Sí hay en todo El Llano un eslogan, mensaje, o frase que tenga un especial contenido y significado para su gente, éste sería sin duda alguna el de “Las Tres Marías”.
Tiene este eslogan, frase, marca o advocación piadosa, su origen en una imagen vernácula y sagrada, que es una representación estilizada del Paño de la Verónica, donde quedó impreso el rostro de Cristo, en su pasión, camino del Calvario, aunque aquí, la tradición la conoce, como la muy venerada imagen de “Nuestro Señor de las Tres Marías,” con “fiesta de guardar” de gran boato y fervor popular, el día 3 de mayo, en Zafarraya.
La segunda parte de la denominación de la figura del Cristo representado en el paño, ya ofrece más dudas, pues, aunque la tradición popular quiere hacer referencia a las tres mujeres llamadas María, que acarrearon el agua para la construcción de la ermita erigida en su nombre, parece más lógico que se deba a las tres santas mujeres que acompañaron a Jesús en el camino del Calvario, y en su crucifixión y muerte: su Madre, la Virgen María; María Magdalena y María, mujer de Cleofás. También lleva esa marca, alguna iniciativa empresarial del Llano, pero, sobre todo, es el nombre de una de las grandes cooperativas de comercialización del Llano, que junto a la que nació en Ventas, conforman “Hortoventas - Tres Marías, líder en manipulación y Ventas de productos hortofrutícolas en El Llano.
Pero las “tres Marías” a las que alude el título de mi relato de hoy, no va de mitos, leyendas, imágenes milagreras o fervor popular, muchas veces creado por intereses religiosos y políticos y que “casualmente” suceden en el mundo cada vez que se cierne sobre una zona, una posible revolución religiosa, política, económica o cultural o todas a la vez. No, en esta ocasión, “Las Tres Marías” son de carne y hueso y están enraizadas en la historia real, durísima y reciente de nuestros pueblos, como testimonio vital de una época. Son tres mujeres heroicas y sufridoras, del pueblo de Ventas de Zafarraya, que vivieron y lucharon, en nuestra durísima posguerra, desarrollando en un tiempo, no sólo una misma actividad, sino que ésta, las relacionaba entre ellas, en el desempeño su profesión. Estas mujeres son: la María de la Ropa o María de Millón, la María de Gusanillo o María de la China, y María “La Herrerilla”, mujer de Francisco Cunquero. Os aseguro que, si consigo describir una parte de su lucha, se removerán los cimientos de nuestros recuerdos.
las tres habían nacido en los albores del pasado siglo
Las tres, tenían valores, coyunturas y situaciones comunes y similares: las tres habían nacido en los albores del pasado siglo, las tres habían sido gravemente damnificadas y víctimas directas de nuestra terrible guerra civil, las tres quedaron viudas con posterioridad al conflicto, las tres se encontraban en situación de absoluta pobreza y desvalidez, las tres buscaron una solución económica para subsistir, en la venta ambulante de ropa y las tres estaban cargadas de hijos pequeños, lo que las hizo reaccionar como auténticas titanes para sacarlos adelante.
Fue nuestra primera mujer, María Guerrero García, una moza nacida en Ventas, guapa y animosa, que en sus años jóvenes, ennovió con un apuesto joven natural de Baza, Manuel Jesús Moreno Zurita, peón caminero que operaba por las carreteras de la zona, que muy pronto adquirió la cualificación de capataz. Crearon su propio domicilio en la “casilla de camineros” de la zona del Navazo, en la parte alta del Llano y con el tiempo, fueron llegando los hijos, hasta seis: Dolores, Paco, José, Manuel, María y Miguel. Vivieron unos años de cierta estabilidad económica, sin innecesarios lujos, pero sin faltarle de nada, en la crianza y educación de sus hijos. Cuando se cruzó por medio la terrible e injusta guerra que arrasó y quebró millones de vidas y familias en España. Buscando nuevas oportunidades, emprendieron la aventura de viajar hacia Baza, de donde era natural su marido, que esperaba allí, poder reengancharse en su profesión. Junto a muchos miles de personas (se habla de 200.000hombres, mujeres y niños, en la marcha), iniciaron la huida hacia el Este, por la tristemente conocida después, como “la carretera de la muerte”, en lo que se convertiría en uno de los episodios más vergonzosos y sangrientos de aquella cruel guerra, conocido como “La Desbandá”. Doscientos kilómetros de marcha, bajo las bombas de los golpistas rebeldes de Franco (los historiadores cifran las bajas de civiles en cinco a seis mil), con seis niños pequeños, alguno aún de teta, y una burra, que portaba el hatillo y a los más pequeños.
