Las Cañadas del Teide (Tenerife) que los guanches consideraban -montaña mágica-



 Es un lugar mágico, con encanto, aunque mi última visita contrastaba con la de hace cuarenta años.






 El lugar, para mi gusto, se ha humanizado en exceso, la carretera es más transitable, han llevado el teleférico y, con ello, las masas, a pesar del número limitado que puede transportar hasta los 3.555 metros y se ha convertido el espacio natural en un día de fiesta permanente [el Teide alcanza los 3.718 metros de altitud y, para llegar a la cima, se necesita un permiso].

 Lo habitual, partiendo del Puerto de la Cruz, es subir por la carretera siguiendo la ruta de La Orotava-Chasnia-Aguamansa-El Portillo-Puerto de las Cañadas-Parador Nacional que hoy tiene una amplia zona de aparcamiento, un espacio “popular” que permite reponer fuerzas y adquirir lo imprescindible para el caminante y un excelente restaurante con precios ajustados a pesar de la categoría del establecimiento con un personal amable y responsable.

 Si uno sube en autobús de línea, tiene poco menos de dos horas de trayecto, recordemos que toda la subida es una gran cuesta y curvas de dificultad variable. En la base del teleférico el bullicio es constante y la “amplia playa de aparcamiento” a veces no permite un coche más. Allí encontramos una infraestructura básica para darle gusto al paladar y refrescarnos el gaznate. Si no ha llevado la vestimenta adecuada, lo mejor es no subir [la altitud condiciona poderosamente las temperaturas, por mucho que esto sea Canarias, hay zonas que no podrás aguantar el frío polar y el resfriado puede ser consustancial a ese paseo], recordar que las nubes tapan la mayoría de las veces la amplia panorámica que nos ofrece esta atalaya natural sobre toda la isla, por lo tanto es una opción a tener en cuenta o madrugar y subir con coche propio antes de que la masa nubosa comience a posarse sobre el mítico cono volcánico.

 Hay numerosos senderos para el caminante, la dificultad está indicada al inicio de cada uno de ellos; el visitante es el que debe de valorar la capacidad de su fuerza motriz ante las dificultades que nos presenta la naturaleza; el paisaje es excepcional y uno parece encontrarse en medio de la nada. El Parque Nacional tiene casi 19.000 hectáreas y pasa por ser uno de los más visitados del orbe. Si uno subió con el teleférico podrá extasiarse desde sus varios miradores [hay tres con diferentes orientaciones sobre la isla] y quedar impresionado por la inmensidad de este bello espacio natural que parece haber sufrido una catástrofe nuclear.

 Hagamos un poquito de historia; la declaración de Parque Natural se realizó mediante el Decreto del 22 de enero de 1954; la Ley 5/1981 establecería el régimen jurídico especial para adaptarse a la de Espacios Naturales Protegidos y el 2 de julio de 1999 se producía la ampliación que engloba las 18.990 hectáreas actuales. El espacio protegido abarca tierras de Adeje, Fasnia, Granadilla de Abona, Guía de Isora, Icod de los Vinos, La Guancha, La Orotava, Los Realejos, San Juan de la Rambla y Vilaflor [éste pasa por ser el municipio más alto de España].

 Lo más impresionante es su caldera con 17 kilómetros de diámetro, no es un récord mundial, pero ya es algo serio y sobre ella sea sienta el Teide. Una de sus características es la baja humedad y escasez de precipitaciones que provocan una aridez extrema si se compara con otras zonas de montaña. Todo ello condiciona su cromatismo según sea la época del año en que uno lo visite. Culmina con un cráter de 80 metros a 3718 de altura y hacen que sea el pico más elevado de España, incluso de todas las islas atlánticas; esas dimensiones o características se asentaron en la Edad Media cuando estuvo en erupción durante varias décadas, la última se produjo en 1798 y desde entonces está tranquilo aunque no es inactivo.

