¡Qué inesperada forma de acabar o empezar el año! Todos corriendo y aquello ardiendo. Si la celebración con los amigos de la Nochevieja iba a ser eso, mejor era ya dejarlo para bastante más adelante, para cuando tuviésemos unos cuantos años más.
“CARTAS ALHAMEÑAS”
Andrés García Maldonado
A Francisco López Castillo
“Nuestras primeras Nocheviejas”
Querido Paco:
El tiempo ha continuado su inexorable transcurrir. Ni el paso de los años, ni la distancia, ni el que nuestros encuentros se produzcan de tiempo en tiempo, han podido con la solidez de nuestra amistad de niños, que se reforzó en nuestros primeros años de juventud y, ya antes de “servir” a la patria, quedó solidificada para siempre. Una vez más, hemos de recordar que la auténtica amistad, no la improvisada por el compromiso o las interesadas circunstancias, una vez que nace no deja de crecer convirtiéndose en imperecedera, superando incluso nuestra definitiva partida.
Así, el afecto de siempre, como es el caso, se aviva una y otra vez con el recuerdo de las vivencias compartidas. Son determinados momentos y fechas que no se olvidan. Lo que sucedió aquel día o en aquella ocasión, o bien al venirnos a la memoria esa persona que forma parte de nuestros mejores recuerdos, de la que recibimos su cariño, como sucedió, en mi caso, con tu madre, siempre querida, con tu hermano Justo y con Félix Luis, el mío, de los que no dejamos de hablar cada vez más, a pesar de que el tiempo de sus marchas se cuentan ya por lustros.
En el caso del noble de Justo jamás olvidaré aquel amanecer que, tras toda la noche caminando, alcanzamos la cumbre de “La maroma” y se me ocurrió silbar a los que se quedaron atrás celebrando nuestra "victoria", lo que provocó un cabreo de tomo y lomo en Sergio Simón, el que se vino para mí con el claro propósito de partirme la cara y, rápidamente, tu hermano puso orden y, algo más, la cordura que poseía y le distinguía. Y de Félix Luis, ni tú ni yo, como otros buenos amigos de él y nuestros, hemos olvidado jamás su inteligencia y profundidad a la hora de abordar y tratar cualquier tema o cuestión moral o filosófica por muy peliaguda que fuese.
Por aquellos años, no lo olvidemos, las celebraciones anuales que a todos nos atraían y que anhelamos, eran pocas, aunque, eso sí, nos lo pasábamos bastante bien, en todas ellas. Aunque muchos se sorprendan, no teníamos televisión. Tampoco discotecas o clubs donde ir a bailar, sólo en la tarde de los domingos de verano, ya entrados los años sesenta, en el Patio del Carmen había “verbena”, de ocho a once, más o menos, en la que tantos aprendimos a dar algunos pasos de baile.
Las Navidades, la Semana Santa y las Ferias de San Juan y Septiembre, venían a componer lo fundamental de nuestro calendario festivo. El Carnaval se celebraba, pero con distinto éxito de un año para otro, siempre vivo, aunque generalmente muy apagado, ya que estaba perseguido y dependía de cómo se lo tomase la autoridad de turno. Eso sí, dedicábamos incansablemente las postreras horas de la tarde y las primeras de la noche a “trillar” de un extremo a otro el Paseo al que aún no se le había confirmado su naciente denominación del Cisne, lo que sucedería con la celebración en el mismo del II Festival de la Canción, en 1967. Menos mal que, al menos, contábamos con nuestro “Cinema Pérez”, acudiendo generalmente a la función de la tarde del domingo.
Y, como me imagino que a ti te pasará, el día y celebración de la Nochevieja es uno de esos momentos que nos hacen retornar a aquellos años de nuestra niñez y primera juventud, a nuestra Alhama y a la década de los sesenta. No tan sólo por las que compartimos en esos años, también por lo sucedido en alguna de ellas.