un pequeño accidente de trabajo, se complicara en una gangrena mortal
En Baza, Manuel Jesús pudo reincorporarse a su trabajo caminero, recuperando la familia el pulso por la vida. Pero quiso la fatalidad que un pequeño accidente de trabajo, se complicara en una gangrena mortal, por las nulas condiciones sanitarias de posguerra. Muerto su marido, María se encuentra sola, con seis niños pequeños y en un pueblo extraño, donde apenas conoce a nadie y decide volver a su Ventas natal. Instalados de nuevo en su pueblo, se acogen a la ayuda de su hermano y tío de sus hijos, José Millón, casado con Dolores Luque, que, sin hijos, regenta una tienda y tiene unas pequeñas tierras que ofrece a los niños mayores para que las labren, mientras María y sus hijas, cosen y hacen labores de punto para gente de la calle. Con una veterana vendedora ambulante de la zona, llamada “La Berenjena”, colabora en la venta de ropa por los pueblos. Con el tiempo, se queda con el traspaso del negocio y se multiplica en sus eternos viajes por El Llano, con el hatillo de ropa a cuestas o al cuadril y andando por todos los caminos y veredas del Llano; desde Los Pelgueres a Zafarraya y desde El Almendral hasta Ventas. Una vez a la semana, baja a Vélez, en el tren, donde invierte lo recaudado en la semana en nuevas prendas y telas variadas, para atender la demanda de su clientela, volviendo por la noche a Ventas en el mismo tren. Compite en el negocio, con las otras vendedoras de la zona, la María de Gusanillo y María La Herrerilla, que, como buenas competidoras, se llevan “como los perros y los gatos”, lo que no impide la solidaridad a veces, con la más débil, cuando alguna no podía hacer frente a la renovación de productos en Vélez Málaga. Con este esfuerzo descomunal y continuado en el tiempo, consigue sacar adelante a sus hijos, dando incluso estudios a los más pequeños. Con los años, Dolores, madre de Elvira, compañera de vida y mujer de Ángel Sánchez, director del colegio en Zafarraya, y su hermana María, casan en Ventas, mientras los otros hermanos, Paco, José, Manuel y Miguel, se establecen en Cuéllar, Asturias, Málaga y Barcelona. Al mayor, creo que Paco, de Cuéllar (en Segovia), tuve ocasión de saludarlo en su pueblo de acogida, en un viaje que hicimos desde Zafarraya, para conocer la iniciativa del cultivo de las endivias. No sólo nos invitó a comer en el próspero bar - restaurante que regentaba en Cuéllar, donde nos trató “a cuerpo de rey”, sino que también nos acompañó al día siguiente, a ver las instalaciones de los criaderos artificiales de endivias, ayudándonos a pasar una jornada inolvidable.
Está mujer, hizo historia en nuestro Llano, y yo hoy quiero colaborar a que las nuevas generaciones de nuestros pueblos, conozcan su vida ejemplar y sin concesiones.
María, con los años, sufrió una pérdida progresiva de la visión, que la llevó a la ceguera total. Adoraba a sus nietos, a los que reconocía por el tacto y sus nietos la adoraban a ella, a la que reconocían por sus caricias.
Poco tiempo después, “María de la Ropa” nos dejaba. Descanse en paz.
fue conocida en Ventas con el nombre de guerra de “La María de Gusanillo”
La siguiente protagonista, también fue otra heroica mujer “de armas tomar” y de voluntad férrea y decidida, que fue conocida en Ventas con el nombre de guerra de “La María de Gusanillo” y en el resto del Llano, como “La María “La China”, porque había casado en Zafarraya con José Sánchez Martín, conocido como “El Chino”, vecino de la antigua calle Nueva, en alguna choza del final de dicha calle. Se establecen provisionalmente en Zafarraya, en una casa de la calle García Lorca, concretamente en el número seis de dicha calle, donde fueron naciendo los hijos. Tres niñas, Carmen, Concha… y Maruja, que nacería dos años después en circunstancias excepcionales. Trabajan en lo que sale y después de estallar la guerra, ante la inminente caída del pueblo en manos del ejército de Franco, deciden huir por la carretera de Málaga a Almería, iniciándose aquí el drama familiar de dolorosas consecuencias para María y sus hijas, del que no podrán recuperarse en muchos años.
