matías, donde viniste a este mundo el 6 de julio de 1924. En la vida he tenido la dichosa fortuna de que has sido mi primer e inigualable maestro en los doce primeros años de mi vida. Bien recordarás la dedicación, interés y exigencia que en esto ponía mi padre, quien años atrás había tenido una academia, junto con don Claudio y otros profesores, en la que muchos jóvenes alhameños pudieron prepararse para ir sacando el Bachillerato, entonces uno y contando con siete cursos. Por lo que el elegirte a ti como maestro para sus hijos, no sería nada circunstancias o para salir del pasado. Sabía de tu excepcional inteligencia, preparación y cualidades para la enseñanza. En más de una ocasión, recurriría a ti, por ejemplo, para contrastar con total rigor la traducción de algún texto histórico escrito en latín.
Hablando de ti con compañeros de aquellos años, comentamos que puede suceder, cómo así suele pasar, que dejamos transcurrir demasiado tiempo para reiterarte de alguna forma, al igual que a nuestro inolvidable Manolo Vinuesa, que partió para la Eternidad en septiembre de 2002, nuestro afecto y gratitud imperecederos.
El que nos reuniésemos muchísimos en agosto de 1999, después de tantos años, puso bien de manifiesto que ese cariño era y sigue siendo de tal dimensión que ni siquiera el paso de bastante más de medio siglo en la mayoría de los casos, pudo hacerlo menguar y, aún menos, desaparecer de los sentimientos de todos y cada uno de nosotros.
Agustín con su hijo
El transcurrir de décadas nos ha hecho a todos, al mismo tiempo que la vida nos ha ido dando otras muy diversas enseñanzas, comprender más justamente la enorme importancia que tienen las primeras lecciones que aprendemos, cuando se tiene la suerte de que el maestro o profesor que las imparte ya es una referencia en sí para que el alumno, especialmente cuando aún es niño, observe lo que es humanidad, solidaridad y generosidad.
Así, querido maestro nuestro, el transcurrir de nuestras vidas sobre estos últimos sesenta años, lo que ha conllevado es recordaros cada vez más, dándole a nuestra afectividad hacia vosotros la magnitud emotiva que tan justamente correspondía y no deja de crecer. De tal suerte que, cuantos hablamos de vosotros para recordar vuestras enseñanzas, bien en aquella escuela del Paseo -la que puede que haya desaparecido del lugar que ocupaba pero que se ha quedado, y para siempre, en lo mejor de nuestros corazones-, o en “las academias” por las que pasamos, bien en la calles de Bermejas, San Matías, las Peñas o en Portillo Naveros, te damos fiel cumplimiento de la lección que nos enseñasteis y que hoy, siguiendo el dictado de lo mejor de nuestros sentimientos, venimos a reiterarnos desde donde nos encontramos, en nuestro pueblo, provincia, región, país o en cualquier otro lugar del mundo. Tienes alumnos repartidos por los cinco continentes, desde que nuestro admirado guardameta “Richard” se fue a Australia, en los años sesenta, no ha dejado de aumentar el número de compañeros alhameños que han partido a los países más lejanos.
Se trata de la lección elevada e inigualable de un gran apego que, en el correr de todos estos años, desde los mismos de nuestra niñez y primeros de juventud, no dejamos de retener en lo mejor de las memorias, a nuestra manera y constantemente. Es una enseñanza que comenzamos a captar entonces y que, todos y cada uno de nosotros, ha procurado, ¡y de qué manera!, ir empollándola cada vez más para pronunciártela siempre que sea menester, con la seguridad de que ya, desde hace muchos lustros, al menos, dudamos si la aprendimos adecuadamente para no olvidarla.
Agustín y Manolo en el acto de homenaje que se les ofreció presidido por el alcalde Paco Escobedo
Como hace dieciséis años con Cristóbal, nuestro querido Cristóbal Velasco Delgado, que tan mal lo está pasando, y a mí, en aquel momento, nos tocó, ¡bendito y hermoso honor!, el convocar el mantenido sentir unánime de todos hacía ti y Manolo. ¡Qué emotivo, sincero y hermoso resultó! Entonces, como ahora esta carta, en la misma línea y expresión de sentimientos, volvimos a subirnos a la vieja tarima de nuestros recuerdos, la que sigue encontrándose entre las dos grandes pizarras, las del respeto y el afecto mutuo entre todos.