Hasta nuestros doce o trece años, en el ámbito familiar, la Nochevieja venía a ser como una Nochebuena más. La primera tenía la ventaja que era la del primer y gran día de las Navidades. La segunda porque dejábamos atrás un año que, por unas u otras razones, en aquella temprana edad, aglutinaba hechos que serían, a la postre, imborrables para nosotros, a la vez, que recibíamos a un nuevo año que, lejano hacia tan sólo algo más de un mes, tardábamos días en adaptarnos al cambio de su último dígito.
El tiempo caminaba para nosotros bastante más despacio, al contrario de lo que nos ha ido sucediendo con el paso de los años. Eso sí, hasta hace nada, hemos seguido con el decidido propósito de mejorar en todos los sentidos y alcanzar nuevas metas, que, por lo general, han ido quedado de un año para otro, muchas de ellas consiguiéndose al fin.
Muy pocos, querido Paco, se han dado cuenta en su vida, sobre lo que me comentabas el pasado sábado, de que "hay que apuntar a las estrellas para conseguir la luna". Creo que bastantes de aquellos años, como en todos los tiempos los ha habido y los hay en la actualidad, hemos apuntado con cierta constancia a las estrellas, y hasta más allá, y algo hemos conseguido. Al menos, sí hemos recibido rayos de la misma Luna. Por ejemplo, el haber podido dedicar prácticamente toda nuestras vidas a lo que realmente nos ha gustado hacer y lo que nuestras vocaciones nos han pedido, que no ha sido poco. Eso sí, sin olvidar nunca, aquél consejo que recibimos, en nuestro campamento veraniego de Sierra Nevada, ejerciendo de Boys Scout, de que "cada día hay que intentar hacer una buena obra, aunque únicamente sea ayudar a atravesar la calle a un invidente".
Entrando en concreto en nuestros días de Nochevieja: ¿te acuerdas de aquél de 1959? Sí, el mismo. Durante varias horas de la mañana estuvimos formando parte de una enorme cola de niños y jóvenes a quienes nuestras madres nos habían mandado a confesar. ¡Y pobre de aquél que no lo hiciese! Se había corrido la voz, me imagino que sucedería por todas las tierras y los pueblos de la católica España, que uno de los tres secretos revelados por la Virgen de Fátima a los pastores portugueses, era, ni más ni menos, que el Mundo podía llegar a su fin con la llegada del año de 1960. Y, por lo tanto, todos a confesar. Así, lo hicimos. Bastantes recibiendo los tirones de orejas que daba don Miguel, doliendo, más que físicamente, moralmente, ya que todos los niños que se encontraban aguardando turno para confesarse observaban que el confesante algún "pecado gordo" habíamos cometido. En fin, como bien patente ha quedado, aunque las personas se siguen matando por doquier, el mundo no ha dejado de girar sobre sí mismo día tras día, desde aquellos de nuestra niñez.
Tiempo en el que pasábamos, en tu inmensa casa-molino, las mejores horas de juego toda la chiquillería de la calle Enciso y media Placeta Alta, siempre jugando a las espadas, al Oeste o a cuanto se nos ocurría. Muchos amigos te pedían que les hicieses una espada "para nuestras luchas y combates", ya que, poseyendo una gran destreza para realizar estas "armas" de palo o tabla, contabas con las carpinterías de Federico y Juan Morales y de Paco Villegas, mientras yo te pedí la realización de un bastón de mando. Quizá es que ya me atrajera más la sociedad civil que la imperante militar, o, simplemente, porque veía que el alcalde mandaba más que el teniente de la Guardia Civil en las procesiones y actos solemnes.
Los fines de años posteriores, transcurrieron con bastante menos temor y pasándolo mucho mejor. Aunque por la mañana teníamos clase los ya estudiantes de Bachillerato Elemental, por la tarde, el afable de nuestro querido maestro Agustín, nos llevaba a Torresolana. En uno de sus hermosos prados disputábamos un partido de fútbol y, a continuación, nuestro profesor nos narraba algunas historias que se han quedado grabadas en lo mejor de nuestra memoria. Después, la cena familiar, finalizada la misma, eran los hermanos mayores los que se iban “por ahí”, mientras los menores nos quedábamos dedicando unas horas a cualquier juego de mesa. Ni campanadas, ni uvas, ni nada por el estilo.
