"Recuperando la memoria" (historias de un historiador)



Pocos son los interesados en la historia reciente de España que no conocen la obra de José Aurelio Romero Navas, una de las máximas autoridades en materia de la guerrilla antifranquista en Andalucía Oriental durante la posguerra. Este prestigioso investigador, historiador, escritor y conferenciante nos narra hoy su propia historia.

Canillas de Albaida a principios de los años cincuenta del siglo XX

 José Aurelio, te hemos visto en las concurridas presentaciones de tus libros, en entrevistas de radio y televisión y en numerosos documentales, tertulias, debates y conferencias sobre la historia de España, incluso fuera de nuestras fronteras. En todo momento han quedado manifiestas tu solvencia en la materia, fidelidad al hecho histórico y sorprendente memoria para retener nombres, fechas y acontecimientos, que describes luego con tu peculiar forma de hablar, suave y reposada, mientras nos abres los ojos de forma amena, sin que apenas nos demos cuenta, a una etapa de nuestra historia de la que tan arbitrariamente se había prescindido; de la que apenas se tenía constancia escrita ni se supo nada fiable, hasta que apareciste tú.

 En estos días de parón casi generalizado, en los que la obligación moral y ciudadana de quedarnos en casa nos pone a prueba en más de un sentido, pero también nos brinda la posibilidad de dedicar tiempo a cosas diferentes, te pedimos que, sólo por esta vez, cierres los ojos y traigas al presente tus propios recuerdos. Anda, José Aurelio, no pongas esa cara… sabemos de sobra que no te gusta hablar de ti, ni ser el protagonista de nada. Pero, ¿no te parece que, después de tantos años descubriéndonos los avatares de aquellos de quienes muy pocos se habían acordado, ha llegado el momento de hablar acerca de ti mismo?

 Somos muchos los que pensamos que tu labor de investigación es todo un referente; los que, de una u otra forma, conociéndote personalmente o no, nos hemos servido de tu magnífica obra para documentarnos a la hora de escribir, de estudiar o simplemente de saber más sobre los hechos ocurridos entre los años 1944 y 1952 en las sierras andaluzas. El aciago tiempo aquel durante el cual unos pocos -valientes, osados, locos, idealistas, ilusos o delincuentes-, apoyados, entre otros, por un indigno Partido Comunista de España en el exilio que los abandonó a su suerte las primeras de cambio, creyeron que sería posible restaurar la República enfrentándose, solos del todo, a la maquinaria del recién constituido régimen franquista.

 Este artículo se titula "Recuperando la memoria" porque ése fue el primer libro que publicaste, y porque eso mismo es lo que nos gustaría, que recuperases tus memorias. Así pues y aunque no estás muy convencido, finalmente accedes y nos permites retrotraernos contigo a un pasado muy especial, en el que nadie salvo tú mismo había buceado hasta ahora: el tuyo.

Aurelio Romero Jiménez, alcalde de Canillas de Albaida en el año 1942

 De tu mano viajamos hacia atrás, y nos situamos en el año 1942. Al mismo pie de Sierra Tejeda el pueblo de Canillas de Albaida, en la Axarquía de Málaga, se afanaba, como el resto de España, por levantar cabeza de la inconmensurable miseria física, moral y económica que sucedió a la guerra civil. El 27 de marzo de ese año -el mismo día que moría en la cárcel el poeta Miguel Hernández-, la casa de don Aurelio, el alcalde del pueblo, hervía de trajín y alegre actividad: su mujer, María Teresa, se había puesto de parto del que sería el primero de sus cinco hijos. Al poco nacías tú, José Aurelio, en la cama de tus padres, bajo el tejado de una de aquellas casitas blancas que habían logrado resistir en pie los tres años de contienda. "Ese día nacía una estrella y moría otra", dirías en tono de broma, muchos años después, a tus alumnos de Historia en el instituto, cuando los muy curiosones te preguntaban tu edad.

