Si cuando era un crío me hubieran dicho que iría a esta isla caribeña que enseñorea el nombre de mi provincia de origen, me habría puesto a reír. Pero, desde que estuve en Granada (Nicaragua) el gusanillo comenzó a picar y me dije ¿por qué no? Y esa oportunidad llegó en el primer mes del año 2019, a un precio que todavía no me lo acabo de creer y aún podría haber salido más económico si me hubiera quedado más días por la región ya que en ese periplo caribeño el pasaje aéreo fue lo más oneroso. De ahí que siempre que doy el salto trate de alargar, al máximo, mi escapada y de esa manera la partida fija que representa el avión repercuta menos en la media final.
Recuerdo, siendo niño ¿o ya éramos adolescentes cuando comenzamos a trabajar? Bueno, lo cierto es que Granada me era familiar –y no precisamente me estoy refiriendo a mi lugar de nacimiento- ya que las cartas que desde Escandinavia escribía un paisano de mi quinta, tardaban más de la cuenta. Cuando esas misivas llegaban, la felicidad familiar era completa y no se explicaban por qué se demoraban tanto, aunque había una explicación ya que en los sobres el correo granadino-caribeño siempre aparecía una inscripción manuscrita ¿será España? Y, tras el respaldo con el matasellos de la nación insular homónima, llegaba a nuestra Alhama: ahí estaba la explicación de los retrasos que no se daban cuando en el sobre escribía ESPAÑA. Recuerdo que otras veces las cartas sufrieron el mismo retraso porque fueron encaminadas a las poblaciones de ese nombre en Francia; hoy ya no llegan con esas marcas y el retraso es de espanto en la era de las comunicaciones instantáneas.
Esta misma semana han llegado a su destino una decena de paquetes que había despachado entre el 2013 y el 2015 con destino a Beijing. ¡Menos mal que no había duda posible con las etiquetas que me facilita la redacción española de la Radio Internacional de China pero, ni por esas, hemos regresado a los tiempos de la navegación a vela y, aún entonces, llegaban las misivas antes: no es normal que en alguno de esos casos haya llegado el paquete con seis años de retraso ¿se perdería el tren por esas estepas asiáticas tras abandonar Madrid en su viaje de retorno? Pero retomemos el hilo y volvamos al Caribe.
En la historia más reciente, para muchos, les sonará la invasión norteamericana de la isla en 1983; restos de esa intervención todavía quedan en forma de pintadas y carteles envejecidos por el tiempo en aquellas tropicales latitudes. Los protagonistas de aquella etapa fueron Fidel Castro y Maurice Bishop ambos, omnipresentes, junto al Che, en la cartelística de la región, incluso en la toponimia de sus callejeros. Ojo, (también) me encontré con una casa barrida por el huracán, sólo quedaba el rectángulo y las cuatro paredes con las siglas del CID pulcramente dibujadas y no creo que se refieran a nuestro mitificado héroe que tan magistralmente plasmó Heston en la gran pantalla y que Chocolates Dulcinea lanzó en cromos que significaron en aquellos años de niñez todo un aldabonazo con premio, puesto que al completarlo la fábrica de chocolates te daba un balón de cuero que acabó en manos de Macanda, para disfrutarlo en los partidos de fútbol en el patio del cuartel, que estaba justo detrás de las dos clases del Paseo que, entonces, llevaba el nombre de Montes Jovellar, pero que simplemente era el PASEO. La pregunta que me vino a la mente paseando por aquellas ruinas ¿sería la sede de esa organización que lideraba uno de los históricos de la revolución cubana –Huber Matos- y que denunció el sesgo de la revolución castrista y pagó con el encarcelamiento, prácticamente de por vida –lo dejaron salir poco antes de morir en el exilio- y que tan excelentes programas de radio nos hacía llegar con sus varias emisoras a través de la onda corta una vez entraba la noche en Europa? ¿Quién que habiendo escuchado Radio Camilo Cienfuegos, por ejemplo, se olvidará de aquellos históricos espacios que llevaban por título La tremenda corte?