Nosotros, el día 31 de diciembre de 1963, entre quince y dieciséis años, ya nos consideramos “mayores”, o, al menos, nos lo creímos y decidimos organizar nuestra particular fiesta de bienvenida al nuevo año.
Aprovechando que, por presidir la Juventud de Acción Católica, teníamos la disponibilidad de lo que era la “casa de la iglesia del Carmen” -entonces este templo convertido en almacén de maquinaria, encontrándose totalmente inservible para el culto-, decidimos un grupo de amigos preparar una fiesta, en total seríamos diez o doce muchachos.
Compramos aquella tarde unos refrescos y cada uno nos llevamos de nuestra casa algo de comida. A la hora prevista, que no recuerdo cual fue, si las nueve o las diez de la noche, estábamos todos en la vivienda que, hasta hacia tan sólo unos años, había utilizado como tal el cura coadjutor más joven de la parroquia. Ya como sede de Acción Católica, contábamos con el enorme atractivo de tener allí la única mesa de ping-pong que había en Alhama y, por supuesto, toda clase de juegos de mesa.
Comenzamos nuestra celebración tomando “unos refrescos” y algún que otro bocadillo o dulce casero. Y comenzamos a despedir el año en espera del que se nos acercaba. Cantamos, el que sabía, como tú que siempre lo hiciste de maravilla, como me imagino que seguirás haciéndolo. ¡Cuántas veces te pedí, como “cantante” que eras de la Tuna Alhameña, mis canciones preferidas en aquellas serenatas que echábamos!
De buenas a primeras se fue la luz. Creímos en principio que sería uno de los viejos “apagones” de luz que se producían en todo el pueblo, lo cierto es que ya por aquellos años se producían bastante menos. Alguien observó una llamarada que procedía de la escalera y, asomándose, exclamó: “¡Fuego! ¡Fuego!”.
Salimos todos hacia la escalera, la instalación eléctrica estaba ardiendo, los viejos cables, con su costra de cal de tantos blanqueos, ardían cual pólvora, subiendo una línea de fuego, con la que nos cruzamos de inmediato cuantos allí nos encontrábamos al bajar precipitadamente las escaleras y poniéndonos a “cubierto” en la calle.
Tras un tiempo expectantes, preocupados y nerviosos, observando que los cables habían cesado de arder a la altura de la primera entrada de arriba, nos atrevimos a volver a arriba para coger bebida y comida. Realmente la fiesta, sin haber entrado aún el nuevo año, había finalizado. 1964 lo recibimos en la puerta de la abandonada iglesia, eso sí, tomándonos “unos refrescos”, y marchándonos pronto cada uno a su casa.
Al día siguiente observamos las consecuencias de lo que hubo de ser un cortocircuito, bastantes metros de instalación eléctrica habían ardido, concretamente el tendido que unía el contador con la primera habitación de la planta de arriba, el que seguía el mismo curso de la escalera.
Tú, como siempre, dispuesto y preparado con un sorprendente sentido común para todas estas tareas técnicas, repusiste cuanto había ardido. A pesar de tus pocos años para estos menesteres, siempre fuiste una persona altamente avezada en esto de la electricidad, hasta el punto de que tan sólo dos años después, eras ya quien montaba todas las instalaciones eléctricas de nuestras representaciones teatrales, bien en la misma iglesia del Carmen como en el Cinema Pérez, y sobre todo en las primeras ediciones del Festival de la Canción, responsabilizándote de la cuestión de iluminación e instalación eléctrica para el sonido. Venías a ser, más bien, eras, algo así como el director técnico de todos los montajes y, en especial, de los que tenían que ver con la electricidad, siempre con acierto y generosidad, sin percibir una peseta y sí serias advertencias de Muñoz por atreverte a tocar la instalación general de electricidad sin su conocimiento, e indicándonos el mismo que para eso estaba él o uno de sus hijos.