 Nos cuentas que tu infancia fue algo distinta a la de otros niños de tu edad, época y condición. Tu padre trabajaba como alcalde de Canillas de Albaida -colocado ahí por las autoridades franquistas en reconocimiento a su trayectoria ideológica, de carácter firmemente conservador-, cometido que el buen hombre desempeñaba lo mejor que podía, en la medida en que fueron aquellos unos tiempos bien dificultosos para todos. Aunque la familia adoraba vivir en el pueblo, fue vuestra madre, María Teresa -una mujer de carácter fuerte y voluntarioso, que disfrutaba decidiendo por todos-, la que discurrió que sería mejor idea mudarse a Málaga capital para que tú y tus hermanos pudieseis estudiar en condiciones, ya que el sueño de vuestros progenitores era daros una carrera a todos los hijos. Por eso, tu niñez transcurrió a caballo entre la ciudad y el campo: oscuros inviernos en blanco y negro de adoquines, cartillas y colegio, e inolvidables y larguísimas vacaciones de Semana Santa y verano a todo color, en las verdes laderas abancaladas de Sierra Tejeda, lugar que -más adelante lo dirías tú mismo- marcaría indefectiblemente tu destino.

Aurelio Romero y María Teresa Navas con su primogénito, José Aurelio

 Te extiendes en detalles casi sin darte cuenta, evocando con agrado los inacabables veranos de entonces, de cuatro meses de duración -desde finales de mayo a principios de octubre- que pasabais en vuestra casa del pueblo. Tu familia gozaba de una posición relativamente acomodada y tu padre era un alcalde recto y cabal, por lo que los vecinos de Canillas os miraban con respeto. Como niño, la temporada de vacaciones estivales se te pasaba sin sentir, los días enteros en la calle jugando con los amiguillos a las carreras arriba y abajo del río Turbilla, tan caudaloso como bajaba entonces desde Sierra Tejeda; a las canicas hechas con bolitas de barro; al pañuelo -ese juego tan entretenido que os enseñó el cura de pueblo, un vasco simpatizante de la República a quien las autoridades eclesiásticas habían castigado mandándolo lejos de su tierra…-. A diferencia de algunos compañeros de juegos, no tenías que realizar tareíllas en el campo; tu única obligación consistía en encargarte de mantener los pipos de la casa llenos de agua fresca de la fuente del Cañuelo.

 Las horas transcurrían lentas, las distancias eran largas y la idiosincrasia de cada pueblo muy acusada. El habla coloquial de los habitantes de la sierra era muy cerrada, dando lugar a diferentes cuasidialectos, cada uno con su propio vocabulario y pronunciación, que variaban bastante incluso entre localidades vecinas. Recuerdas asimismo cómo a principios de verano, recién llegado de Málaga, apenas entendías lo que te decían los amigos, pero por la cuenta que te traía afinabas la oreja y a los pocos días adoptabas la lengua canillera a la perfección, con sus giros y dejes, de modo que cualquiera habría dicho que jamás te habías movido de allí. Después era tu madre la que, a la vuelta de las vacaciones, te corregía pacientemente zurciendo palabrejas, para que tus compañeros del colegio no se rieran de ti.

José Aurelio con seis años, en 1948

 A principios de los años cincuenta el hambre remitía, pero no así otro tipo de problemas. Desde el final de la Guerra Civil Franco dirigía España con mano inflexible, condescendiente al extremo para con sus simpatizantes y severísima para con sus oponentes. La represión era tal que muchos ciudadanos, sobre todo los procedentes de los pueblos, huyeron a las sierras por temor a la cárcel o a las represalias de tipo político; con ello un numeroso contingente de descontentos fue agrupándose desde principios de los años cuarenta en lo que terminaría siendo conocido como el Ejército Nacional Guerrillero, que ocupó casi todas las montañas españolas hasta el año 1952. Los huidos contaron en un principio con el apoyo y asesoramiento del Partido Comunista de España en el exilio, que había convencido a aquellos hombres de que, dadas las circunstancias internacionales en ese momento y con el apoyo cierto de fuerzas extranjeras, sería posible terminar con el régimen de Franco si accedían a participar en una guerra de guerrillas. Las sierras se llenaron pues de guerrilleros, maquis o "gentes de la sierra", cuyos enfrentamientos continuos con la Guardia Civil atemorizarían hasta extremos insospechados a los habitantes de las comarcas serranas, y convertirían la vida de todos en un auténtico calvario.