Cogidos en lo que luego se denominó como “La Desbandá”, en la llamada “carretera de la muerte”, sufrieron uno de los episodios más sangrientos, crueles y vergonzosos de toda la guerra: más de 200.000 personas huyendo hacia la zona republicana de Baza y atrapados en una trampa mortal, bombardeados por la aviación franquista, desde el aire y por los acorazados fascistas, desde el mar, causando de cinco a seis mil víctimas civiles en esa acción criminal. Con dos niñas pequeñas y otra, la menor, a la que da a luz en plena “desbandá”, en un crudo invierno y sin contar con los más elementales recursos de alimentos ni abrigo. Al llegar a Baza, José Sánchez “El Chino”, su marido, cayó enfermo con grave neumonía, por las muy negativas condiciones del viaje y que, ante la ausencia total de cuidados sanitarios, muere en pocos días y comienza un espeluznante y durísimo Calvario para María, su viuda, con sus hijas. Sólo el ánimo, arrojo y pundonor de esta intrépida mujer, les permite sobrevivir en unas condiciones extremas e insufribles. Se asientan en Ventas en una casa de la calle Real, propiedad de la “Gusanilla Vieja”, abuela también de la Reme y Enrique Solene. Y María, con ánimo y decisión, realiza todo tipo de trabajos por las casas de Ventas: blanquea, lava ropa, limpia y friega suelos y casas de los más pudientes, hasta que se lanza a la aventura de la venta ambulante, por los pueblos del Llano. Un día por semana baja en tren hasta Vélez Málaga, de donde vuelve a la tarde noche, con varios bultos de telas y prendas variadas y es tan tenaz y persistente su cumplimiento en los pagos, que los comercios de esa ciudad que le sirven el suministro, ya aceptan el pago aplazado de una semana, con lo que, ahora puede respirar desahogada y sin agobios. De esa etapa, sí tengo recuerdos personales entrañables, porque aun desconociendo qué vínculos la unían con mi familia, sí sé que mi casa, la casa de mi madre, María Palma, era “parada y fonda” obligatoria para la “María de la China” como era conocida en Zafarraya, en sus “viajes comerciales” a nuestro pueblo, como de sus cuitas y confidencias políticas con mi madre, con la que más de una vez escuché compartir la para mí intrigante frase de: “María, cuando ganen los nuestros…!” Dándose la paradoja de que quizás “los nuestros”, para mí madre, de familia de derechas, no eran los mismos que para la María de Gusanillo. O quizás sí, y ella lo sabía, porque mi padre, muerto sólo unos años antes, sí había sido militante de izquierdas, convencido.
Y seguía calle arriba, con el bulto de mercancía textil, al cuadril, hasta la plaza. Y así una semana y otra durante largos y duros años.
Y así fue casando a sus hijas: la mayor, Concha, casó con Celedonio, que después de darle tres nietas y un nieto, tuvo un trágico final. Carmen, que casó años después con José el de Sinforoso, tío de Pirulo, que tuvieron una hija y dos hijos y la menor, Maruja, que casó con mi ídolo de infancia en el fútbol de Ventas, Valerio Cazorla, que le daría los últimos cuatro nietos. Y María, continuó con su actividad comercial y luego de vida, hasta que dio cumplida venganza del monstruo al que siempre culpó de todas sus desgracias: Franco, al que, para su satisfacción, había dado sepultura un año antes. Un apacible mes de octubre de 1976, “La María de Gusanillo”, para sus vecinos de Ventas, y “La María de La China”, para sus vecinos de Zafarraya, cierra la última página de su vida. Descanse en paz.
la conocida en Ventas como “María la Herrerilla”
Y, por último, que no la última, la que más me ha impactado, quizás porque he tenido siempre un mayor desconocimiento de su vida y circunstancias: la conocida en Ventas como “María la Herrerilla”. Está mujer humilde, fibrosa y enérgica, nació en los albores del pasado siglo, en 1906, en Ventas de Zafarraya. Me contaba su hija María Cunquero, que sus ancestros por parte de su madre, provenían del cercano pueblo de Arches, del entorno del Parque Natural de Sierra Tejeda Almijara, donde cree que sus antepasados regentaban una fragua, de ahí, tal vez, su alias de “La Herrerilla”, o que tal vez lo heredara de alguna antepasada. Porque el clan de los “Buenos”, es posible que emigrara desde Arches a Alcaucín y de aquí al Llano de Zafarraya, en los inicios del siglo XIX, como nuevos colonos en las recientes roturaciones de tierras en el mismo.
