La lata de melocotones

El regalo por antonomasia que se impuso en el cumplido de visita a los enfermos, fue… ¡la lata de melocotones en conserva!

 En contraste con los despilfarros consumistas de la actualidad, que, en todas las efemérides de onomásticas, cumpleaños, días de…, bodas, despidos de, bautizos, comuniones etc., etc., utiliza el mismo derroche irracional y descontrolado de recursos del planeta, en los duros años de la posguerra había un curioso y socorrido presente, que cumplía las obligaciones sociales de toda una época: la lata de melocotones en almíbar o en conserva. Si quieres conocer lo que significó en aquellos años, sigue leyendo.

 Hace unos días terminó en Bakú, Azerbaiyán, la última cumbre del clima, que como la anterior en Dubai, o las de Paris, Glasgow etc. han sido un derroche de buenas intenciones, pero vacío de logros y realidades concretas. Y todos nos cabreamos y tiramos de la manta  del escándalo y de las críticas a los gobiernos de los países y a todos los políticos que en el mundo han sido, y para superar el sofoco, tomamos nuestro flamante coche y nos vamos al bar de moda que está en la otra parte de la ciudad, y de camino recojo los regalos de cumpleaños del niño, y un caprichito para mí mujer, que el domingo estrenará  conjunto nuevo, a juego con sus nuevos zapatos y que la pobre, hoy no ha podido cumplir con su obligado cupo de “consumismo desaforado y militante”. Parece tal, como si ese derroche de consumismo y contaminación, que todos practicamos, fuese ajeno a la esquilmación de recursos sostenibles y ruina ecológica del planeta, que está provocando el irreversible y posiblemente catastrófico cambio climático. Cuando lo pienso, me produce la misma sensación que cuando asisto a uno de esos improvisados foros de taberna o recacha, en los que se critica al “sunsum corda” de la política corrompida y de los políticos corruptos; terminado el “repaso” y sin solución de continuidad, uno de los tertulianos interpela a su vecino:  -“por cierto, lo tuyo lo quieres con IVA o sin IVA”, y la vida sigue.

al acceder como bloque a un masivo consumo, lo hacemos en una magnitud de diez veces superior a la capacidad de producción del planeta

 La sociedad de consumo, que la sociedad entera miraba como un avance de justicia social y de redistribución de la renta, por la universalización de los bienes de consumo, la generalización de la mejora de las condiciones materiales y de protección social o Estado de Bienestar en el mundo desarrollado, se ha convertido en una especie de “pan y circo” universal que entretiene y obnubila, pero que al final nos deja los bolsillos tan vacíos, como en cualquier época de carencia económica, con el agravante de que no sólo no hemos sabido dirigir nuestros ingresos a conseguir  la auténtica emancipación como clase y como personas, sino que además, al acceder como bloque a un masivo consumo, lo hacemos en una magnitud de diez veces superior a la capacidad de producción del planeta, superando hace tiempo todas las líneas de sostenibilidad del mismo.

 Yo recuerdo años de carencia absoluta e incluso hambruna, en las dos décadas siguientes a nuestra Guerra Civil, en España o en toda Europa, en la década posterior a la finalización de la II Guerra Mundial, a los que, por nada del mundo querría volver como modelo de sociedad, con la paradoja de que, siendo los años de vida de mi plena infancia, como en tanta gente, fueron los más felices de mi vida. Pero en cuanto las cosas mejoraron algo, salvo en libertades y derechos, que seguían restringidos, la gente disfrutaba de los pequeños lujos que nos permitía la vida: se festejaba cualquier pequeño lujo adquirido, cualquier pequeña satisfacción de consumo, una vez cubiertas de forma más o menos estable las necesidades perentorias. Se disfrutaba la adquisición de una hornilla de butano, el primer triciclo para el niño y a veces, hasta un televisor para la familia, que era el “sumum” del consumismo. Bodas, bautizos y comuniones, se seguían celebrando aún en la casa, aunque ya daba hasta para consumir en la celebración, dulces de encargo a la dulcería oficial del pueblo. Y los hipercelebrados y masivos cumpleaños de la actualidad, aún no estaban ni en el horizonte. Como mucho, una palabra de felicitación de familia y amigos más cercanos y a veces hasta una moneda o papel de 5 pesetas, para un pequeño capricho. Pero como digo, era un consumo moderado y sostenible, que no impedía disfrutar de la vida, o mejor dicho, que permitía disfrutar a tope de cada nueva adquisición, hasta sacarle todos los sabores del disfrute al bien adquirido. Quién no recuerda cómo se disfrutaba el vestido a estrenar en la feria, la primera “bici”, aquellos Reyes especiales de aquel año…, el televisor familiar, o los primeros coches “seillas”, que le daban variedad a las calles del pueblo.

como era en la mayoría de las ocasiones, servir para el cumplido regalo a otro enfermo

 Pero donde desde siempre, hasta en los rigurosos tiempos de penuria y penumbra, se hacía un esfuerzo supremo para cumplir con la familia, era con los enfermos o su convalecencia. Los presentes, no eran muy variados, pero de riguroso cumplimiento: desde una pepitoria casera, que levantaba a los muertos, hasta la típica y tópica lata de leche condensada, procedente del estraperlo de Gibraltar, a veces hasta con óxido exterior, pero un verdadero manjar reconstituyente para el enfermo, o frutas para nosotros exóticas en aquellos tiempos, como plátanos, chirimoyas o peras suculentas. Pero el regalo por antonomasia que se impuso en el cumplido de visita a los enfermos, fue… ¡la lata de melocotones en conserva! como indica el título de este relato, por su novedad como presente, y su exquisito paladar. Pero sobre todo por su ductilidad y versatilidad como regalo. Porque te permitía consumirlo, en beneficio del enfermo, o si la familia tenía algún compromiso inmediato, como era en la mayoría de las ocasiones, servir para el cumplido regalo a otro enfermo, que, a su vez, podía repetir la opción de regalarlo, con lo que podía darse la esperpéntica paradoja de que la célebre y socorrida lata de melocotones, llegara al cabo de unos meses, por segunda vez, a la misma familia que optó por regalarla en lugar de consumirla. Optando, en esta ocasión sí, a su consumo por el enfermo, la familia pudo comprobar dos cosas: primera, que la lata de melocotones en almíbar era la misma que ellos habían regalado siete meses antes, en el cumplido a otro enfermo y segunda, que la lata presentaba ya en esta segunda visita a la familia, caducidad del mes anterior. Doy fe de esta hipotética situación por la fe que a mí me dio la familia a la que ocurrió el suceso, allá por el año 1956. 

 Sólo después supe que la práctica de este supuesto, fue de socorrido y habitual uso, hasta bien entrados los años setenta. 

 Luego llegarían los tiempos de la sociedad de consumo, de las compras compulsivas, de las celebraciones con derroche, de los cumpleaños multitudinarios… de la muerte lenta del planeta como resultado de esta sociedad de hedonista de consumismo desaforado, donde colectiva e individualmente, hemos multiplicado por cien, nuestra propia cuota de contaminación.

 Remedando aquella célebre campaña de concienciación, habría que decir: “si tú puedes permitírtelo, el planeta no lo puede soportar!”.

Juanmiguel, Zafarraya.