Inicio este relato con una breve historia de mi maratón hospitalario entre los 74 y 77 años.
Hasta los setenta y cuatro años, no había conocido un hospital más que cuando acompañaba a mi mujer en partos o pequeñas intervenciones a ella o con alguno de nuestros hijos y alardeaba de que no llegué a conocer a algunos de los médicos de familia que habían pasado por el pueblo. De golpe, me sobrevinieron todas juntas; antes de cumplir los setenta y siete, había sufrido siete intervenciones, algunas incluso de cierta gravedad: extirpación de un nódulo en el tiroides, extirpación de vesícula, cosido de una hernia abdominal, intervención en vértebras lumbares, colocación de prótesis de rodilla, nueva intervención de vértebras y una ablación de corazón para corregir una arritmia galopante que, a pesar de no necesitar de herida abierta, me provocó un dolor más agudo y angustioso que todas las demás.
La primera valoración que hice fue, reconocer y agradecer la bendición que supone para un trabajador, la Sanidad Pública y lo que me hubiera supuesto afrontar esta situación desde mis propios recursos. Toda la vida trabajando, y han sido más de sesenta años, no habría reunido en patrimonio ni para la tercera parte de los costos de estas intervenciones en una sanidad privada y autocosteada. Porque el resto de nuestro patrimonio, consiste en lo invertido en la formación y titulación de nuestros hijos y eso no es reconvertible en euros.
Por esto, y porque hace muchos años que tomé conciencia de que la Sanidad Pública es (junto a la Educación), la joya de la corona de nuestro "estado de bienestar", estoy infinitamente agradecido a este servicio público, así como a los cientos de profesionales de la sanidad que me han atendido, que no digo como verdaderos "ángeles de la guarda", porque me parece cursi y desfasado, pero sí como verdaderos profesionales, abnegados y en servicio permanente.
La Sanidad Pública es una conquista, un derecho y un servicio
Aunque también es verdad que, en este tiempo, me he encontrado con usuarios que, quizás sintiéndose más "expertos" y reivindicativos que yo, denostaban de los servicios recibidos y reivindicaban que tenían derecho a sus quejas, porque todas estas atenciones las tenían ellos pagadas y más que pagadas a lo largo de toda su vida cotizando a la Seguridad Social. Y la verdad es que, hasta encontraba eco esta aseveración entre algunos de los ingresados. Y hay que recordarles a todos ellos que, la cuota que pagan a la Seguridad Social, es para poder recibir la "pensión de jubilación al final de su vida laboral. La Sanidad Pública es una conquista, un derecho y un servicio, pero se presta, desde los presupuestos generales del estado, desde los ingresos entre otros, que proceden de la imposición progresiva entre el 2% y el 12% de los ingresos brutos que se nos retiene a los currantes normales, hasta el 50% que se aplica a los sueldos privilegiados o ingresos personales de las grandes fortunas y de otros impuestos del estado, como el IVA (impuesto sobre el valor añadido). Y por supuesto, en los países donde no existe la Sanidad Pública sino sólo privada, también se pagan esos impuestos por rentas del trabajo, aunque lógicamente disminuidos en la parte proporcional del costo de una Sanidad Pública y Gratuita: es decir, a cambio de una disminución en tu IRPF de un tres o un cuatro por ciento en nuestro caso, los trabajadores normales, que somos el 90% de la población, pero del treinta o treinta y cinco y hasta el cincuenta por ciento de disminución, a los grandes sueldos e ingresos de los más ricos.
A cambio de esa disminución, deberíamos costearnos una sanidad privada todos, grandes y chicos. ¿De verdad que valdría la pena?
Por eso decimos que la Sanidad Pública y gratuita es un derecho conquistado, como la Educación y las becas de estudio, las pensiones no contributivas, la renta mínima, la dotación económica a los ERTES, la creación de Residencias Públicas o Concertadas para la tercera edad, la promoción a la cultura, las ayudas a los sectores vulnerables, etc., etc.
