La verdad, sin alguien me lo hubiera dicho, le habría contestado que nunca visitaría esta isla y, sin embargo, ya estuve varias veces en ella y eso que hace años se había convertido en un punto del mundo bastante conocido por aquello de la onda corta, especialmente cuando había concursos de escuchas o buscabas las QSL del máximo número de radiopaíses.
Pasó el tiempo de la época dorada de la radiodifusión en onda corta, se cerró el centro retransmisor de la isla e incluso el gran fenómeno de ZP se permitió el lujo de cerrar Crónica Filatélica en la que yo mantenía mi sección viajera y soñadora de Islas del Mundo (por cierto que yo sepa, fue la única cabecera cerrada por un gobierno español en esta etapa democrática). ¡Cuánta falacia!
Unas veces los artículos eran experiencias vividas, otras simplemente lugares soñados pero que iban saliendo adelante gracias a la colaboración de los servicios filatélicos y las oficinas de turismo que facilitaban los imprescindibles materiales para pergeñar unas líneas sobre unas tierras ignotas. Finalmente llega la jubilación y muchos puntos comienzan a ser familiares gracias a los viajes que, a veces, son más económicos que quedarse en casa gracias a que viajar en temporada baja y alguna oportunidad que te encuentras en el camino son más factibles que en verano, algo impensable cuando estás laboralmente activo y tus vacaciones siempre eran en Julio/Agosto.
El nombre se lo dio Colón en honor de la patrona de la iglesia sevillana de Santa María de la Antigua en 1493. En 1520 llegó Antonio Serrano que estuvo algún tiempo por aquí pero no se instaló y durante más de un siglo la isla quedó en el limbo, hasta que los españoles no expulsaron de San Cristóbal [Saint Kitts tiene hoy una preciosidad de capital] al francés Deblain d’Esnambuc que acabó refugiándose aquí.
Las islas antaño fueron británicas y ahí tendríamos que acudir para saciarnos de historia que arranca, dicen, hace cuatro milenios cuando llegaron los indios siboney que la abandonarían y la siguiente ocupación sería de los arawak, los habitantes de la región cuando Cristóbal Colón llevó aquí en el ya lejano 1493, aunque sería una visita efímera y los piratas de su Graciosa Majestad se harán con ella en 1632, luego posesión francesa hasta que, por la Paz de Breda en 1667, pasa definitivamente a la Unión Jack.
El retorno a Antigua y Barbuda [allí dicen Antiga] ha sido más que gratificante y el salto en la reconstrucción tras la devastadora destrucción provocada por el huracán del 2017, bestial. Apenas quedan huellas del paso de aquel destructivo fenómeno de la naturaleza que arranca en las costas africanas y suele finalizar en el territorio norteamericano. Increíble la cantidad de problemas que todavía persisten en Puerto Rico, según podía oír a través de sus emisoras en onda media que entraban como verdaderos cañonazos hasta la mismísima Trinidad y Tobado.
Digamos que Antigua ha recuperado mucho de lo perdido, hay infinidad de nuevas edificaciones dispuestas a desafiar las fuerzas de la naturaleza, algunas de ellas, incluso, con amplios ventanales, algo que fue letal en el trayecto del Irma ¿son vidrios diferentes? Eso nos lo dirá el próximo huracán con la misma fuerza que entonces, mientras tanto toca esperar y volver al hilo conductor de este relato.
