Caribe: Islas Vírgenes Británicas, (Tórtola: Road Town, la ciudad devastada)



¡Tantos años soñando con el paraíso de las Vírgenes y cuando llegó la ocasión, me encuentro una tierra totalmente devastada tras el paso del huracán!




 A pesar de todo, sus gentes se pusieron inmediatamente en faena y por doquier obras y reconstrucción para olvidar, lo más rápidamente posible, aquel infierno, aquella furia de la naturaleza que se llevó decenas de viviendas por delante; una forma de intentar volver a tener el paraíso: no se pagan impuestos pero la vida es excesivamente cara para los parámetros europeos y, además, apenas encuentras sombras para guarecerte de ese implacable y abrasador astro rey que no defraudará a los que allí acuden para disfrutar de las aguas, cristalinas, del Caribe y el sol para el imprescindible moreno aunque ello sea perjudicial para la salud. Si queremos ubicarlas en un mapa tendremos que colocarnos al Este de Puerto Rico, una de las islas que también se vio afectada por el terrible huracán y todavía sigue mostrando sus heridas.

El paisaje, teniendo en cuenta el destrozo que provocó el huracán, no es tan espectacular como el que uno encuentra en Granada o Dominica. De entrada son islas más al norte, con menos altura y más pobres en vegetación. A pesar de ser conocidas como “los secretos de la naturaleza”, personalmente sólo les daría esa pátina de autenticidad a algunas “joyitas” o refugios de fortunas que han convertido en soberbias residencias, gracias a esa “pasta” [plata dirían los rioplatenses] algunos trozos del archipiélago. Prácticamente han de importarlo todo, evidentemente no es un lugar predilecto para los mochileros o para el común de los mortales. Vaya que tienes que tener una VISA a prueba de bomba para poder andar por estos lares que tanto entusiasmaron a Colón y sus hombres en aquellos primigenios viajes.



 Quedan, para el viajero, algunos relatos de los piratas [esencialmente los que engrosaban las arcas de Su Graciosa Majestad] y sus tesoros. Aunque, personalmente, crea que la fantasía en este tipo de leyendas supera a los guionistas de Hollywood. Poca cosa hay de su pasado colonial, aunque, eso sí, sus restos se aprovechan hasta la saciedad. Por ejemplo, en una zona recién construida, teniendo en cuenta que las islas están lejos de Londres, los materiales necesarios, para cualquier cosa, han de esperar la llegada de los cargueros y soportar un alto precio; por eso no dejará de sorprender al que llega a sus recién remozadas instalaciones de la Terminal marítima, se encuentra con una moderna, funcional y cara instalación, si uno mira a sus pies, descubrirá decenas de ladrillos manufacturados en las islas británicas en el siglo XIX.

 Las islas están junto a las denominadas Vírgenes Norteamericanas [una adquisición a los daneses a finales del XIX, el actual inquilino de la Casa Blanca no está tan zumbado como para hacerse el loco cuando hace poco lanzó a los escandinavos la oferta de compra para el territorio groenlandés; ellos tienen muy vigente la célebre doctrina de “América para los americanos”, curiosamente un país que prácticamente los exterminó [apenas queda un 0.5% y están en reservas], sobre todo si comparamos con la situación de Hispanoamérica o sea: de México al Cabo de Hornos. Un poco al oeste encontraremos, cerca de Puerto Rico las denominadas Vírgenes Españolas [básicamente la isla de Vieques y Culebra].

 Los primeros habitantes fueron los araucanos que estuvieron poco más de quince siglos hasta que en el XV fueron desplazados por los no menos belicosos caribes, indígenas que encontraría Colón cuando llegó en 1493. España las comenzó a colonizar a principios del XVI y al final sólo conservaría las de Vieques [curiosamente a finales de los ochenta, haciendo DX desde la República Dominicana, una de las pocas estaciones que me contestaron era una estación religiosa de esta tierra parcialmente ocupada por la Marina Norteamericana] y la de Culebra.



 Si nos pasamos a su historia, lógico señalar que los primeros europeos en instalarse permanentemente fueron los holandeses en el lejano 1648; los ingleses las agruparían y formarían el grupo de las Vírgenes Británicas casi un cuarto de siglo después: 1672. El grupo lo componen una cuarentena de islas de las que sólo están habitadas la cuarta parte (no se contemplan las que son prácticamente de uso privado o exclusivos destinos para los potentados que huyen de la publicidad y los paparazzi). Cuatro son las más importantes y entre todas apenas tienen 30.000 personas [Tórtola es la que concentra casi 25.000 almas] y el resto se lo reparten Virgen Gorda, Anegada y Just Van Dyke [un famoso pirata holandés que es honrado con dos islas en este grupo]. La naturaleza ha hecho que prácticamente apenas quede nada de sus fortificaciones defensivas o las otrora plantaciones azucareras que tanto dinero generaron en épocas pasadas cuando todo el Caribe sucumbió ante la caña y el esclavismo que tan pingües beneficios generaba para los colonizadores [no sólo españoles, sino prácticamente de todas las nacionalidades desde Francia a Suecia].

 Como indiqué más arriba, Road Town era una ciudad devastada, la mayoría de las edificaciones en reconstrucción, replantación de árboles y acondicionamiento de las zonas urbanas. Tras un largo paseo hasta el cementerio, era hora de dar la vuelta si no querías “deshacerte” cual barra de chocolate. Impresiona ver, meses después del desastre, cómo el daño causado por la naturaleza [de vez en cuando se sacude las pulgas] comenzaban a vivir, de nuevo. Tocaba deshacer el camino y tomar algunas fotos antes de dar por finalizado aquel paseo, afortunadamente con tiempo suficiente para saborear alguna cerveza, en este caso el lugar escogido fue la casamata de los taxistas que nos atendieron fabulosamente y no fue necesario cambiar: el $ USA franquea infinidad de puertas aunque haya gente que no lo acepte, si la estancia es corta, lo aconsejable es no cambiar por moneda local o hacerlo en pequeñas cantidades para evitar acumular calderilla que, al final, no sabes qué hacer con ella.



