¡Gracias a Dios!

“Todos los occidentales y originarios del mundo desarrollado, que os creéis los -reyes del mambo-, sois en realidad bastante torpes…”.

 Estando en cierta ocasión, un sabio de la antigüedad, echado en el lecho de su humilde cabaña, cubierto de llagas y aquejado de achaques y dolores sin número, rezaba así a su Dios: 

-"¡Oh, Señor! te doy las gracias porque me permites disfrutar de todas las cosas importantes que pusiste en el mundo: la luz que entra por mis ojos y que me permite ver la grandeza y majestuosidad de tu Creación. Respirar el aire puro, poder apreciar la fragancia de las flores y embelesarme con el trino de los pájaros. Poder saborear un sorbo de agua fresca y disfrutar del placer de la tibieza de ese rayo de sol que entra por el ventanuco y de la piel de mi perro Luco, cuando lo acaricio.

 Un rico magnate de la misma ciudad, que se ufanaba de ser su amigo, sorprendido le dice: -"Pero ¿cómo puedes encima, dar gracias a tu Dios, en la situación en que te encuentras?

 A lo que el estoico sabio le contesta: -"Si crees que sólo tienes motivo para agradecer a Dios, cuando también tienes cubiertas todas las cosas secundarias y superfluas, como dinero, lujo o confort, cuando alguna de ellas te merme un mínimo, te sentirás frustrado y si tu dios no te lo colma otra vez, te convertirás en un odioso resentido".

... les seguimos llamando "moros" o "morangos"...

 El otro día, paseando por el Llano, iba yo reflexionando sobre este sabroso cuento, hasta que llegué a una "casilla de motor" (como le decimos aquí a la caseta de aperos de la huerta), semi abandonada y la puerta desvencijada. Oí un rumor que llamó mi atención y escuché intrigado: era un marroquí de los que llevan ya aquí muchos años, pero al que no le ha favorecido la fortuna o no le han acompañado las circunstancias y hoy tiene una situación delicada en lo económico, en la salud y en lo afectivo. Es uno de esos tantos, que, aunque lleven entre nosotros más tiempo que muchos de nosotros mismos, les seguimos llamando "moros" o "morangos", aunque a mí, personalmente, me hace que me sienta honrado con su amistad y que mi aprecio por él no haya hecho más que aumentar desde que lo conozco. Postrado en un colchón de espuma, con una raída manta y una gruesa vela apagada, por todo mobiliario del chamizo, rezaba alto y claro y en nuestro idioma, que ya es también el suyo, después de treinta años de vivir entre nosotros y su " música" me sonaba familiar y de algo: -"¡Oh Alá, te doy las gracias por el aire que respiro todos los días y que tú nos facilitas con tanta prodigalidad, y porque mis ojos pueden seguir admirando las maravillas de tu Creación. Te doy las gracias por seguir disfrutando la vida que tú me regalaste y gozando de las cosas importantes de esa vida..."

 No pude aguantarme, porque conozco su extrema situación y sus problemas y le grité casi más que le dije: -"pero ¡cómo puedes agradecer a tu Dios nada, si nada tienes y si es que existe ese Dios, contigo no ha sido justo!

 ¿Sabéis lo que me contestó? ¡Sí, eso, eso mismo que estáis pensando!.
 Señor, Señor, ¡que Dios nos coja confesados!

...falleció poco después de un año de ser protagonista de esta anécdota

 Hace cuatro años que escribí este relato reflexión, basado en una situación real de vida de un marroquí, presente entre nosotros desde finales de los ochenta y que falleció poco después de un año de ser protagonista de esta anécdota.