Como tantos otros territorios insulares o coloniales, Antigua padeció la fiebre nacionalista que, a mediados del siglo pasado, emprenden y alientas los norteamericanos, en las Naciones Unidas [por lo visto poco aprendieron de sus desastres y siguen interviniendo por aquello del divide y vencerás en asuntos que más bien pertenecen a los patios de colegio y no a necesidades vitales de la gente común y corriente que quiere pan, trabajo y libertad. Políticos y trileros viven muy bien empozoñando el día a día y la gente se sigue enfrentando porque le venden emociones que no razones] que acabaron poblando el planeta de microestados que tienen poco porvenir [lo que me hace retroceder a mi infancia cuando el pobre de solemnidad le soltó al señorito de turno aquello de “en mi hambre mando yo” y rechazó la humillación de tener que ir a recoger las aceitunas en la finca del mismo que, fusta en mano, espoleaba a su inmaculada yegua blanca] pero que resultan muy apetecibles para los intereses de las transnacionales que todo lo saquean [estando por la región me enteraba que los australianos querían hacerlo con Dominica y estaban dispuestos a comprar 2/3 de la isla para explotación minera –el que quiera saber algo parecido basta que analice lo que sucedió en Nauru que un día tuvo una de las rentas más altas del orbe- y los habitantes de esta joya de la naturaleza les dijeron que, con su oferta, se fueran a otra parte, ya escribiremos algo sobre esta isla] cuando lo realmente importante de estos pagos es la extraordinaria tranquilidad, su naturaleza y sus gentes –siempre y cuando logres soportar el infierno solar que te achicharra hasta las uñas de los pies-.
Esta flamante nación caribeña inició su andadura independiente el 1 de noviembre de 1981 y comprende las islas de Antigua (280 km²), Barbuda (161 Km²) casi deshabitada y Redonda (apenas 1 kilómetro cuadrado, no vive nadie y, si mal no recuerdo, al escritor Javier Marías lo hicieron rey de la misma). En total no llegan a las 100.000 almas y de las que prácticamente la mitad se localizan en su capital Saint John’s (parte oeste de la isla mayor) que a su vez es uno de los grandes puertos de la región y en donde trabajan a destajo para finalizar su terminal de carga marítima en la que ya se acumulan centenares de containers con productos Made in China. La de Barbuda la trataremos en otra entrega, por supuesto, apenas si representa el 1% de la población de este país insular y su vegetación o uso agrícola es bastante pobre lo que indica su escasa población y repercusión en el pequeño estado insular.
Llegar a Antigua hoy no es difícil, podremos hacerlo a través del Aeropuerto Internacional Vere Cornwall Bird [padre de la patria, lo encontramos inmortalizado en un gigantesco monumento de factura cubana, en la encrucijada del Mercado y la Terminal de Buses], desde Europa lo mejor es usar la British y, por lo tanto, volar vía Londres o bien otras líneas según el bolsillo del viajero y el tiempo del que disponga. En mi caso las veces que lo hice llegué a la isla por mar, para mi gusto, una forma más romántica de viajar, varias líneas la visitan regularmente. En la última ocasión llegamos tres gigantescos navíos el mismo día a primeras horas de la mañana, con ello la isla se viste de color e infinidad de negocios hacen su agosto. El crucerista es el actual monocultivo y, mientras dure este tipo de viajeros, ellos podrán seguir disfrutando de una independencia y unos ingresos, aunque no todos los naturales viven del turismo, el porcentaje es bastante grande para su economía. Otra posibilidad es hacerlo mediante el recurso de una estancia en la isla, contratar el hotel y los desplazamientos o bien utilizar los que hay para los lugareños que son bastante económicos para nuestros parámetros, aunque la vida en general no es nada barata. Un tiempo en la isla nos permitirá, incluso, realizar escapadas a otras zonas insulares mediante el uso de los barcos de carga autóctonos, por ejemplo, desde Saint John’s parten regularmente hacia Barbuda y Montserrat, y menos frecuentemente a otras islas; o vía aérea desde prácticamente cualquier punto del Caribe, la red es suficientemente extensa como para encontrar un agujero en alguno de los centenares de aviones de todo tipo que cada jornada cruzan la región-.