Fue la segunda hija de un modesto matrimonio formado por María Ruiz Giménez y Francisco Bueno Bueno (Malaños, en la asignación de los “Bueno”), del que también nacieron, Margarita, que conocimos sirviendo en el “Bar de Juana” en Ventas, Virtudes, que casaría con el vecino de Zafarraya Julio “Trapagüeyes” (padres de María Virtudes, Salvador y Francisco Trapagüeyes), Filomena, discapacitada psíquica y Francisco, único varón, famoso gañán de mulos, en las campañas en Vélez Málaga.
Pasando los años, casó allá por el año de 1931, con el vecino de Alcaucín, Francisco Cunquero Hidalgo, hijo de María Hidalgo y Sebastián Cunquero, apellido éste de indudable origen gallego. Lo que confirmaría el rumor, parece que, con raíces históricas, que menciona unas directrices del Ayuntamiento de Alcaucín del siglo XVIII, incentivando la repoblación de su término municipal, por las que se ofrecía vivienda y parcelas de tierra, a las familias de cualquier región española que se empadronaran como vecinos del pueblo, haciéndolo algunas familias, hasta de procedencia gallega, como seguro ocurrió con los ancestros de nuestro Francisco Cunquero (en realidad, Cunqueiro). Y fueron llegando los hijos, María, Aurelia, Virtudes y Francisco. Trabajan duro y en lo que se tercie. Ella, blanqueando, fregando y lavando ropa en todas las casas de pudientes de Ventas y él, como jornalero del campo en las faenas de temporada, iban sacando adelante a sus hijos, con esfuerzo, pero con solvencia. Hasta la sublevación militar que provocó el estallido de la guerra civil, que acarreó la tragedia y el drama que marcaría a la familia durante los próximos cuarenta años. Apenas terminada la contienda, con la victoria de los nacionales, o franquistas, su marido, Francisco Cunquero, hombre humilde pero honrado; y analfabeto, pero coherente defensor de la legalidad republicana, fue condenado a cadena perpetua en juicio sumarísimo y recluido a perpetuidad en el Castillo del Puerto de Santamaría (Cádiz) hasta que se produjo su liberación, cuando en 1945, tras la definitiva derrota de Hitler, el régimen, para congraciarse con los vencedores de la guerra, libera a todos los presos políticos, cualquiera que fuera su condena. Su único delito, había sido cumplir órdenes de la autoridad legal y vigente republicana, en tareas de requisa de grano y víveres, desde su honroso puesto en los comités populares de servicio público.
El drama se consuma, cuando Francisco Cunquero vuelve de la cárcel destrozado física y moralmente e irremisiblemente enfermo y muere tres meses después de una grave e incurable afección pulmonar, provocada por las infrahumanas condiciones de su prolongado encierro. Tuvo el mismo destino que el gran “poeta del pueblo” Miguel Hernández, muerto de tuberculosis, por los sufrimientos padecidos en la cárcel franquista, con la diferencia de que al menos en el tiempo, su familia pudo disfrutar de la gloria y el reconocimiento popular del poeta, mientras que aquí, Paco Cunquero cayó en el más absoluto olvido de su pueblo y de su gente. Y sin embargo, os voy a contar una pequeña pero grandiosa anécdota de nuestro paisano, que vosotros mismos juzgareis, si no encierra tanto ternura, lirismo y poesía, como el más sublime poema del poeta oriolano: cuando volvió de sus cinco larguísimos años de duro encierro en el Castillo del Puerto de Santa María, al llegar a su casa, enfermo y demacrado en extremo, lo primero que hizo fue situarse frente a la jaula del jilguero que tenían en la casa desde hacía años, y abriendo la puerta de la misma, le dijo al pajarillo: -”¡sal y vete, que eres libre, que solo tú y yo, sabemos lo duro que es estar encerrado!” Sin palabras. Pero después de tantísimos años, quizás sea la primera vez que, en un escrito público, alguien de su entorno reclama justicia, reparación y reconocimiento para un hombre humilde, honrado y justo que, le cupo el honor de cumplir con su obligación y para él reclamo la gloria de héroe en su pueblo y en su entorno. Mientras, la familia subsiste de la nada, lucha y se tambalea y viven marcadas por el estigma de “rojas desafectas”. María “La Herrerilla” y sus hijas, tienen que enfrentarse con la vida a cara de perro y sin más protección que su propia fortaleza física y mental. Su hija mayor, María, será la primera en pagar el peaje por la supervivencia: antes de cumplir los diez años, tiene que abandonar la escuela, a pesar de que su maestra la consideraba “una verdadera niña prodigio” entre su alumnado. Se multiplican ella y su madre en las tareas y faenas domésticas más duras: María, ya con 14 años, trabaja como ayudante de panadería con Luis el de la tienda y su madre, planchando, fregando, blanqueando, y lavando ropa en las casas pudientes de Ventas, hasta la extenuación. Sin descuidar la escuela de los más pequeños, Aurelia, Virtudes y Paco, hasta donde la pudieran mantener.
