Alhama, nuestra Alhama, entre otras muchas cosas esenciales, es también el irreemplazable lugar donde tuvimos y tenemos entrañables amigos. Donde se forjaron amistades que perdurarán hasta después de nuestra marcha. Es bueno, de tiempo en tiempo, cuanto más mejor, echar un vistazo atrás sin dejar de sentir y expresar donde emocionalmente nos encontramos en este sentido.
Cartas alhameñas
A Miguel Ramos Espejo
“Cuando los amigos son para siempre”
Querido Miguel:
Cuando se ha vivido y sentido, y se sigue haciendo con la adecuada plenitud que puedes pedirle a los años. Cuando el ayer forma parte de uno tan sustancialmente como deseas, de tal manera que puedes volver a él sin que te imponga un presente o te limite un mañana. Cuando, cumpliéndose lo que hubo de ser, la niñez y los primeros años de juventud conformaron la firmeza de lo que ha venido siendo y es nuestra personalidad en el transcurrir de la vida. Cuando no dejamos de echar raíces a la par que, anímicamente, seguimos creciendo también hacia el firmamento. Cuando todo esto se da, resulta que no te extraña que, andando los años, casi sesenta años por ejemplo, la amistad, la sana convivencia de aquella niñez convertida en afecto para toda la vida, de buenas a primeras, tome especial cuerpo, se avive como rescoldo que se transforma en espléndida lumbre, y te deleite sensiblemente, reviviendo en el recuerdo cuántos buenos amigos tuvimos y cuántos aún, por fortuna, seguimos teniendo.
Si lo son los que lo fueron: se trata de nuestros amigos. No es necesario que los veas con cierta asiduidad, ni siquiera que hables con ellos periódicamente, ni que tengas que enviarle un mensaje o "un guasa" -"WhatsApp", si es que practicas ello-, ni tan siquiera que le escribas una carta, aunque, eso sí, siempre es bueno saber de ellos y echar un rato cuando se presenta la más mínima ocasión.
Michel en sus años escolares
Sólo recordando, reflexionando si se quiere, desde lo mejor de la afección, sobre aquellos años y aquella amistad que entonces comenzó y no ha dejado de persistir, es suficiente para, una y otra vez, retornar a aquellos comienzos que han quedado en nosotros cincelados de por vida.
Como bien sabes, querido Miguel, inesperadamente te vienen al pensamiento aquellos amigos que se nos han marchado. Y a ti y a mí han sido ya demasiados. Muchos, por tres razones esenciales. Una, porque siempre estuvimos abiertos a la amistad; otra, porque disfrutamos muy pronto de tener amigos que nos llevaban, en algún caso, hasta veinte años y que tanto nos enseñaron, y otra, sobre todo, porque pronto observamos, sentimos y ejercimos que la amistad verdadera es la que se construye con sólidos vínculos de afecto, los que se mantienen por encima de los vaivenes de la vida. Para nosotros, la auténtica amistad jamás fue, no es, ni será esa que para tantos es una utopía en este mundo globalizado, porque la que practican se apoya en relaciones basadas en la inmediatez y la superficialidad. No, ni mucho menos.
Antonio Ramos padre y Carmen Espejo madre, con sus diez hijos
Sí, hoy al escribir esta "Carta alhameña, he comenzado, más que a recordar, a pensar porqué ese valor universal de todos los tiempos que es la amistad a ti y a mí, como a varios de nuestros amigos de aquellos años que siguen siéndolo, nos distinguió, y no fue, precisamente, porque familiarmente nos sintiésemos solos o aislados en nuestra niñez.
Todo lo contrario, fuimos niños muy queridos por los nuestros y por muchas personas a las que no nos unían vínculos la sangre. Extrovertidos, con nuestros estados de ánimo dispuestos en todo momento a compartir juegos y complicidades propias de esa edad. Sin saberlo y, menos aún, pretenderlo, resulta que no dejamos de fraguar afectos, los que se perpetuaron en lo mejor de nosotros. Amistades que no han dejado de serlo a lo largo de todo nuestro caminar terreno.
Concretamente en ti, con muy pocos años, ya se veía venir tu carácter cordial, franco para ser buen amigo de quien fuese necesario. ¡Cómo no lo ibas a ser! Animoso y espabilado, simpático y receptivo, no tenías aún seis años cuando al anochecer de los días de verano, por ejemplo, en el cortijo de “Polilla”, acabada la faena del día, la mujeres se reunían para rezar el rosario y, con los demás niños, te veías atrapado en la monótona letanía del rosario que rezaba Mamá Trinidad, la hermana de tu abuela Esperanza Vargas. Rezo lentísimo que parecía no tener fin y aguantabas sentado todo inquieto sin cesar de balancear tus piernas. Ahora bien, nada más concluir aquel pequeño suplicio para los más pequeños -no sé si también para algunos más mayores-, llegaba tu hora y todos se lo pasaban de maravilla contigo. Ponías la guinda a la velada, cuan un Joselito de la época, asomándote desde la vacía tinaja de agua, hacías resonar tu voz y, probablemente, las canciones que semanas antes habías visto interpretar en una película en el Cinema Pérez o escuchado aquella mañana en la radio. Cantabas no mejor que los ángeles, pero si dejando en muy buen lugar a Antonio Molina.