Todos estos servicios debe cubrirlos el estado desde los presupuestos generales que, como digo, deben de ser progresivos y proporcionales. Y no los paga el señor Amancio Ortega, por mucho esfuerzo que haga con sus ostentosos regalos de costosos aparatos a la sanidad pública que, si queréis hasta se los podemos agradecer. Como tampoco la "Asociación de la Banca", pese a la profundidad y abundancia de su obra social. Ni tampoco es patrimonio de ninguna iglesia ni de curas de canongía,obispos ni personajes de altas tiaras, por mucha actividad altruista, benéfica o de caridad que desarrollen sus instituciones benéficas, como Cáritas, Manos Unidas y otras obras de caridad y beneficencia. Como dijo su fundador, "su reino no es de este mundo" y a eso se deben seguir aplicando ellos: " en salvar almas para el cielo".
Este "imperio público", es más poderoso y fuerte que todos los imperios privados, si cuidamos de que nadie lo debilite
Este "imperio público", es más poderoso y fuerte que todos los imperios privados, si cuidamos de que nadie lo debilite, y no pueden ser éstos los que tengan su capacidad de gestión. Yo más bien considero que esta maravilla de servicio público, sólo la puede garantizar la toma de conciencia y la claridad de ideas de todas las capas populares de la sociedad que, componemos la inmensa mayoría de la población, con los "currantes" de todo tipo, trabajadores autónomos, estudiantes, profesores, fuerza pública y profesionales de todas las ramas, tipos y tendencias. Luego, que cada uno actúe como le plazca y vote donde le dé la gana, pero salvaguardando antes los propios intereses, que son los de todos. De no hacerlo así, podríamos confundir las cosas hasta el esperpento, como en aquella famosa obra de teatro que representamos en El Llano, concretamente en el salón parroquial de Ventas, en el año de 1974, poco después del atentado de Carrero Blanco y antes de la muerte del dictador, llamado "el mercado del agua" donde unos esclavos reconocen y agradecen a su amo y señor, "la bondad" de que los saque media hora diaria al "solecito" del invierno desde la profundidad de la mina, sin que jamás pudieran llegar a tomar conciencia de que, el día tenía veinticuatro horas y el resto del tiempo, eran vilmente explotados por sus supuestos benefactores.
Terminado mi periplo hospitalario, que duró no menos de tres años, entre intervenciones de "pre" y "post" operatorios, desde los 74 a los 77 años, que me llevaron a tener la sensación de que ése sería el "estado natural" de un jubilado mayor o "viejo", como a mi me gusta que nos llamen a los que tenemos ya una edad y no con raros y extraños eufemismos como "los mayores" o "la tercera edad".
Como digo, intentando adaptarme a mi nuevo rol de vida o "estatus" social de jubilado, al parecer inservible para cualquier actividad, me agencié una vieja muleta y con esfuerzo y no mucha gana, me fui a tomar el sol a los bancos del Pilar y de la puerta del Ayuntamiento, alardeando un poco de mi cojera de rodilla y de mi dolorida y baqueteada zona lumbar, que las dos últimas operaciones fueron casi seguidas, y entonces me ocurrió una graciosa e imprevista anécdota que, iba a cambiar mi recién iniciado hábito de vida sedentaria y de indisimulados "tic" de autocompasión, metiéndome de camino un "chute" de moral que, aún no he consumido del todo. Cuando llegaba al asiento con mi vetusta muleta en ristre, al sentarme, se me escapó un hondo suspiro y un "¡ay!", profundo y sonoro. En ese instante pasaba por allí una mujer del pueblo que, de inmediato me soltó con desparpajo y convicción: "¡mira, mira, ni mijita, no te quejes, que vale más un ¡ay!, que diez ¡na'!".
Pues... ¡también es verdad! Y la moral se me subió hasta arriba y me sirvió de terapia para el futuro.
Ha pasado algún tiempo, y quiero seguir pensando en positivo. Mucho más ahora que, parece que al fin voy saliendo del túnel.
Juanmiguel, Zafarraya.