“Cacín on my mind”, es el título de su sección que tiene un sentido doble, según el autor: que se conozca la realidad de lo que fue y aún es el pueblo de Cacín, su Historia y sus historias; y en segundo lugar, rendir tributo a esos seres míticos que lo poblaron.
“Cacín on my mind”
Con este anglófilo título, inspirado en sendas composiciones inolvidables de Ray Charles y Willie Nelson, presentamos una sección en la que trataremos asuntos diversos y sustanciosos sucedidos anclados en los palacios de la memoria colectiva. El objetivo es doble: por un lado, que se conozca la realidad de lo que fue y aún es el pueblo de Cacín ese gran desconocido del Temple, su Historia y sus historias; y en segundo lugar, rendir nuestro particular y emocionado tributo a esos seres míticos que lo poblaron, y que, a pesar de las constricciones que su época les imponía, supieron alzarse sobre esas servidumbres y alcanzar cotas de mitos; paisajes y paisanajes legendarios que albergamos en el imaginario cacineño, y que iremos compartiendo en sucesivas entregas.
Presentación
Con total precisión y exactitud, afirma Rilke que la patria es la infancia. Pues bien; la mía transcurrió en Cacín, que, por tanto, es mi patria.
Como asumo que es desconocido para el común, situémoslo en el mapa. Es un pequeño pueblo que se ubica en el poniente granadino, a unos 40 km. al oeste de Granada, a 12 km. de Alhama, a 6 km. del Pantano de los Bermejales, y a 14 km. de Ventas de Huelma. Si se va desde Granada, hay que tomar el desvío en esta última población, Ventas de Huelma, sita al final de una recta que va desde la Malá (actual “Malahá”) a Ventas, de 8 km., y que, por su longitud y linealidad, denominábamos “el chorizo”. A partir de Ventas se transforma en una carretera local, revirada y estrecha, que los que somos de allí conocemos como la palma de la mano. En unos 8 km. llegamos a Ochíchar, cortijada en otro tiempo próspera que albergaba a varias familias que trabajaban para el “señorico” de la zona, D. José Quesada. A partir de Ochíchar, nos restan otros 6 km. que descienden al valle en que, arropado por alamedas que fertiliza el río, se halla el pueblo. Visto desde arriba, es un grupo de casas no excesivamente numeroso que anidan en un remanso de ese río, que ha ido horadando esa vaguada con paciencia tibetana y persistencia malaya. A vista de pájaro, es un lugar agreste, salvaje e idílico, entre montes y cerros, quedando limitado por el Cerro de la Cruz al oeste, el “Pingurucho” al sureste, los tajos del río que bajan del Pantano de los Bermejales al sur, los cerros de los Cortijos la Tana, Rosado, Martínez, Porras y Pocapaja al oeste, y la continuación del valle hacia el Turro y Moraleda de Zafayona al norte.
En esa bendita zona me crie yo, en un tiempo (años 50-60-70) en que contaba con alrededor de 1800 habitantes, que progresivamente irían menguando hasta llegar a los menos de medio millar actual: la emigración se cebó en él, como con tantos otros; y multitud de cacineños iniciaron la diáspora en busca de una vida mejor, aterrizando en Barcelona, Vitoria, Onil (Alicante) y Bruselas, etc. Yo también emigré, para estudiar en Granada, con la vista puesta en el progreso que refiere Miguel Delibes en “El camino”, cuyos entrañables personajes “El mochuelo”, “El tiñoso” y demás bien podrían haber tenido a Cacín como escenario de sus andanzas. Esa primera época, en que aún el grueso de la población se encontraba bien afincada en la tierra, constituye uno de los marcos de lo que aquí se irá narrando y exponiendo.
Quizá la razón principal de esta sección sea precisamente dejar constancia de la existencia de seres que en la distancia y el tiempo adquieren la categoría de personajes fabulosos, y que, a través de estos textos, recibe e merecido homenaje: a su desmesura, a su bravura, a su originalidad, a su peculiaridad, a su unicidad, a su mera y legendaria existencia. En efecto, como se irá viendo a lo largo de las narraciones, mi querido pueblo es una mixtura feliz e improbable de la Comala de Juan Rulfo y el Macondo de García Márquez. Ensuvirtud, llamémosle “Comacón”, designación que considero atinada, y que utilizaremos en perfecta alternancia con su nomenclatura oficial, “Cacín”.
Concluyo esta sucinta presentación con una advertencia: los hechos que aquí se contarán son escrupulosamente verídicos, lo cual no está reñido con la pizca de fabulación necesaria en momentos puntuales en que la memoria - ese “centinela del cerebro”, en decir de Shakespeare - flaquee en sus poderosos y esforzados trabajos; y, así mismo, algunos nombres serán intencionadamente ficticios, para evitar susceptibilidades. En cualquier caso, declaro que todos los personajes que aparecerán en estos escritos han sido tratados con un inmenso respeto, con una enorme ternura, y siempre con todo afecto y cariño.