Michel con nuestro entrañable e inolvidable Paco Pérez
Son muchas las causas y elementos que propician el nacimiento de una amistad y, más concretamente, la consolidación de la misma. En nuestro caso, por supuesto, la obvia y elemental primera fue la de espacio y tiempo. El espacio en el que vivimos nuestra niñez y juventud, Alhama. Y el tiempo, aquellos años cincuenta y sesenta en los que, por fortuna, jugábamos bastante más, mucho más, con numerosísimos chavales, empleando imaginación y dinamismo físico, por nuestras calles y paseos alhameños. La televisión no nos llegó hasta casi la mitad de los sesenta, ¿pudo ser ello una suerte para nosotros?, y por lo tanto tampoco los entretenimientos y juegos que la misma ha ido propiciando e imponiendo. Así, nuestro desarrollo psíquico era más con personas de nuestra edad que con esas “maquinitas” que absorben durante horas al cerebro de los niños. Jamás he estado en contra del desarrollo, ni mucho menos; sí de que el uso exagerado de la tecnología nos condicione las relaciones entre personas y, más aún, en la infancia y niñez.
Además, nosotros teníamos en común la entrañable amistad de nuestras madres, dos personas de mirada dulce y afectuosa, ambas recordadas durante décadas por su belleza y, más aún, por su bondad. Se decía, ¡y mira que Alhama ha sido y es tierra de mujeres guapas! -espero que esto no se interprete como una actitud “machista”, como algunos consideran todo piropo, pues lo único que estoy expresando es una verdad como un templo-, que fueron de las mujeres más bellas de nuestro pueblo.
Por supuesto, tu decidida aptitud de ser amigo de todos no te venía dada porque te encontrases solo en casa. Eres el séptimo de diez hermanos. Esperanza, Pepe, Charo, Balta, Amparo, Antonio, tú, Carmen, Juan y Rita, sin contar los muchos y excelentes primos que tenían vuestra casa como propia, gracias a la proverbial cariñosa hospitalidad de tus padres. Más que primos-hermanos, o segundos, se trataban y siguen siendo “hermanos-primos”. Por ejemplo, ahí están esas dos hijas únicas, nuestras queridas Quety y María Ángeles, que os tuvieron cada una como diez hermanos propios, ni más ni menos.
Representación de un curioso desfile de modelos en el que Miguel presenta a Mari
Naciste mellizo con una hermana a la que se le puso el nombre de Carmen, que murió a los pocos meses de nacer. Dicen que este hecho algo hubo de influir en ti en lo que se refiere a tu personalidad decididamente predispuesta a compartir afectos.
Aunque, pronto se superó esto, con la venida de la nueva Carmen, algo así como tu inseparable pareja de hermanos en la infancia y primeros años de niñez. Fuiste con ella muy especial, bien se lo ha merecido desde que nació, y tú hasta la llevabas en tu imaginaria motocicleta, potente último modelo sin lugar a dudas, desde tu natal casa de la calle Guillen hasta "La Joya" donde ambos asistíais a clase. Eso sí, siempre con una enorme cartera a la espalda, con la que parecías ir, más que un curso de primaria, a la mismísima Universidad.
Lógicamente, con tres hermanos varones mayores y uno más pequeño, ¿qué podías hacer cuando entonces la diferencia de un par de años era todo un mundo? Tirar por la calle de en medio y, con tu simpatía y buenas maneras, hacerte entrañable e inseparable amigo de tu abuelo Baltasar. A él le encantaba llevarte consigo. Tu gran cordialidad y ocurrencias eran toda una satisfacción para él, un verdadero orgullo. Desde hace unos años tú y yo, nos venimos haciendo una clara idea de ello con nuestros nietos, ahora comprendemos cuánto se nos quiso, como te pasa a ti con Dani, Pablo y Jimena.