 Aunque yo daba por sentado que la respuesta del “estoico moro”, era la que todo el mundo supondría, la verdad es que di por válida esa suposición y no di ninguna respuesta que resultará más explícita o aclaratoria. Y claro, entiendo que mucha gente no entendiera, qué respuestas debíamos dar todos por supuestas, y un tiempo después, decenas de mensajes con la misma pregunta o similar, se acumulaban en mi WhatsApp y en mis redes sociales, pero los acontecimientos se precipitaron, primero por el agravamiento de la salud de este hombre y después por su definitiva ausencia de entre nosotros, allí y sin más respuesta explícita, quedaron las preguntas. Y claro que las respuestas eran claras: las mismas que daba el sabio griego a aquel rey: si los humanos echamos de menos lo superfluo y secundario antes de valorar y agradecer la inmensa suerte de gozar de forma gratuita y universal de lo primordial y fundamental para la vida, además de unos ingratos egoístas, resultaremos en unos frustrados empedernidos, cuyo descontento y sensación de fracaso, se convertirá en nuestra seña de identidad de por vida. 

 Pero es cierto que mi amigo “el moro”, fue bastante más prolijo y detallista en su contestación, dándome en cinco minutos una sublime lección de teología, de humanismo y de valores que no olvidaré en la vida, y me dijo: -“Mira Juanmiguel, los españoles o mejor dicho, todos los occidentales y originarios del mundo desarrollado, que os creéis los “reyes del mambo”, sois en realidad bastante torpes, y está torpeza os lleva a estar permanentemente insatisfechos y en una continua frustración que nunca se podrá ver aliviada, porque la ambición de lo superfluo, nunca puede verse colmada o satisfecha. Cuánto más tienes, más quieres y así con todo: el dinero, el poder, el lujo, la lujuria, la propiedad etc. Las cosas primordiales, las verdaderamente fundamentales de la vida, nos han sido dadas gratuitamente y en toda su plenitud: la misma vida, la luz, los sentidos por los que percibimos el mundo el mundo, la salud, la capacidad de pensar, el libro albedrío, la belleza, la amistad, el aire que respiramos, la lluvia, la capacidad para disfrutar la música, el arte, la poesía, la tierra, el sol, la naturaleza… y todo lo tenemos gratuito, de golpe y sin límite, por lo que no provoca frustración de querer conseguir más. O no se tiene: porque sobreviene la enfermedad y la muerte, o discapacidades físicas como ceguera, inmovilidad, enajenaciones y otras circunstancias que impiden o limitan su disfrute. Y ahí, sólo cabe nuestra solidaridad plena con los que lo sfren. Pero por eso mismo, cuando gozamos plenamente de esos bienes, debemos dar gracias al azar, a la naturaleza o al Dios que le coja a cada uno más cercano y manifestarle nuestra satisfacción y felicidad como la mejor forma de agradecimiento. 

Nosotros cuando rezamos a Alá, nuestro Dios, nunca le pedimos cosas...

 Nosotros cuando rezamos a Alá, nuestro Dios, nunca le pedimos cosas, sino que le manifestamos nuestro permanente agradecimiento por los dones que nos es dado disfrutar. Los cristianos cuando rezáis, casi nunca lo hacéis para agradecer a Dios por lo concedido, sino para pedir más. Empezáis con el truco de usar intermediarios, no rezando directamente a Dios, sino a través de decenas de vírgenes y de santos, para que intercedan ante Él, a favor de vuestros peticiones, que además, como lo primordial y fundamental, lo tenemos concedido y gratuitamente, en su totalidad y no es necesaria nuestra petición, éstas irán siempre dirigidas a cosas superfluas como el dinero, la fortuna, el poder, las riquezas etc. qué os causarán una permanente frustración, porque siempre sería posible que nos concediera un poco más. Y con esa forma de actuar, acarreamos todos nuestros males porque: no disfrutamos plenamente de lo primordial y gratuito que nos fue concedido a todos, pero además nos lleva a la frustración e insatisfacción permanente, porque nunca podremos ser saciados de aquello que es susceptible de que nuestro vecino tenga más, generando nuestra envidia”. 

  Se puede decir más alto, pero más claro, imposible.

Juanmiguel, Zafarraya.