Realmente me quedó la duda, no pude descifrar ese descubrimiento, quizá porque ya el tiempo me apremiaba y no podía regresar a la Escuela que visité por la mañana gracias al director del centro educativo que se interesó por aquellas dos personas extranjeras y, al descubrir que éramos de Granada, nos hizo pasar a su centro escolar y charlar animadamente con el personal y fotografiar las clases con total libertad. En España tenemos necesidad de una autorización para poder hacer eso por aquello de la protección de imagen y siempre la misma pregunta ¿para qué tanta protección si después no saben ni andar por la calle?
El resultado es que por aquella desértica y destartalada zona no había ni un alma –señalar que en el trópico cuando el sol comienza a caer la gente se retira y todo vuelve al silencio más absoluto- incluso la iglesia de San Andrés, próxima a esas cuatro paredes del CID, estaba ya cerrada –un cartel advertía no pasar a las ruinas de la nave central- otro te invitaba, a determinadas horas, a visitar, previo pago, la torre que quedó en pie, con el objetivo de recabar fondos de cara a la reconstrucción del templo.
Granada, te sorprende, te gratifica ver que su espléndida naturaleza, a pocos metros de la capital, te ofrece esa lujuriante belleza que te hace pensar en el paraíso que solía citar en su bitácora Cristóbal Colón que llegó a ella en 1498 y la bautizó como Concepción. En 1650 la compró el gobierno de Martinica y entonces pasó a engrosar los bienes de la compañía francesa de las Indias Occidentales de efímera vida. Los franceses tuvieron que luchar duro con los caribes que la poblaban y los británicos hacen acto de presencia en 1762 –ya se sabe, cuando alguien tiene dificultades, el vecino aprovecha para mover los mojones- que afianzan sus derechos en el célebre Tratado de Versalles de 1783 y hasta 1967, la isla gozará de una gran autonomía.
Inglaterra era dueña absoluta, junto a otras islas de la región, prácticamente Londres y París se repartieron las Antillas (aunque en la rapiña también estuvieron Holanda, Dinamarca y Suecia; esos cinco países hicieron las mil y una para disputar el inmenso territorio a los españoles; los norteamericanos harían acto de presencia a finales del XIX que es cuando nos dieron la estocada final fingiendo un ataque al Maine en el puerto habanero). En 1974 Granada logra la independencia, justo el año en que yo marchaba al servicio militar y esa nueva etapa tuvo un lustro de tranquilidad ya que en 1979 la isla sería la noticia de los telediarios de todo el orbe: un régimen revolucionario sustentado por la URSS y Cuba que los vecinos del norte no estaban dispuestos a permitir y no llegó a consolidarse; cuatro años después en 1983 la invadían (se hizo una película que recuerdo muy bien porque me devolvía a las vivencias del Cinema Pérez y de nuestro genial y desaparecido Gila).
La isla apenas tiene 310 km² y poco más de 100.000 almas; apenas 54 kilómetros en su distancia más larga –prácticamente la misma distancia de mi Alhama natal a la capital de la provincia- y poco más de 30 kilómetros de anchura, aunque eso sí es sumamente abrupta y ello hace que conserve una vegetación casi intacta en algunas zonas. Administra otras más pequeñas en el grupo de las Granadinas (que también tiene San Vicente) que son sumamente famosas por sus emisiones postales, excesivamente prolíficas y difíciles de ver en la correspondencia actual que casi es inexistente. De origen volcánico, tiene algunos lagos, cráteres y caídas de agua que hacen de ella un lugar de ensueño. Junto con Carriacou (a 25 kilómetros y con apenas 42 km²) y Pequeña Martinica, 8 kilómetros al norte de la anterior y unos centenares más de personas que forman la nación caribeña.
Entre las tres islas encontramos decenas de playas y establecimientos hoteleros para todos los bolsillos, los más exclusivos los encontramos en la isla mayor, concretamente entre Grand Anse y l’Anse aux Epines, ambas poblaciones al sur de la capital, también en esa parte nos encontraremos el Aeropuerto Internacional de Punta Salinas aunque, oficialmente, sea el Maurice Bishop: el culto a la personalidad no cesa, incluso décadas después de aquellos hechos que acabaron cambiando el curso de la historia por estos lares (el viejo aeropuerto de Las Perlas está más lejos de la capital, en la zona nororiental y podríamos decir que está en desuso, en sus alrededores quedan algunas de las reliquias de los residentes rusos: viejos aviones como mudos testigos del período revolucionario y antiquísimos restos de las culturas amerindias de tiempos precolombinos).