 Actualmente la explotación de la zona es básicamente turística, los veranos, sus antiguos pobladores utilizaban el territorio de las Cañadas para realizar el clásico pastoreo; los guanches consideraban El Teide una “montaña mágica”. Tras la conquista e incorporación del territorio a la corona de Castilla en el XVII, las islas eran el punto de destino y partida de expediciones de exploración que expandieron la influencia de la península por todo el orbe.

 Durante mi paseo, la flora estaba en período de descanso, así que poca cosa a reseñar, mi ilusión por inmortalizar el famoso Tajinaste Rojo no se vio cumplida y sólo en la red puedes contemplar esa especie tan atractiva, cromáticamente hablando, en un entorno desértico y de escasa variedad [será prácticamente nula en las zonas de escoria volcánica donde parece haberse detenido el reloj]. La fauna es aún más “invisible” a pesar de la riqueza que afirman las guías al uso sobre el espacio, apenas descubrí algunas huellas de conejos y otros roedores que tampoco son una joya, en el inmaculado añil, sobrevolaba algún pajarillo y para de contar. La Macaronesia, en fin, no es precisamente la zona ideal para observar flora y fauna, mucho menos en pleno invierno.

 Para obtener una visión general, lo mejor es pasarse por alguno de los Centros de Visitantes [en El Portillo o en Cañada Blanca]. Entre las informaciones, algunas curiosas como la teoría del Circo de las Cañadas que plantea la hipótesis del deslizamiento hace 170.000 años [en un país donde nadie se acuerda de lo que pasó ayer, algo que no me deja de sorprender y me haga pensar si no es algo cultivado por los que aprovechan el desacierto para medrar sin límites y colocar a los menos preparados para evitar el progreso de los que hacen avanzar a las sociedades] cuando se calcula que tenía 6.000 metros de altura. Hay rutas guiadas bajo demanda y algunos senderos para los amantes de ir a su aire.

 En El Portillo tenemos la posibilidad de contemplar el Jardín Botánico [no confundir con el homónimo del Puerto de la Cruz-La Orotava] que tiene una considerable cantidad de especies de alta montaña prácticamente únicas y raramente visibles en el hábitat natural, si no es primavera cuando la zona muestra toda su belleza de manera natural; se trata de un espacio que ofrece la mayor colección del endemismo tinerfeño y merece la pena recorrerlo.

 Finalmente, un consejo, calcule siempre sus fuerzas, dosifique su paseo y no corra, una torcedura puede dejarle fuera del circuito y amargarle la estancia. Hay que extremar las precauciones y recordar siempre que no es lo mismo pasear por la ciudad que hacerlo por unos senderos a veces inestables, mantenga siempre unos puntos de referencia y, salvo si elige un paseo circular, calcule siempre el camino [tiempo] recorrido para realizar el retorno; a medida que uno se cansa, la distancia, como el chicle, se alarga. Si no es experto en la caminata libre[desaconsejada en la zona porque automáticamente las huellas quedarían marcada por años] entonces no se permita salir de los senderos señalizados para volveral punto de partida [dicho sea de paso, también los gamberros han hecho de las suyas y muchas marcas han desaparecido, se han desplazado o simplemente están oxidadas y se necesitaría una reposición, sería lógico que los empresarios que extraen los beneficios mantuvieran los mismos en las mínimas condiciones; sí ya sé que vivimos en un país donde los beneficios son privados y las pérdidas públicas; que el más tonto afina pianos y el más honrado resulta que “sisa” o “distrae” a destajo: pero qué poco cuesta mantener lo que se tiene y, además, genera beneficios pues cuando lo encuentras todo perfecto, aún cuidas más el entorno, si está descuidado, entonces ya puedes avisar de “no tirar papeles “teniendo la papelera a rebosar] por supuesto, de acuerdo al esfuerzo y la longitud a recorrer, prevea agua, calzado y ropa adecuada. Eso tan sencillo le evitará lamentarlo después. Para subir al pico, recuerde necesita un permiso que puede obtenerse por Internet.










Hasta la próxima aventura, Juan Franco crespo.