Tenías mucho de particular. Alguien, concretamente José María, el amigo de la familia que acaba de volver de Francia, donde había permanecido varios años y hablaba a la perfección francés, que llevaba el camión de tu padre, observando esta personalidad tuya, decidió que había que singularizar también tu nombre. Comenzó a llamarte y hacer que te llamaran Michel. Sí, siempre fuiste para todos tus amigos Michel y, aunque han pasado muchos años, cuando surges en los recuerdos o conversaciones, sigues siendo nuestro Michel. Lo de Miguel era, y sigue siendo aunque los años manden, algo así como más serio. Además de que, claro está, siempre te sentiste orgulloso de llamarte Miguel por tu tío don Miguel Ramos Maestre, aquel buen médico, padre de otro querido facultativo alhameño, don José Luis, que igualmente tanto te quería, ambos de feliz recuerdo en nuestra Alhama. Aprovecho para contarte que tu tío don Miguel fue un buen amigo de mi padre, hasta el punto de que llegaron a comprar un caballo a medias para pasear y, en momentos muy difíciles, intercedió decisivamente por él como por tantas otras muchas personas.
Miguel y Mari
Un día de mediados de los cincuenta, puede que por la novedad que ello suponía en un primer momento, te ilusionaste con ingresar en el internado del Colegio de los Dominicos en Almagro donde, entre varios alhameños, se encontraba tu hermano Antonio y tu querido primo Antonio Larios. Pero pronto llegó la realidad, tú no soportabas estar fuera de la casa familiar, apartado de tus padres, y la nostalgia se te echó encima con tus pocos años. Dejemos que lo cuente Antonio: "Miguel ostentó en el colegio el record de brevedad. Durante el día, Michel jugaba, organizaba partidas de indios y soldados, apenas si estudiaba... Cuando caía la noche y estaba en el dormitorio colectivo, abrillantaba los zapatos como un betunero profesional... Pero se apagaba la luz y se echaba a llorar... Así estuvo cuarenta y cinco jornadas, jugando de día y llorando de noche. Hasta que llegó mi madre a recogerlo". La buena de tu madre efectúo un muy complicado viaje para aquel tiempo. De Alhama a Granada, desde Granada, en tren de carbonilla, cruzando Despeñaperros, hasta hacer transbordo en Manzanares y seguir hacia Almagro. Allá Arriba estará comentando lo que se le hizo de largo este viaje sabiendo cómo te encontrabas, pero también la gran alegría que te llevaste cuando la viste y, más aún, cuando saliste para siempre de aquel colegio camino de Alhama. Te aseguro que, además de por el inmenso cariño que te tenía, como a todos sus hijos, así como por tus golpes, aquel viaje de vuelta hubo de ser uno de los más dichosos de toda su vida al verte tan feliz.
De nuevo en tu Alhama y, aún con pantalón corto, te gustaba vestir con cierta formalidad, poniéndote corbata y, si llevabas chaqueta, tu pañuelo en el bolsillo de la misma. Lo que no quitaba para que, cuando jugábamos en el Paseo fueses de “elegante sport”, ropa más apropiada para nuestros saltos “hípicos” de los jardincillos del Paseo con nuestros imaginarios corceles, relinchantes y briosos. Actividad deportiva que estaba rigurosamente prohibida y era sancionada con multa de cien pesetas.
La familia Ramos Espejo - Espejo Fernández, al completo
¿Te acuerdas cuando el municipal Flores os cogió a ti, a mi hermano Félix Luis y a Pepe Sánchez Moreno efectuando estos ejercicios? Multa a cada uno de cien pesetas, que entonces era dinero, nuestra paga semanal era de unos "diez reales", 2,50 pesetas. Pepe y tú, casualmente yo os acompañé aquella mañana, visitasteis el Castillo y "la autoridad", ante vuestro "arrepentimiento", os “indultó” la multa a los dos.
Todo esto sin olvidar tu vocacional labor de monaguillo en San Diego. Allí paladeabas el escaso dulce vino que don Miguel dejaba de una misa para otra y, en alguna ocasión, se encontró que cuando fue a consagrar sólo contaba con agua. Hablando de San Diego, inolvidable aquél anochecer navideño que fuimos a felicitar a nuestras queridas monjas y, con la generosidad innata de las mismas, nos ofrecieron unos mantecados. Todos dijimos que no se metieran en eso, se fue la luz y, cuando unos minutos después volvió esta, resultó que no quedaba un solo dulce en la bandeja.
Muy poco después, llegaron los años de la consolidación de la amistad de los tres. Tú, Paco y yo. Paco Pérez, Francisco de Paula Pérez Morales, querido, irrepetible e inolvidable en nosotros, como en otras personas, mientras vivamos. Demostraste con Paco vuestras excepcionales cualidades de actores. ¡Qué capacidad para improvisar a pesar de vuestros pocos años! Y que grandeza para hacernos pasar a todos los amigos unos ratos deliciosos y gratísimos, llenos de desenfado. “Tip y Col”, cada vez que los veía años después, me recordaban en mucho a vosotros, aunque ellos "en mayores" pero no decididamente mejores.