 Para los aficionados a empinar el codo, en la calle principal hay un almacén que realiza catas del ron caribeño, de esta manera uno puede estimar la calidad de lo que compra, aunque debes de tener en cuenta que, en caso de hacerlo, si viajas con un crucero, el acceso al navío con bebidas está terminantemente prohibido [generalmente las decomisan y puedes ir a buscarlas el día del desembarco definitivo] y si lo haces en avión tienes que evaluar la posibilidad de que se rompan en la maleta que se factura pues en el equipaje de mano los líquidos están terminantemente prohibidos y prima la ley seca o la compra en los mismos aeropuertos o cuando pasa el servicio de vuelo.

 Si queremos visitar algo, el Jardín Botánico pasa por ser uno de los mejores de toda la región; en una época en la que todos sacan pecho de tener lo mejor y como dirían los críos en el patio “los más mejores”, pues qué quieren que les diga. Cada uno ya es grandecito para saber evaluar lo que tiene ante sus ojos. Otro lugar que puede deparar sosiego para trajinar un par de horas de sombra y disfrutar de algunos documentos históricos sobre las islas y las plantaciones azucareras, sería el Museo de la Sociedad de Historia, nada del otro mundo, aunque suficiente para poder hacerse una idea de lo que fue en el pasado este grupo de paradisíacas islas.

 Si hay tiempo, un paseo por el interior del Parque Nacional Mount Sage creado en 1964, será mucho más provechoso. Alberga la cumbre más grande de las Vírgenes Británicas: 600 metros, se trata de una zona de bosque húmedo donde la vegetación y sus pájaros apenas han sido molestados desde tiempo inmemorial.



 Si uno llega a Tórtola por vía aérea, usualmente es por el Aeropuerto de Beef Island, una pequeña islita que fue unida a la de Tórtola en 1966 gracias al regalo de Isabel II que donó el puente. Allí se encuentra el flamante aeropuerto internacional, pero lo habitual en toda la región es moverse por mar [el aéreo a veces resulta tan económico como el ferry que las conecta entre ellas y tiene más encanto por aquello de la tranquilidad que da navegar]. También podemos deambular por sus marinas en busca de yates que realizan viajes para todos los gustos y bolsillos, generalmente para ir a las playas o practicar el submarinismo. En una de las bahías capitalinas se alzan los mástiles de su emisora de onda media, lamentablemente nunca han contestado los informes enviados, quizá haya que visitarlos.

 Por supuesto, si uno sabe navegar, lo mejor es hacerse con un pequeño barquito para saborear sus numerosísimas playas o visitar recónditos lugares como podría ser Norman Island que, según explican, parece ser que fue la que inspiró a Robert Louis Stevenson para su inigualable “La isla del tesoro” o Peter Island si su bolsillo se lo permite, tiene un hotel de gran categoría y un exclusivo club náutico. ¡Ideal para creerse un Onassis del siglo XXI o, si lo prefieren, un político español que no tiene por qué preocuparse de su cuenta corriente puesto que ya la solucionó en las elecciones! Si el país se va al carajo, eso ya es otra historia; mientras tanto seguiremos acumulando desmanes y deuda que ya la pagarán los que vengan. Increíble el daño que se puede provocar al erario público con aquella chifladura de “lo público no es de nadie” y seguimos por la misma senda.



 ¡Cuánto me acuerdo de mis tiempos de marina en donde el cabo que nos hacía la instrucción siempre nos daba la monserga: cuidar la munición y no os creáis que tiráis con pólvora del rey, esta la pagáis vosotros, ¡con vuestros impuestos! Y luego decían que en la mili no se aprendía nada, seguramente porque no todos pasaron por la célebre ETEA, pero los jameños que sí lo hicieron, bien que se acuerdan de esas instalaciones en la preciosa Vigo que luego, en algunos casos, significó vivir un tiempo bastante bien dentro de los parámetros del momento: casi cobraba la mitad de lo que recibía trabajando desde las siete de la mañana en la vida de civil y, en el cuartel, todo lo tenías pagado; incluso sobrevivimos a la célebre Marcha Verde que nos llevó a las islas Canarias, otra historia que quedó grabada en quienes la vivieron.

 Lo habitual para llegar a ellas es realizarlo en ferry desde Saint Thomas pero, atención, hay que armarse de paciencia y tener todos los papeles en regla [pasaporte con el correspondiente visado electrónico norteamericano, pasajes para la salida, pasta para el tiempo de estancia o la reserva hotelera] igual que si lo haces desde San Juan de Puerto Rico en avión. Entre las islas habitadas hay pequeños yates que hacen visitas regulares, desde Tórtola había, en el momento en que pisé estas islas, hacia Peter Island, Virgen Gorda y José van Dyke [como señalamos antes, un famoso pirata holandés que acabó dándole el topónimo] que apenas tiene doscientos habitantes pero que goza de una buena oferta hotelera y gastronómica. ¿Los precios?; esa es ya otra historia; estamos en el paraíso y eso hay que pagarlo. Curiosamente no me encontré en ningún establecimiento la clásica Happy Hour que te permite tomar el doble por el mismo precio.