 Prosigues tu relato: Canillas de Albaida, como tantos otros lugares, quedó situado en pleno territorio de lucha y, por ser un alcalde franquista, tu padre constituía un objetivo prioritario para las gentes de la sierra. Tú escuchabas a hurtadillas las conversaciones de los mayores, prestando especial atención, con una extraña mezcla de curiosidad y pavor, a los comentarios de tu padre, que con frecuencia se refería a "los bandoleros de la sierra" como a un peligro muy cercano y real. Llegó un momento en el que cada habitante de tu pueblo, de todos los pueblos, hombres, mujeres e incluso niños, tenía alguna historia aterradora que contar, ya fuese real o inventada, acerca de aquellos hombres escurridizos y malvados -que tú imaginabas, quién sabe por qué, vestidos de negro- que descendían desde sus remotos escondites serranos aprovechando la oscuridad de la noche a los pueblos y a los cortijos para robar, amenazar, secuestrar o asesinar a los hasta entonces tranquilos habitantes de la zona.

 Momentos concretos, como cuando un sargento de la Guardia Civil informó a tu padre de que su nombre había aparecido escrito en una libreta requisada a un maqui, encabezando una lista de futuras víctimas, o como aquella plácida noche de verano en la que tu familia tomaba el fresco con otros vecinos, y llegó el alguacil sofocado, corriendo y dando voces -"¡Aurelio, Aurelio, corre y escóndete, que han visto a los bandoleros por aquí!"-, te convencieron de que tu padre debía llevar mucha razón. Nueve años tenías entonces; grabada en tu mente quedó para siempre la imagen del cabeza de familia dando un brinco de la silla y corriendo adentro de la casa para coger su pistola -artefacto que entonces los alcaldes podían llevar en caso de necesidad- para desaparecer al segundo siguiente por la puerta de atrás, camino del huerto. Los guerrilleros no lo encontraron, pero en su lugar se llevaron al juez de paz del pueblo, a quien mataron a los pocos días. No… decididamente, para algunos la guerra todavía no había terminado.

José Aurelio a los nueve años (1951) delante del molino de su abuelo materno, José Navas. Debajo, estado del molino en la actualidad


 Desde entonces tomaste por costumbre -bendita inocencia infantil- llevar dos buenas piedras en los bolsillos del pantalón, así como cantar a grito pelado las canciones de Antonio Molina que mejor te sabías para demostrar que eras un valiente, cada vez que bajabas solo a por agua de la fuente. Porque, aunque como niño todavía te amedrentaban el hombre del saco y el Sacamantecas, eran los bandoleros que querían llevarse a tu padre quienes más te asustaban.

 Pero no pasó nada. Nada, salvo el tiempo. Los acontecimientos siguieron su curso, los tristes años de la guerrilla quedaron atrás y tu padre dejó de ser el alcalde del pueblo; tú y tus hermanos crecisteis en paz. Llegaron los años del Bachiller y la Universidad; te hiciste hombre, cumpliste con tu servicio militar y conociste a una preciosa chica rubia y de ojos celestes llamada Rosi, con la que te casaste en abril del año 1969. Y seguían volando los años en el calendario… Eras ya un joven maestro muy ocupado en seguir formándose, te convertiste en padre, aspirabas a ser profesor de instituto y estudiabas la carrera de Filosofía y Letras cuando, en el año 1975, un libro recién publicado, "El maquis en España", escrito por el teniente coronel de la Guardia Civil Francisco Aguado Sánchez, llamó tu atención. No podías imaginar que su lectura cambiaría tu vida para siempre.