Los amantes del carnaval, el calipso y la elección de Miss Mundo (los interesados pueden buscar en el mes de agosto, eso sí, el sol derrite cualquier cosa y hay que meterse bajo cualquier sombra que tengamos a mano); la juerga o el no parar está asegurado, así que los jóvenes lo pueden aprovechar, si su bolsillo se lo permite; con toda seguridad no resultarán defraudados ante el colorido y el vigor que la isla despliega por ese mes estival.
Granada ofrece y tiene alicientes para esta por allí bastantes día, la isla de las especies muestra atractivos varios y sólo hay que dejarse llevar; su gente, por lo demás, es de una exquisita cortesía [aunque uno encuentra gente que habla español, lo lógico es tener unos mínimos de inglés para poder interactuar con mayor vigor] o al menos así se comportaban cuando preguntaban de dónde era: yo de Granada, a la sorpresa, se les añadía el asombro cuando le añadías el país. En varias ocasiones esa amabilidad se hizo patente con visitas o puertas abiertas que no siempre las encuentras.
La capital es coqueta, aunque sus calles son sumamente empinadas [la calle Fuerte de mi Alhama natal sería una minucia en comparación con el trazado urbanístico de la isla caribeña que remonta la colina]; hay varias zonas perfectamente definidas, Explanada, Carenado, Bay Town y un túnel del XIX que junta las dos partes de la ciudad. En esa zona encontramos edificios gubernamentales, museos, representaciones o agencias internacionales. Si uno elige la cuesta es cuestión de paciencia, por la calle de la Iglesia llegamos a la que fuera la Iglesia Presbiteriana de San Andrés –sólo queda su torre, hay una campaña de mecenazgo para intentar reconstruir el templo y devolverlo al culto-; justo a la izquierda de la caseta, que tiene la inscripción correspondiente, nos encontraríamos la casa CID que ya mencionaba al principio, aunque destruida.
Como estamos en la loma, lo mejor será dejarnos llevar al lado contrario para alcanzar la Iglesia Católica y el destruido parlamento, desde esa zona contemplaremos, extasiados, la espléndida bahía. Si las piernas nos lo permiten un poco más arriba encontraremos el cementerio que nos ofrecerá una visión más espectacular, incluso del moderno campo deportivo [aquí se celebró la Copa Mundial de Cricket del 2007] que es por donde pasará el coche o furgoneta que te llevará hasta la cascada. Si decidimos quedamos en el sector de San Andrés, inmediatamente encontraremos el casi destruido Fuerte de San Jorge [Fort St. George] al que todavía se puede acceder por un par de dólares y su altozano te permitirá visionar una de las mejores vistas de la capital.
Pero si uno quiere tomarle el pulso al país, la vuelta a toda la isla es de unos 80 kilómetros y sólo hay que dejarse llevar, pero conducir es duro y las carreteras, aparte de las incontables curvas –muy estrechas- deberíamos considerar que lo mejor y más económico, a pesar de las incomodidades que nos puedan provocar, son los micros o furgonetas que unen los diferentes puntos de su orografía. Eso sí, hay que tener la precaución de tomar el retorno hacia las tres de la tarde para evitar quedarnos tirados o tener que negociar un transporte privado que, generalmente, es más económico que los taxis y, a veces, te permiten más libertad.
La capital tiene un atractivo especial y unas ropas de colores vivos e impactantes, los mejores comercios se encuentran en torno a la terminal marítima –con su muelle comercial que, generalmente, duplicará precios cuando desembarcan los cruceristas, si uno tiene que comprar en un periplo caribeño los mejores precios los encontré en Saint Kitts y en Saint Maarten, aunque cada país tiene cosas diferentes y uno debe calcular qué es lo que en realidad le gustaría llevarse sin que le quede cara de estafado. Infinidad de especies las encontraremos en el mercado local próximo a esa gran playa de comercios íntegramente orientados a los turistas y, por consiguiente, a precios que no son siempre los más competitivos o hay que colegir que los cucos comerciantes consideran al viajero “piezas” propicias para sacarle el máximo de jugo.