Poco años después, bien pusiste de manifiesto tu singular inteligencia para la técnica con la realización de tus estudios oficiales en Córdoba y convirtiéndote en sobresaliente profesor titular de la Universidad de Córdoba, en su Escuela de Ingenieros Industriales, alcanzando el singular reconocimiento de “Profesor Honorario”, dirigiendo más de trescientos cincuenta proyectos de fin de carrera, que se dice pronto, y siendo decano innovador del Colegio de Ingenieros Técnicos Industriales de Córdoba y tantas loables cosas más que, igualmente, te han convertido en un alhameño por el que, los que sabemos del buen paisanaje de esta tierra, nos sentimos orgullosos, a la par que tú jamás has dejado de querer y manifestar tu hondo apego por el pueblo en el que nacimos.
Los dos años siguientes a la noche de “nuestro particular fuego”, la despedida del año fue reuniéndonos unos cuantos amigos después de la cena familiar. De acá para allá, con alguna bebida que “nos calentaba”. Lo cierto es que llegábamos a tomar algo de alcohol con "diecipocos" años, aunque no abusábamos del mismo, no recuerdo ninguna embriaguez entre nosotros, salvo la de aquel buen amigo que supimos que bebió algo más y se le ocurrió coger el camión de su padre empotrándolo contra una pared. Además de ser poco adictos a las bebidas de más de once grados, era poco el alcohol de alta graduación con el que contábamos.
Esas noches viejas de un lado para otro concluían pronto para mí, me iba para casa y resultaba que hacía estación en la fiesta que tenía lugar en casa de Chencha Serrano, la anterior a la de mi abuela en la calle Enciso, siempre contando con el inigualable ánimo y apoyo de su recordada madre, Carmen Pinos, en la que el cordial Juan Ruiz, “El Sacristán”, tocaba el acordeón con la gran maestría que le distinguía, siendo todo ello un lujo, pues venía a ser una de las pocas, por no decir que la única fiesta de Nochevieja alhameña de la época, que se desarrollaba con música en vivo y directo ¡Y qué agradable y buenísima música! Con sólo su acordeón amenizaba de una forma sorprendente y gratísima.
Y llegó el tiempo que ya como mayores -aunque la mayoría de edad seguía a los 21 años-, grupos de amigas y amigos comenzamos a organizar la fiesta de Nochevieja. En tantos casos, con la enorme alegría de que la ibas a compartir con la chiquilla que te gustaba o pretendías, o con la que se iba formalizando un noviazgo.
Así, llegaron las celebraciones en las que, en la casa que estaba desocupada de algún familiar o amigo, con un tocadiscos y una buena selección de discos, generalmente singles, se preparaba la velada que duraría hasta casi las últimas horas de la madrugada. Los muchachos abonábamos a escote la bebida que se consideraba que era necesaria y las chicas aportaban una bandeja o plato de comida. Abundaban aquellos que se tomaban fríos y no necesitaban muchos preparativos para servirse. No faltaron jamás los huevos rellenos, la ensaladilla rusa, la tortilla,… y, la verdad, aunque se repetía la especialidad, cada una tenía, ella o su madre, un exquisito don para esto de la gastronomía. Lo cierto es que en Alhama, salvo excepción contada, siempre se ha guisado excelentemente.
Se era tan espléndido por ambas partes, tanto en la provisión de bebidas como en la de comida, que al anochecer del día siguiente, volvíamos a reunirnos para dar término a las existencias.
¡Qué excelentes amigos y amigas! En muchos casos, parejas que consolidaron su relación y que hoy, tantos años después, jamás hemos olvidado aquellas celebraciones de la entrada del nuevo año antes de que la vida nos llevase a cada uno por muy diversos lugares y derroteros, aunque, lo más importante, por lo general, conservando una excelente amistad y un imborrable recuerdo que ha llegado hasta nuestros días.
En fin, bien sabes que te deseo a ti, como a Mari Luz y a todos los tuyos, una grata despedida del año a la par que un inmejorable nuevo año, al que recibiréis con ese arte que compartís para bailar lo que se os ponga.
¡Que 2015 sea de paz, concordia y ventura para todas las personas, absolutamente para todas! Aunque a alguien no le agrade que incluya a esas de mala voluntad que pueden cambiar y ser mejores.
Como siempre, querido y buen amigo Paco del Molino, un fuerte abrazo.
Andrés.