El soldado José Aurelio Romero Navas, Montejaque (Valencia), año 1963

 Engulliste, más que leíste, aquel volumen. Conforme ibas pasando las páginas que narraban los hechos de una época que creías borrada de tu mente, los recuerdos infantiles afloraron vívidos, como si todo hubiese sucedido ayer. Pero tú ya no eras el crío de nueve años con los bolsillos llenos de piedras que cantaba canciones camino de la fuente, sino un hombre formado y con un agudo sentido crítico, en cuya mente ecuánime no cuadraban algunos hechos. El libro que tenías en las manos se había enfocado desde un punto de vista tan exageradamente tendencioso que hasta resultaba extraño; en aquellas páginas sólo se describían hechos atroces, cometidos por un grupo de facinerosos sin escrúpulos ni compasión que sólo buscaban robar, asesinar e instaurar el caos en las zonas donde actuaban. En tu opinión, era más que evidente que solo se había contado una parte de la historia.

 Sin proponerte nada en concreto, sólo por pura curiosidad, te pusiste a charlar de ese tema con los hombres más mayores que encontrabas en los pueblos de la Axarquía, donde trabajabas como maestro. Les preguntabas, así como quien no quiere la cosa, por la época en la que la gente de la sierra merodeaba por allí. Y, para tu sorpresa -¿o quizá no…?-, empezaron a llegar a tus oídos, lenta e inevitablemente, como si la verdad silenciada durante tanto tiempo por fin consiguiera abrirse camino, otras opiniones, otra perspectiva: la desgracia de unos hombres, de unos pobres hombres -idealistas unos, revolucionarios otros-, obligados por las circunstancias a escapar a la sierra, que se embarcaron en una lucha sin futuro, en la que perecerían casi todos sin remedio.

 El gusanillo de averiguar más acerca de aquella etapa de la posguerra española, de la cual lo poco que se sabía no era ni ponderado, ni objetivo, ni desinteresado, ni siquiera honesto, se instaló definitivamente en tu cabeza; decidiste, pues, tomar la cosa muy en serio. El mismo año en el que murió tu padre, 1980, nacía el investigador José Aurelio Romero Navas.



 Tu carácter afable y tu perseverancia se ganaban la confianza de la gente con facilidad; gracias a ello tuviste acceso a ciertas personas que te pusieron en contacto con un hombre de Río de la Miel al que todos conocían como "el abogado". Él fue quien te llevó a casa de Enrique Urbano, un destacado maqui -cuyo nombre de guerra era Fermín- que vivía retirado en su casita de Maro, cuyos testimonios terminaron de abrirte los ojos. A través de sus relatos, unos más fieles a la verdad que otros, pero todos históricamente verosímiles, aprendiste que los maquis o guerrilleros -como te gustaba llamarlos-, no fueron en absoluto la cuadrilla de bandoleros que las autoridades franquistas habían hecho creer a todo el país durante décadas.

 Merced al aval del propio Enrique llegaste a entablar conversación con antiguos compañeros suyos, todos miembros históricos de la guerrilla -el Duende, Isidro, Gerardo, Carlos, Francisco, Miguel, Paquillo y así hasta quince o dieciséis excombatientes-, todos ya ancianos que, venciendo el miedo a contar lo que tanto tiempo habían callado, te hablaron largo y tendido de otra realidad: la de unos luchadores que creyeron posible un sueño y padecieron mil calamidades por llevarlo a cabo. Unas cosas llevaron a otras: visitabas cada vez más pueblos, entrevistabas cada vez a más personas… aquello era como una red que se iba extendiendo, a medida que sabías más y más. Comprendiste definitivamente el porqué de la existencia de aquellos hombres; su organización, sus rutinas, sus razones, sus anhelos, sus miedos también. Tanto te metiste en materia que, siendo ya profesor de instituto, decidiste dar un paso más y elaborar toda una tesis doctoral sobre ello.