Dado que la lección no la hemos preludiado en estos últimos tiempos, sino que ha sido elaborada durante tantos años, prácticamente desde los días en que nos dabais vuestras diarias clases, continúo contando con los apuntes que todos nosotros, vuestros discípulos, guardamos para cuando se producen estos momentos.
De esta manera, a la par de esa aportación conmovedora de muchos de tus alumnos y compañeros míos de aquellos años, también me la vuelven a enviar, con un especial encargo de afecto hacia ti y Manolo, los que encontrándose por las más diversas geografías, no retornan por nuestra Alhama. También tengo, !y con qué hermosa caligrafía!, las nobles anotaciones que siguen permaneciendo en nuestros corazones de varios compañeros que, quizás como en pocas ocasiones, desean estar entre todos y cada uno de nosotros, en algunos casos de una forma profundamente inseparable. Así, al estar así, no justifico la ausencia del bueno de Tomás, el primero de vuestros alumnos que en plena juventud marchó a la otra Orilla; ni la de mi hermano Félix-Luis, quien junto a vuestras lecciones de latín y francés, elogió vuestra humanidad, lección que jamás olvidó en los años que vivió; ni la de Bernardo Espejo Fernández, en todo momento lleno de dinamismo y siempre afectuoso; ni la de Lucas, con sus constantes ilusiones de viajar para algún día volver a estar aquí físicamente; ni la del sencillo y bueno de Pepe Lozano que cuando nos veíamos hablaba también de vosotros; ni la Justo, nuestro siempre querido "Justillo", como con la grandeza del cariño lo llamábamos, del que tú no te olvidas por muchos años que pasen; ni la de el bueno de Paco Palomino con su expresiva y sincera sonrisa de afectuosidad; ni la del noble Álvaro Molina que le encantaba visitarte cuando volvía de vacaciones, ni a ningún otro compañero más que, en estos momentos, nuestra frágil memoria, no le identifique pero que igualmente está aquí, en lo mejor del sentimiento de todos nosotros.
Agustín y Manolo ante la placa a todos los buenos maestros
Que estas palabras y recuerdos no nos sirvan para entristecernos en unos momentos en los que el afecto y la alegría de recordarnos todos juntos han de imperar. Y han de imperar, entre otras razones más, porque, precisamente, de algún modo, venimos consiguiendo que los que definitivamente se marcharon emocionalmente continúen con nosotros, como sucede, querido Agustín, con tu bondadosa e inolvidable Mercedes, esposa y madre ejemplar.
De esta forma, recordamos lo mejor de aquellos años, pues hasta lo que nos pudo ser duro y difícil en una que otra ocasión, hoy es ya, en nuestras memorias y corazones, hermosamente imborrable y, en algún caso, sumamente simpático. Por ejemplo, como me lo recuerda de tiempo en tiempo el chinche y querido Antonio Pérez Zayas, cómo voy a olvidarme yo de aquél día que, una vez más, estando castigado a no tener recreo, me escapé por entre los barrotes de la ventana y, al darse la voz de “a dentro a la escuela de don Juan”, con mis prisas y nervios, no realicé bien el movimiento física que realizaba para entrar por los mismos barrotes que había salido y me quedé atrapado entre ellos, permaneciendo bastante tiempo y teniéndose que requerir los servicios de Polo, el de la fragua de Eduardo Montoya, agolpándose ante la ventana lo que para mí me pareció toda Alhama, aunque al final no hubo de intervenir el émulo de Vulcano.
Sí, éramos de la escuela de don Juan López Villén y de él guardamos igualmente un grato recuerdo, hasta de sus peculiares “cocas”, porque demostró una buena calidad de profesor. En esa escuela contábamos con el que para nosotros, muy por encima de titulaciones y otras circunstancias, era igualmente nuestro maestro: Agustín, a secas y con inmenso cariño.
Sí, no era tu escuela por titularidad y adjudicación legal, por propiedad administrativa como se decía. Sí lo era, y ya para siempre, por tu vocación, profesionalidad y, sobre todo, humanidad para el ejercicio de uno de los quehaceres más sublimes que el ser humano, en el devenir de todos los tiempos, ha ejercido y puede ejercer, como es el de enseñar a los demás.
