Featured

Navidad en Comacón

Diciembre era el mes de las matanzas, y, por supuesto, el de la gran conmemoración: la Navidad, festividad imbuida del espíritu propio de ese tiempo.

 En este breve texto, realizamos un sucinto recorrido por las fechas más señaladas de este tiempo, a la par que se ensalzan los usos y costumbres de esa entrañable época del año en aquellos tiempos pretéritos. 

Navidad en Comacón

Veinticinco de diciembre, fun, fun, fun.
Con este mágico villancico iniciábamos la tanda de celebraciones navideñas en los años de infancia y primera juventud.

 En Comacón, en el Cacín midisecular del siglo pasado, todo ello se vivía con una intensidad extraordinaria. La Navidad propiamente dicha comenzaba con los cantes de los niños, que salían desbocados de la escuela bramando:

¡Arriba los mantecaos, 
abajo los polvorones,
y viva Don Manuel 
que nos da las vacaciones!

 Repetíamos incansables, machaconamente, estos ripios a grito pelado, calle arriba, calle abajo, con el entusiasmo de un novicio y la fe de un converso. Fausto el jerraor, Ito el de la tahona y demás propietarios de negocios de la milla de oro de Comacón, salían a las puertas de sus establecimientos a oír el coro angelical de tiples destemplados. Ello ocurría un par de tres o cuatro días antes de la Nochebuena, valga la inexactitud. En ese tiempo nos afanábamos en rescatar de la polvorienta caja del año anterior, latente y descangallada en los camarotes, las figuras del Belén, y ayudábamos ilusionados a construir un nacimiento, con pesebre, como correspondía al tiempo pascual navideño. Después vendrían los árboles de Navidad, que eran desconocidos en Comacón por esas fechas.

 Y ya estábamos en la Nochebuena. Los gallos y pavos andaban inquietos, susceptibles y temblorosos esos días, por alusiones: constituían el plato principal de la noche. Y se completaba la comida con una exquisitez: batatas asadas con canela y azúcar, uno de los sabores proustianos inconfundibles de la Navidad. 

 La Nochebuena de 1962 sentamos un pobre, Perico, a nuestra mesa, sita a la sazón debajo de la casa de Manolo “Merino”. Este era el personaje invitado, un paisano muy singular, tal y como se recoge en nuestro libro “Comacón - Cacín forever” (Mirahadas, 2023):

 Perico era lo más parecido a un “homeless”, un vagabundo. en Comacón. Lo veíamos caminar por el pueblo, sin rumbo fijo ni objetivo discernible, saludando y recibiendo holas, a veces afectuosas, a ratos burlonas, de la gente por la calle, sin comprometer ni comprometerse con nada ni con nadie, sin mostrar querencia por el trabajo y la vida ordenada; un verso libre, libre como el pensamiento, “como el ave que escapó de su prisión”, “como el sol cuando amanece”; Perico era libre. Al caer la tarde, se le veía enderezar sus pasos hacia las eras, por el carril del cortijo del Amo, hacia el camino de las cuevas, donde tenía fijado su aposento. Vivía de la caridad del pueblo, que nunca faltaba; ya se sabe, a más pobreza, mayor generosidad. Un pescado que le regalaba Alhendín; un poco de pan que Ito le donaba; algo de comida de los bares de Paco el manco y los Emeterios; una “espichá” de las tiendas; algún cacharro con sopa que alguna familia le procuraba; todas esas caridades le proporcionaban el sustento, variado y seguro, que nunca le escaseó.

 Y en ese mismo libro antes citado se refleja la peripecia de esa Nochebuena:

 No olvidaré una Nochebuena en que, transidos e imbuidos del espíritu navideño, mi familia acordó, a mis instancias de recién comulgado primerizo, sentar a un pobre en nuestra mesa: Perico. Esa Nochebuena del 62, Perico exteriorizó su alegría y gratitud bebiendo más de la cuenta; y, alcanzada una intoxicación etílica considerable, le dio por acometer con su voz cazallosa el villancico “Vamos pastores, vamos“, atrancado en ese primer verso por tiempo indefinido, auxiliándose de briosos aspavientos e impetuosos manoteos laterales de su mano derecha, remedando el movimiento sugerido por el inicio de estrofa, que nunca pasó de ahí. Yo asistí mudo y estupefacto a esa prodigiosa exhibición gorgorítica de Perico, entre la consternación resignada de mis padres, y las risas y jolgorio de mis hermanas. Y así transcurrió un rato desmesurado; hasta que, por fin, como todo, la noche finalizó, y Perico enfiló su ruta, zigzagueante, vacilante, hacia su real morada, su residencia en las cuevas, iluminado por la luna llena, que no renunció a perderse el show del ilustre huésped.

