"Hacer buenas migas"

Esta frase o dicho, es una expresión del mundo rural y también muy de nuestro Llano que, creo que aquí la entendemos todos, también los más jóvenes: llevarse bien con alguien, tener una buena relación afectiva con otra u otras personas, tener buen "feeling" con alguien, que se dice ahora.

 Esta expresión tiene su origen en la actividad de los pastores en las interminables jornadas de pastoreo en la trashumancia, ya desde la edad media y hace alusión a la comida central del día, que siempre consistía en unas "migas" elaboradas por los pastores de diferentes rebaños dentro de la misma zona de pastoreo. Estas migas, que se elaboraban con pan desmigado, una cantidad de agua proporcional al pan vertido en la sartén, y sofrito con manteca de cerdo o aceite de oliva, sal y unas cabezas de ajos y se complementaban con algún embutido o torreznos de chorizo. Solían acompañarse de melón, granada o sardinas. Es de imaginar que, con esos ingredientes, deberían resultar deliciosas al paladar y al estómago, pero no es por sus cualidades gastronómica por lo que surge la expresión de "hacer buenas migas" sino por la actitud de comensales reunidos para comerlas en donde la camaradería, solidaridad, participación colectiva, fraternidad, buen humor y empatía compartida, por lo que definitivamente se denomina así esa actividad. Y es así como se interpretó entonces y hoy: como el hecho de hacer buena amistad, ampliar relaciones sociales y manifestar solidaridad con los otros. 

 Y es que, la simbiosis de elaboración física y social de esta ejecución, comienza por el "desmigado" colectivo del pan en la sartén, como tarea más laboriosa y termina con la puesta en común de las viandas de que disponía cada pastor individualmente. Incluido darle participación en el círculo formado alrededor de la sartén, para participar del ágape, a algún zagalillo o modesto ayudante de pastor, con el que compartían también cuchara y viandas. 

 Conocido este hecho antropológico y su origen, no dudamos de la justeza de su interpretación, por la realidad sociológica de solidaridad y fraternidad que provoca, más que por sus cualidades gastronómicas, que también.

 Este suceso gastronómico - social pasó posteriormente al mundo rural: en el ámbito de los cortijos, con una actividad laboral mixta de agricultura y pastoreo, de forma literalmente idéntica a la que se daba en la actividad ganadera, con colaboración de migas similares y "desmigado" colectivo de pan y participación social de todos.

En el resto del campo, al menos en Andalucía, se repite, sustituyendo las socorridas migas por el gazpacho o el "morrete" campero

 En el resto del campo, al menos en Andalucía, se repite, sustituyendo las socorridas migas por el gazpacho o el "morrete" camperos. Pero en lo demás, se dan los mismos acontecimientos social - afectivos y solidarios que hemos visto entre los pastores. Y esto puedo aseverarlo, pese a mi privilegiada incorporación tardía, con 17 años, desde mi larga experiencia personal en la cuadrilla de escarda del cereal, en invierno, y algo menos en la de siega, en verano, como participante activo como comensal, durante largos años y en el rito social del "desmigado" colectivo y la puesta en común de viandas. Y esta forma de compartir trabajo y comida, perduró hasta que la actividad agrícola en El Llano evolucionó hacia los cultivos hortícolas, a finales de los años sesenta. Al igual, supongo, que ocurriría en el mundo del pastoreo, al menos los denominados "avíos", aceite, vinagre, sal, ajos y un cántaro de agua, iban de parte del patrón, que a veces los acompañaba de alguna hortaliza, cebolla y tomate, y algún reseco trozo de bacalao, queso o higos para acompañar a las sopas mojadas en aceite o en el más elaborado, morrete frío. Empezaba la liturgia de estas comidas con el "desmigado" colectivo del pan. Y quiero detenerme un poco en ese instante. ¿Podría la gente joven de nuestro Llano hoy, tan "tiquis miquis", escrupulosos y pulcros, asumir esta escena?: "después de tres o cuatro horas de escarda, las manos embarradas de limpiar el almocafre y con reiterados salivazos para amortiguar la aspereza que da la sequedad a las manos, llegada la hora, sin lavado previo, porque el agua del cántaro no da para tanto, todos participábamos de la liturgia del desmigado del pan para el gazpacho". Después se le agregaban vinagreras o achicorias, generosamente regadas con aceite. En los durísimos años cincuenta, recuerdo como en más de una ocasión, algún jornalero de los de la absoluta escasez, que no podía llevar su propio pan, se apartaba prudentemente del resto de la cuadrilla y a quince o veinte pasos de distancia, sentado en el lindazo o en el borde de la zanja, se disponía a deglutir y "rumear", tres o cuatro modestos higos, acompañados a veces, de un par de algarrobas resecas que guardaba en el bolsillo. Reparando en él, los miembros de la cuadrilla, lo hacían volver junto al plato de gazpacho, compartiendo hasta la cuchara con él. Después tomaban unas sopas de aceite compartido. Y no es que al resto le sobrara el pan, es simplemente, que en aquellos tiempos había mucho menos pan, menos dinero, menos bienes propios, menos medios de cualquier tipo, pero había mucha más solidaridad, más dificultades compartidas, más piedad, más compasión verdadera, más sentimientos, más corazón... Quizás porque la gente necesitaba apoyarse en el otro, para defenderse de las terribles condiciones e injusticias a que, el régimen político de turno los tenía sometidos, o quizás, porque al no tener nada y por tanto tampoco nada que perder, la gente era más solidaria. De lo que yo puedo dar testimonio personal y muy sentido es que, el gazpacho en las cuadrillas, fue nuestra versión del "hacer buenas migas", de los pastores del medioevo.

Juanmiguel, Zafarraya.