De repente un día, a María “La Herrerilla”, le da el “aberrunte”, de cambiar de profesión, y emulando a las otras Marías (María Millón y María de “Gusanillo”), decide emplearse en la venta ambulante de ropa, por los pueblos y cortijos del Llano de Zafarraya. Después de una larga, durísima y austera campaña de ahorro, María, pudo juntar los primeros cuarenta duros para el primer encargo de “surtido textil” en los comercios de Vélez Málaga y el billete de ida y vuelta en tren. Luego bajaba dos veces a la semana, porque con la falta de crédito lógica, como nueva en el negocio, la inversión de reposición con lo sacado de la venta, sólo le llegaba para cubrir la mitad de la semana de ventas. Desde entonces, su figura se hizo crónica, típica y familiar por todos los caminos del Llano, con su bulto al cuadril o la espalda, acompañada de su hija María, sola las más de las veces o con alguna hija menor. Tardó años en merecer la confianza de los comerciantes de Vélez, para concederle el crédito suficiente y desde entonces empezaron a respirar con menos ahogos, mientras seguía recorriendo cortijos, caminos y pueblos, arañando trozos de futuro para sus hijas e hijo.
Mientras, van casando las hijas. María, la mayor, casa con José Moreno Fernández, hijo de Rosendo Anico y de Justa de Fermín, allá por 1958 y tienen cuatro hijos, la menor, Lola, ya en la Costa del Sol, donde emigran en el año 1963, llevando con ellos a “La Herrerilla”, que podrá descansar así algún día. Aurelia y Virtudes, casan con Antonio Perea del Puente y con Juan Córdoba, de Málaga. Después de un periplo en Alemania, adonde llevan con ellos a tía Margarita, la cocinera de Juana, viven en Málaga con sus hijos felizmente y Paco el de “La Herrerilla”, como es conocido en Zafarraya, que casó con una verdadera “joya humana” de nuestro pueblo, la Conchita de “Bitosto” o de “La Quillita”, los únicos de la familia que he podido ver algunas veces, durante todos estos años de ida y vuelta, felizmente asentados también con sus hijos, en la Costa del Sol.
De los cuatro hijos de María y José Moreno, Lola, la menor, que es la que me ha metido en este lío, y no porque me hiciera compromiso para escribir esto, sino porque al hablarme de su abuela María Dolores “La Herrerilla”, me intrigó e interesó tanto su historia, que decidí investigarla a fondo. Aunque hasta ahora no había reparado en que… ¡es que llevan el mismo nombre, Lola! Quizás de ahí la plena identidad de formas y de carácter. Ella, empleada de una hípica en Mijas Costa, prendó a un apuesto joven alemán, Helmut, que, por la diferencia de años, sentía reparos de expresarle a Lola sus sentimientos. El amor venció todas las barreras, menos las de José, el padre, pues para trasladarse a Alemania con su querido Helmut, antes hubo de pasar por la vicaría. Cosas de los tiempos. Era Helmut, un joven noble y apuesto, de alta cuna y familia de cierto poder económico, y con trabajo acierto y profesionalidad, fueron creando un complejo empresarial de muchos kilates y que hoy regentan sus hijos. José y Rosa, desde Marbella entraron en el mundo de la moda con una excelente proyección de su empresa, Mientras Paco, desde el ojito derecho que representa su hija Sandra, es el miembro más sereno, bueno e inteligente de la familia.
Vivió María “La Herrerilla” los últimos 20 años de su vida, disfrutando de aquellos por los que tanto luchó. Siempre vivió con su hijo menor, Paco y su nuera, Conchita, que así acabó de conquistar el corazón de su familia política, aunque María “La Herrerilla”, siempre contó con el apoyo y el cariño de toda su familia. Murió junto a los suyos un luminoso día del mes de septiembre de 1992, a los 86 años. Descanse en Paz.
Sólo me resta recordarle a la gente de Ventas de Zafarraya, que, si un día sienten el deseo o la necesidad de rezar a “Las Tres Marías”, no tienen necesidad de desplazarse hasta Zafarraya, pues si le rezan a sus “Tres Marías” pueden estar seguros de que sus oraciones irán directamente al cielo y ellas podrán mediar mejor que nadie, pues sí el Cielo existe, ellas ocuparán sin duda, un lugar privilegiado.
Juanmiguel, Zafarraya.
Nota: Las mujeres de la imagen de portada son una recreación.