Realizando trabajo de campo en los cortijos que fueron escenario de la guerrilla

 Una tesis doctoral no puede basarse exclusivamente en testimonios orales, por lo que comenzaste con tus investigaciones en los archivos oficiales. Trabajaste mucho tiempo junto a José María Azuaga Rico, un compañero de profesión que también elaboraba su tesis doctoral sobre la guerrilla antifranquista. Cuántas idas y venidas a pueblos y cortijos para recoger los testimonios de quienes habían vivido aquella época; cuántas triquiñuelas para poder grabar cientos, miles de horas de conversaciones valiosísimas con aquel magnetofón que pesaba como un muerto y llevabas disimulado dentro de una bolsa en bandolera; cuántas excursiones a la Almijara acompañado por antiguos guerrilleros, para documentar y fotografiar los lugares donde habían desarrollado sus acciones; cuántos viajes de Málaga a Granada levantándote a las seis de la mañana para estar en la puerta de Capitanía General antes de que abriesen; cuántas mañanas de trabajo, hasta que los funcionarios te echaban de allí a las dos de la tarde -"Pero hombre, ¿todavía está usted aquí?"-, examinando vetustos legajos y carpetas de octavillas dispuestas sin ton ni son, buscando causas de enjuiciamiento a guerrilleros almacenadas en archivadores con polvo acumulado desde el año 1952, que nadie se había molestado en consultar jamás; cuántos viajes de regreso a Málaga deprisa y corriendo para dar por la tarde tus clases de Historia en el instituto, sin almorzar siquiera porque no te daba tiempo; cuántos viajes a Madrid los fines de semana para inspeccionar los archivos de la Guardia Civil en la calle Guzmán el Bueno… Pero, sobre todo, cuánta dosis de paciencia la de tu familia para soportar tus prolongadas ausencias, incluso para soslayar algún comentario malintencionado por parte de extraños sobre las razones por las que faltabas de tu casa. Quince años de tu vida dedicaste casi en cuerpo y alma -desde 1980 a 1995, año de la presentación de tu tesis- a esas investigaciones.

Con el guerrillero Gerardo Pinto
Con el guerrillero Francisco Martín
Con el guerrillero Carlos Alaminos
Con el guerrillero Manuel Martín
Con Montse Fernández, nieta del guerrillero Juan Garrido, en un congreso en Barcelona

 Tanto esfuerzo, como no podía ser de otro modo, dio buen fruto. Fuiste el primero que descubrió y dio a conocer que la realidad no era como nos la habían contado; que había que sacar a la luz las tribulaciones de aquellos infelices diseminados por la sierra con poco o ningún apoyo logístico, expuestos a la dureza extrema de la vida en las montañas, a las enfermedades, la falta de alimentos y la soledad, traicionados por sus dirigentes, perseguidos sin cuartel hasta su exterminio y difamados luego por los historiadores franquistas. Y, aunque tu propio padre había sido objetivo de los maquis de la Almijara, honesta e imparcialmente -lo que nadie hasta entonces había sido- trasladaste al papel toda la verdad, todo lo que aprendiste en esos años de investigación: publicaste varios libros que se han convertido en bibliografía de referencia, y completaste una tesis doctoral brillante, titulada "La inquietud político social en la provincia de Granada y en la zona oriental de la provincia de Málaga durante los años 1939 a 1947. Huidos, partidas y guerrilla", encuadernada en seis gruesos tomos, por la que recibiste la felicitación unánime de todo el tribunal.

Con los miembros del tribunal el día de la lectura de su tesis doctoral. Debajo, los seis volúmenes que la constituyen

 Te convertiste en catedrático y te centraste en tu trabajo como profesor y director del instituto María Zambrano de Torre del Mar (Málaga), en el que prestabas servicio. Por fin, después de cuarenta y tres años de trabajo, te jubilaste en el año 2002, convencido de que ya era hora de descansar. Pero el pícaro gusanillo de la investigación, que seguía instalado en tu cabeza, decidió llamar tu atención otra vez. Así que en el año 2005 volviste a las andadas -genio y figura…-. Los archivos de Capitanía General de Málaga y del Togado Militar de Almería fueron esta vez escenario de tu curiosidad insaciable. Ahora se trataba de saber más sobre el pasado de las personas de las que habías escrito, sus antecedentes y las razones por las cuales se echaron a la sierra; de ese modo pasaron otros cinco años, en los que continuaste aprendiendo, disfrutando cada minuto mientras estudiabas viejos ficheros repletos de información, relajado ya, sin la urgencia de trabajos que publicar ni clases inaplazables a las que acudir.
Trabajando en el archivo del Togado Militar de Almería