Una vez estamos instalados en la capital podemos decidir estar el tiempo que nos permita recorrerla para poder tratar de comprender y analizar el carácter de la región y la peculiar idiosincrasia de los nativos que, dicho sea de paso, tienen unas ganas de fiesta que contradice el amplio y abusivo panorama de los países más felices que regularmente distribuyen determinados organismos internacionales sobre los niveles de Felicidad de los nativos de tal o cual país. Lamentablemente quedan pocas cosas del pasado que puedan interesar al visitante cultural y, parte de lo que hay, está en vías de desaparición tras el abandono al que los edificios fueron sometidos: el clima tropical y los huracanes no les dan tampoco mucho respiro. Personalmente pateo la tierra que piso, la vivo, la disfruto y charlo con sus gentes; cuando el sol ya es inmisericorde, entonces toca buscar refugio en otros lares, es la hora de los museos, las iglesias, los mercados y los cafés.
En la capital encontraremos un coqueto museo, en algunos casos muchas piezas “viven” al aire libre [sería el caso de las locomotoras de los incontables ingenios azucareros que tuvo la isla] y ello las sometió a un desgaste que, entre visita y visita, parecen haber transcurrido siglos. Pero el museo es, hoy por hoy, una de las más antiguas edificaciones de este liliputiense país [que no se entere Puigdemont] en el que sus gentes, aparentemente, viven en un estado de felicidad permanente [en sus problemas no nos metimos] y los chascarrillos siempre acababan en risotadas imposibles de olvidar. Por ejemplo en el reencuentro con la “mami” que nos facilita una de las cervezas más fresquitas y buenas de toda la región y, además, de producción local, en la zona de los barracones militares de la vieja guarnición británica, hoy convertidos en una coqueta zona comercial y contra todo pronóstico se le puede pagar en dólares americanos –muchos negocios no los aceptan y tienes que hacerte con el dólar del Caribe- que facilitan la vida porque de lo contrario te vas llenando de calderilla que acabará engrosando las célebres cajas de las ONG que uno se encuentra en los aeropuertos antes de regresar de nuevo a tu mundo. Aquí la naturaleza parece ofrecer a las gentes lo básico para el día a día. ¡Ríete de la quietud que aqueja a los canarios si comparamos con la que encuentras en esta región del mundo!
Visitando el museo uno puede hacerse una idea del pasado azucarero algunos, incluso, pretenden viajar en una línea de ferrocarril que antaño realizaba la zafra. Recordemos que había más de 2.000 cultivadores y en el XVIII utilizaban la mano de obra de cerca de 50.000 esclavos. Una entretenida visita por el museo nos ayudará a entender esa ignominiosa etapa y, de paso, observar algunas de las centenarias locomotoras que están al aire libre. Después, muy cerca encontraremos la Catedral Anglicana de San Juan Divino y su impresionante cementerio, la una en ruinas, aunque tratan de recuperarla y el otro bastante desangelado tras más de medio siglo de abandono, aunque ya ha sido desbrozado. Conviene recordar que sufrió el gran terremoto del 8 de febrero de 1843, la verdad es que está lejos de tener su viejo esplendor, volvió a resentirse el 8 de febrero de 1974 y el 2017 el paso del destructivo huracán que arrasó prácticamente todo el Caribe. Otra iglesia es la de San Pedro, fue levantada en 1840 pero ¡qué quieren que les diga! Mejor opción es largarse a los viejos barracones del Redcliffe Quay donde uno parece regresar a la Inglaterra victoriana, sus buzones de correos netamente británicos y sus cabinas telefónicas nos devolverán a las placenteras horas nocturnas escuchando la BBC en sus mejores tiempos y que captaba en OL, OM y OC [hoy prácticamente nada queda, aunque con el Brexit igual recuperan algo de ese esplendor radiofónico que los mantuvo en el podio de la radiodifusión mundial durante décadas y que parece fue barrido por la estupidez de sus políticos al creerse el ombligo del mundo]. Muy cerca ya tenemos la Terminal de cruceros, los barquitos que nos pueden llevar hasta Barbuda, Montserrat y otras islas del Caribe; los horarios no siempre son los mejores, pero las mareas y el estado de la mar mandan por estos pagos donde la luz natural marca también el ciclo vital de sus gentes.