Recuerdo que una mañana, precisamente cuando tú, llegada la conclusión del recreo, me indicaste que diese la voz de “A dentro”, yo exclamé con todas mis fuerzas: “A dentro a la escuela de don Agustín”. Inmediatamente, me indicaste que no dijese eso, ya que no eras la persona a la que correspondían esas palabras.
Inscripción de la placa que se les dedicó en el ayuntamiento
Hoy, una vez más, querido Agustín, al volver a dar la voz, en esta ocasión en nombre de cuantos de una u otra forma poseemos este recuerdo de ti, de que toca “el entrar una vez más a tu escuela emocional que constituimos contigo”, te puedo asegurar que ni uno, absolutamente ni uno, me ha dicho que esta escuela con sus alumnos no corresponda, en todo su conjunto, a ti. Lógicamente, habremos pertenecido a otras escuelas y academias, a las que el ir avanzando en nuestros estudios nos ha ido llevando, pero esta a la que hago referencia, que en gran media conserva el enternecimiento de la de nuestro más preciado ayer, es toda tuya mientras viva uno de los que tuvimos la suerte de tenerte por maestro.
Y lo ha sido la tuya por tantas y tan elevadas razones que, desde hace años, muchos años, jamás han podido ni desplazarte, ni imponerte el traslado, ni quitarte la titularidad, ni siquiera jubilarte. Tienes y tendrás la titularidad de la más querida escuela que tuvimos, la que tiene una ancha, luminosa y hermosísima aula en cada uno de nuestros corazones.
Sí, quisieron en un tiempo altos halcones “quitarte tu palomarcico”, y quizás en buena medida lo destruyeron materialmente, pero nunca separaron de ti el cariño que todos tus alumnos te profesamos.
Por encima de todo, las escuelas son, bien lo sabes, como muchos de los buenos maestros y profesores en que se han convertido tantos alumnos tuyos, las enseñanzas que se imparten con el ejemplo de los maestros y profesores y, más aún, cuando se trata de humanidad y limpia entrega. En eso, permitirme que diga que, más que maestros, fuisteis, tú y Manolo, “catedráticos” que efectuasteis vuestro doctorado y las más reñidas oposiciones brillantemente, por medio de alumnos que, en no pocos casos, si no llega a ser por vuestro esfuerzo hubiesen abandonado sus estudios tras las primeras calabazas que recibíamos en el hermoso, y solemne para nosotros, Instituto “Padre Suárez”.
Superasteis los ejercicios diarios de vuestra “demostración constante de que estabais preparados para la enseñanzas que impartíais”. Lo hicisteis una y mil veces en el transcurso de todos aquellos años y, en cientos de ocasiones, de una forma magistral.
Agustín a sus noventa años
No fuisteis tan sólo buenos profesores, sino que tuvisteis la inspiración del buen magisterio. Como, por ejemplo, en aquella mañana de un día de Nochebuena de finales de los años cincuenta cuando, al llegar a la escuela, vimos que estaba siendo utilizada para el reparto de algunos alimentos a las personas más necesitadas, como ya he contado. Todos, con gran gozo, recibimos la noticia de que aquél día no habría clase, y tú, querido Agustín, nos dijisteis que no solo nos fuésemos alegres por no tener clase sino, dentro de lo que era posible, porque algunas personas necesitadas estaban recibiendo algo de lo que en nuestras casas no solía faltar.
También fuisteis avanzados pedagogos, teniendo siempre presente el tiempo y las circunstancias en que vivíamos, como por ejemplo cuando Manolo, de una a dos de la tarde, cuando don Juan ya se había marchado a su casa, nos organizaba en dos grupos simbolizando a Roma y a Cartago. Roma la imperial y poderosa, Cartago la valiente y luchadora. Y así, explicándonos, pregunta tras pregunta, el significado de estos simbolismos históricos, dejando que cada uno fuese eligiendo el grupo que deseaba, resultaba que al final intentábamos quedar como cartagineses, a pesar de que ya nos había advertido que éstos fueron derrotados por los romanos.
Además de eficientes profesores, destacasteis como excelentes maestros del sentimiento y de la vida que en aquellos años se nos podía intentar enseñar, verdaderos educadores como diría Antonio Gordo. Como cuando un día nos hablasteis, en esta ocasión a la par, que quien mucho duerme poco vive, cambiando rápidamente el giro de la expresión, nos inculcabais que hay que estar despiertos, muy despiertos, para vivir, en todo momento y circunstancia, adecuada y justamente.