 Los días 25, 26 y 27 de diciembre solían ser denominados como los tres días de “pascuas navideñas”, y en ellos las pandas de chiquillos y no tan pequeños se reunían e iban de casa en casa cantando villancicos, y los de la casa les correspondían conviándolos con aguardiente, ponche y licor de beso de novia en lo líquido, y polvorones, mantecados y alfajores en lo sólido. El pueblo era una fiesta de sonido y color: zambombas, panderetas, guitarras, bandurrias y laúdes, carracas y carrañacas adornadas con vistosas cintas de papel, botellas de anís percusionadas con llave o palo, tomaban las calles y se mascaba la alegría y buen humor. 

¡Amoh a conviahnoh! – era el grito de guerra.

 El 28 era el día de los Santos Inocentes, el día de las inocentadas, por ejemplo:

 El diario Ideal de Granada proclamaba que el Ayuntamiento de Granada alquilaría zancos para sortear los innumerables charcos y aliviar sus finanzas;

  • En Chauchina se organizaba una rifa cuyo premio consistía en un nicho con ataúd incluido;
  • De Gea ha parado un gol. Y no es inocentada. Su novia, que estaba allí, ha sido testigo; y, como es la cantante Edurne, ha emitido un gorgorito tan potente que medio estadio se ha girado sorprendido a mirarla.

 Y llegaba la gran traca de la Navidad: el 31, Nochevieja, despedida del año, revisión particular y personal de lo que nos había ocurrido durante el año que se iba, examen de conciencia, y los nuevos propósitos ante el año que se iba a estrenar. Se buscaba un lugar para la fiesta de fin de año: toma de uvas, instalación del picú de Ito, que, siempre generoso, estaba a disposición de los fiesteros, junto con su cada vez más numerosa y nutrida colección de discos. Una casa particular, la posada, o más tarde, el teleclub, albergaban a la juventud, pertrechada de abundantes bebidas y las reglamentarias uvas para pasar esa noche en comandita con sus colegas. Y, como siempre, el más feo como DJ.

 Amanecíamos el día 1, el primero del nuevo año, con caras resacosas y ojos turbados por la impúdica sombra de las ojeras. 

 Los días 2, 3 y 4 pasaban sin pena ni gloria, con la sombría nube del final de las vacaciones cerniéndose sobre nuestras cabezas, despejadas gracias al arte y dedicación de Carpena. Trampas, tirachinas, gorriones y demás pajarillos, etc. eran el menú favorito para devorar el día.

 Cinco de enero. La noche de Reyes se tornaba interminable, un suplicio, como cuando te hacen una resonancia magnética dentro de ese instrumento moderno de tortura que es el tubo de RM: larga e insoportable. Cualquier ruido nos sonaba y olía a camello. Dejábamos algunas zanahorias y un vaso de leche para los visitantes y sus cabalgaduras, que, curiosamente, amanecían mordidas y medio bebido respectivamente. Algunas veces nos sugerían que los medios vasos fueran de aguardiente, coñac o ponche, no sabíamos por qué razón.


 Rescatamos aquí una meritoria Carta de reyes de 1961, escrita por un niño de 7 años:

“Qeridos reyes:
¿Comestais? Yo bien a dios gracias.
Estaño me portado bien, e sio ovediente con mis padres i ermanas, y no me peleado con mucha gente. 
Qiero que me tragiais una pelota con lunares negros, el libro de cien figuras españolas, y una onda. Tamien me gustaria un tanqe, pero  eso me lo puedo yoacer con un carrete, una goma, un cacho javon, un par de palillos y yasta.
Y tamién un camioncico de vutano. Y una armonica guena que llaprendio a tocarla.
Que bengais prontico y no os olvideis que os estoy esperando. Los zapatos los ponere en el valcon.
Muchos besos y guen biaje.”

Y llegaba el día de Reyes. 

 El paseo era una fiesta, como diría Hemingway: gritos de asombro, chillidos de alegría, risas nerviosas y precipitación de los pequeños, y todos con sus juguetes y regalos varios a la calle, a mostrárselos a los amigos. Las alegrías compartidas son más, y las penas, menos, como es conocido. Cualquier regalo nos parecía fabuloso; no importaba ni la marca ni la cantidad mínima que costara. Eran regalos de padres sencillos y humildes para hijos no menos subsistentes. Pero, amigo, la ilusión con que los niños - y los padres -  vivíamos esa noche mágica, era indescriptible, imposible de aprehender, ni pesar, ni cuantificar. 

 Y los disfrutábamos transfigurados: éramos los niños de la pobreza y la escasez; y -  en contraposición con los niños de la abundancia actuales - cualquier detalle, por nimio que fuere, nos hacía inmensamente felices. Esa era nuestra gran ventaja. Y por eso lo recordamos con inmensos cariño y gratitud.

Radio Alhama en Internet - RAi