Los precios no son baratos, aunque llegados hasta aquí ¿qué hay económico en esta etapa de la globalización donde los “jibarizadores” del primer mundo imponen sus precios? Ahora también lo hace China; por cierto, un poquito a la derecha, apenas cinco minutos, encontraremos la Terminal de autobuses que prácticamente por unos dólares te lleva a cualquier otro punto de la isla (en el norte hay otra más moderna, muy cerca del flamante Hospital) y el colorido mercado local.
Una vez recorrido Saint John’s podemos recurrir a los taxis colectivos o los que buscan pasaje para recorrer la isla (unos 50$ a primera hora, la mitad hacia las 11 de la mañana) justo tras pasar la calle Thames, en la célebre St Mary’s hay infinidad de conseguidores tratando de hacerse con el viajero, lo mejor no tener prisa o ir subiendo hasta la calle del Mercado, suelen ser menos agresivos en cuanto a su oferta, a veces encuentras incluso gente dominicana y te facilitan el día y el coste una barbaridad.
Lo habitual es tomar hacia el norte, pasar cerca del aeropuerto Vere Cornwall Bird, contemplar el otrora potente centro retransmisor de Antigua (desde allí operaban varias emisoras internacionales como la BBC o la DW alemana) para encarar el recorrido hasta Long Bay –no olvidar el famoso y peligroso puente del Diablo cerca de Indian Town-, un buen trecho a pie, si el sol es de justicia lo mejor olvidarse del paseo. La visita la podríamos continuar por la hermosa Bahía de la Media Luna donde los cuerpos blanquecinos de los cruceristas de edad madura se convierten en verdaderas gambas sonrojadas que, a veces, deja su huella y acaba en el hospital. Por cierto, las féminas no se cortan ni un pelo y quieren hacernos creer que son quinceañeras a la hora de mostrar su epidermis aunque para el que esto escribe nada como una extraordinaria cerveza bajo las palmeras mientras el resto disfruta de su rato de baño y hasta que el chófer marca la hora de regreso, todo depende del pacto que se hizo con el conductor antes de partir, por lo general, sabedores de cómo pega Lorenzo, suelen darte entre media y hora y media, tiempo más que suficiente para encargar, nada más llegar, una de las sabrosas langostas recién sacadas del agua o cualquier otro pescado que pueden ser acicate para no querer abandonar el paraíso.
Por supuesto, en la ruta hay muchos restos de baterías que en épocas de la colonia servían para repeler a intrusos [piratas y otros europeos amigos de lo ajeno]; infinidad de ruinas de los diferentes fuertes jalonan el perímetro de su geografía. Si algo tuviera que recomendar sería Liberta, uno de los primeros poblados levantados por los esclavos libres, pero nada del otro jueves, así que podría darse el caso de emplear el tiempo en el moderno Nelson Dockyard [abierto en 1961, imprescindible visitar la Casa Museo del Almirante, está declarada patrimonio de la UNESCO, el joven oficial se curtió aquí y entre otros compañeros estaba el príncipe heredero William Henry, sería Guillermo IV], English Harbour –desde donde también parten hacia Barbuda- y después seguir la ruta hasta Carlisle Bay para ir costeando y regresar a la capital por la célebre Valley Road-Fort Road; si el tiempo lo permite una sugerencia podría ser darse una vuelta por el Parque Nacional Monte Obama.
Por cierto, la parte atlántica de la isla ofrece numerosas islitas, prácticamente deshabitadas, rodeadas de arrecifes que son un paraíso ornitológico, sobre todo en la época de reproducción, así que los aficionados a las aves pueden intentar visitar alguna de ellas [recomendaría, sin embargo, ir directamente a Barbuda, pero todo dependerá de la estancia en la región, requiere por lo menos un día completo] por ejemplo Long Island, Guiana, Pelican, Maiden, Bird, Crump o Green Island.
Si lo que uno busca son los recintos hoteleros y el lujo, entonces no hay duda, hay que orientar nuestros pasos hacia el norte, allí tenemos establecimientos de primera [algunos sorprendentemente recuperados en un tiempo récord de la furia huracanada que los destrozó] y playas para retozar.