 En el año 2010 te retiraste oficialmente. Hiciste unas reformas en casa para conservar de forma adecuada tu extenso archivo, ese trabajo de años de valor incalculable, y en la tranquilidad del hogar, con todo el tiempo del mundo y el justo reconocimiento a tu labor, pasas desde entonces tus días junto a Rosi, tu compañera de vida. Todavía se sigue solicitando tu colaboración en publicaciones, tertulias y debates, pero declinas amablemente esas invitaciones -aunque jamás dices que no a los amigos que necesitan de tu sapiencia, entre los que, por fortuna, podemos contarnos-. Fiel a ti mismo, mente incansable, en tu rutina diaria siempre reservas un hueco para releer tus libros, repasar las causas que investigaste, subrayar párrafos, buscar en internet más información y escribir, siempre escribir; escribir todo lo que se te ocurre. Y pensar, y recapacitar sobre lo mucho que te cambió personalmente la oportunidad de escuchar las experiencias de los maquis de boca de sus protagonistas.

Una parte del archivo que José Aurelio conserva en su casa

Repasando algunas de sus publicaciones

 Numerosos han sido los investigadores y estudiosos que han seguido tus pasos y han continuado, cada cual a su manera, la labor que emprendiste tú. Gracias a esa iniciativa contamos hoy con interesantes y documentadas publicaciones que analizan el fenómeno del maquis en las sierras andaluzas desde diferentes puntos de vista. Muchos también los que hemos aprendido leyendo tus libros -"Recuperando la memoria", "La guerrilla en 1945, proceso a dos guerrilleros", "Censo guerrillero", "Vidas truncadas", y "Bibliografía de la guerrilla"-, y tus artículos en revistas especializadas; los que hemos recibido tu ayuda desinteresada y tu amable disposición para colaborar en todo lo que te ha sido posible. Tus trabajos, igualmente, sirvieron para que gran número de familias encontrasen información sobre sus parientes huidos a la sierra, de los que no habían vuelto a saber nada; algunos incluso pudieron cobrar las indemnizaciones que puso en marcha el gobierno del presidente Felipe González, gracias a la aportación de las causas de sus familiares halladas en los archivos de la Guardia Civil, que tus publicaciones habían sacado previamente a la luz.

De izquierda a derecha, José Aurelio Romero, Mariló Oyonarte, Jean François Bueno (hijo del histórico guerrillero Francisco Bueno Ledesma) y Carlos Luengo
Algunas de las publicaciones de José Aurelio Romero Navas


 Cuando hace buen tiempo te gusta asomarte a la terraza de tu casa, desde donde se domina una amplia panorámica de la cara sur de las sierras de Tejeda y Almijara: de un solo vistazo puedes abarcar desde la Maroma hasta el Cerro Lucero. Entonces dejas vagar tu mirada, que no ha cambiado en absoluto a pesar de los años, por esas montañas tan queridas: las mismas que te vieron nacer, que recorriste siempre que tuviste ocasión y que te inspiraron una labor que ha llenado una vida entera. Una labor de la que tu padre, como hombre íntegro que era, se habría sentido orgulloso. Un legado que quedará para que las generaciones venideras, como nosotros hoy, comprendan la realidad de una etapa de la historia de España que fue invisible muchos años.

 Gracias, maestro José Aurelio, amigo José Aurelio, por habernos enseñado tanto; por continuar enseñándonos a todos.



Escrito por Mariló V. Oyonarte
Fotografías, archivo de José Aurelio Romero Navas y Carlos Luengo.