Queridos Agustín igualmente, jamás olvidaremos, aquello que nos repetíais de que la verdad y la honradez debía de exponerse al igual que los buenos cristianos efectúan su confesión, diciendo primero los pecados más graves. Poniéndonos el ejemplo del bolsillo llena de bolas, hoy canicas, en el que había preciosas chinas y atractivas cristas junto a aquellas gordas bolas de barro, las más baratas, y resultaba que aquellas grandotas de barro eran las primeras que, en contra de todo razonamiento humano, debían salir por el agujero que tenía el bolsillo que, por cierto, a pesar del esmero y cuidado de nuestras madres, a prácticamente ninguno nos faltó en tantas ocasiones al convertir los bolsillos de nuestros pantalones en unos ciertos almacenes de toda clase de objetos.
Inmediatamente, en lo referente a la confesión, lo aprendimos todos, aunque procurábamos no llevarlo a cabo cuando nos tocaba confesarnos con el bueno de don Miguel por el “tironcillo” de orejas que nos venía a continuación. Pero, en lo referente a la verdad y a la honradez, la vida se ha encargado de que repasásemos más de una vez adecuadamente la lección para practicarla en más justa medida, aunque no en toda su dimensión, por lo que seguiremos esforzándonos para dar cumplida respuesta a ese saber actuar del que nos hablabais.
Mira, querido Agustín, sí, junto a nuestros padres, participaste en que asumiéramos bien esa lección, así cuando decidimos por fin no rezagarnos más en reunirnos para daros sincera prueba de afecto y gratitud, en gran medida, el acto de reconocimiento que os dedicamos lo hiciste extensivo a todos los buenos maestros que, a lo largo de la historia -y han sido muchos años y muchos, muchísimos, los buenos maestros-, ha tenido y tiene actualmente nuestra Alhama.
De este modo, insisto, desde la voluntad de los alumnos que ponen de manifiesto su cariño a sus maestros, dejamos para siempre testimonio de esta forma de pensar y sentir, recordando, junto y contigo, a todos esos maestros, lo que comprende también a tantísimas magnificas maestras, por supuesto. Si nos enseñasteis en alguna media esta forma de ser, es porque igualmente la habías recibido de vuestros padres y maestros. A quienes no piensan, así les recordamos las palabras de Fernando de Rojas cuando afirma que es miserable cosa pensar en ser maestro el que nunca supo ser discípulo.
Sé que este alumno, haciendo uso del sentimiento de todos, ha vuelto a asumir el inmenso honor de entregarte los deberes, los que no están conseguidos al nivel que a ti y al recuerdo de Manolo corresponde. Me salva, una vez más, que como excelentes personas y maestros nunca fuisteis intransigentes y sí muy comprensivos.
Por mi parte, en relación a aquella “plana” que en especial me dictasteis a mí una tarde de mi niñez, teniendo diez años, cuando hacía pocos tiempo que había muerto mi padre, he de decirte que sigue muy viva en mí y por lo que os daré las gracias cuando nos reencontremos los tres en la Eternidad, si es que soy merecedor a llegar a ese lugar. En aquella ocasión fui muy aplicado, observando y aprendiendo aquella lección de humanidad que, estoy seguro de ello, me impartisteis sin pretenderlo y de tal forma que jamás, nunca, en el transcurso de cincuenta y cinco años, he olvidado.
Así, querido Agustín, recordando a todos los buenos maestros que a lo largo de la historia ha tenido nuestra Alhama, se formalizó, nuestro decidido compromiso de seguir estudiando constantemente nuestra lección de compañeros y amigos, porque supisteis enseñarnos para no olvidar y no hemos olvidado, ni olvidaremos lo que vosotros y aquellos años supusieron para nosotros. Como viene a recoger la placa situada en nuestro Ayuntamiento, junto al lugar que fue el de las Escuelas del Paseo, y que, textualmente, dice:
A los buenos maestros que ha tenido Alhama a lo largo de su historia, recordándolos junto a Agustín Molina y Manuel Vinuesa, sus alumnos y amigos en agradecimiento por su enseñanza y entrega. Agosto, 1999 |
Querido Agustín, con mi afecto hacia tus hijos y nietos, recibe un fuerte abrazo de este alumno al que distinguiste pronto con tu elevada amistad.
Andrés.