La cuota familiar de conductor, ¡con lo que a ti te gustaban los camiones y toda clase de vehículos!, se la quedó tu hermano Pepe, que con Balta también había estado en el Colegio de “El Palo” como Antonio, quien sí se quedó, ¡y de qué manera!, con los estudios y la intelectualidad, hasta el punto de que, desde entonces, aún no ha parado, ni parará. Balta parecía al principio que iba para la agricultura, y tu madre percibió con total nitidez que tú no habías nacido para arar en el Llano Sarmiento. Más aún cuando Balta, con el que fuiste en alguna ocasión a echarle una mano en las labores del campo, informo fielmente que no era lo tuyo los arados y las faenas agrícolas.
Balta se iría después para Barcelona, el campo quedaría para que años después lo atendiese Juan, y tú, tras unos cursos más de secundaria, entraste en “Hijos de José María Molina Maldonado”, el establecimiento comercial más importante y completo de Alhama en aquellos años. Te gustaba el oficio, sabías tratar al público, siempre fuiste un magnífico relaciones públicas y, además, te tuteabas con los comerciantes alhameños, además de ser apreciado y querido por tus dos jefes, los nobles de Álvaro y Antonio Molina, don Miguel Morales Palazón, “el alcalde viejo” como le conocíamos, Luis sus hijo, Ramón Molina, Antonio Moreno Cabello, Pedro Gómez Pérez, … y, ¿cómo no?, tu querido chacho Diego, solían ser interlocutores tuyos de "la marcha comercial" de nuestro pueblo.
Miguel con su nieto
Cuántas veces hemos comentado tantos alhameños que vivimos aquellos años que de haber dado tú y Paco Pérez con un descubridor de artistas, un manager como se dice ahora, hubieseis hecho carrera en el teatro y en el cine. ¿Recuerdas cuando actuasteis ambos en aquellas representaciones de sainetes que llevamos a cabo en la abandonada iglesia del Carmen o en el mismo cine? Como erais alérgicos a aprenderos y seguir el guión de la pieza teatral, improvisabais y tan sólo con la simulación de que ibais a levantaros el pernil del pantalón recibíais el caluroso aplauso de los cientos de personas asistentes a la función, las que no cesaban de reír a carcajadas gracias a vuestras interminables salidas, sutilezas e ingeniosidades.
Por aquellos años y los siguientes, nuestras “trillas” del Paseo, horas y horas desde la entrada del mismo a la pared del Castillo, en un interminable ir y venir, conversaciones y hasta “discursos políticos”; nuestras ferias y verbenas, los baños en verano, excursiones a las alamedas, los primeros años del festival del que formaste varias veces parte de su organización,… y una multitud de vivencias que luego, por suerte, seguirían en Málaga donde tú ya estabas de lleno ejerciendo tu profesión, recorriendo media España cada mes.
El día que me incorporé a “Sol de España” en Málaga, los que fue posible gracias al buen amigo José Luis de Mena, tuve el honor de ser recibido por ti y Antonio en la estación de la Alsina. Tuvisteis la amabilidad de llevarme a casa de tus acogedores tíos Antonio y Antonia, de imborrable recuerdo para mí. Tú cogiste una de las maletas que traía. Una grande, con unas correas especiales que la amarraban bien, y que cuando comprobaste lo muchísimo que pesaba me preguntaste:
-Andrés, ¿pero qué traes aquí?
-Libros -fue mi respuesta-.
-¡Pues coño cuánto pesa la Cultura! ¡Y eso que dicen que no ocupa lugar! -replicaste-.
Y nos hicimos adultos. Y siguió nuestra amistad. Y seguirá siempre, hasta después de que nos marchemos.
Has tenido la enorme dicha, como también puedo afirmar yo con Mari Carmen, de compartir el camino con una mujer excepcional, como es Mari, Maruchi como la llamábamos de jóvenes, y con unos hijos -Antonio David, Bernardo, Carmen María y Juan Manuel- que han ido agrandando más y más ese maravilloso e inigualable sentimiento de familia que lleváis desde vuestra cuna.
Así, relacionando los elementos que se dicen que consolidan y proyectan una amistad desde y para siempre, como es la nuestra, hemos de decir que cumplimos los requisitos que han de darse para ello. Como son los de caerse bien, tratarse, tener cosas en común, darse el desinterés mutuo, tenerse confianza, ser leales, respetarse y, sobre todo, apreciarse y estimarse, dicho clara y limpiamente, quererse.
Como siempre, mis afectuosos recuerdos para Mari y saludos para tus hijos. Y para ti, querido y entrañable amigo Miguel, inolvidable Michel, un fuerte abrazo.
Andrés