Desde pequeño, este cronista ha sentido una gran curiosidad por las lecturas donde se entremezclaban las aventuras, los países lejanos y el misterio.
Cuando cayó en mis manos, y fue un regalo de mi padre, el viaje al centro de la tierra de Julio Verne, lectura que recomendare siempre, sentía una enorme fascinación por todo lo que en ella acontecía, devorando los capítulos con un interés inusitado, sobre todo para un niño de aun, una corta edad.
La ruta de este domingo pasado que fue día trece, la primera del año 2013 y el número de asistentes a la misma; 31, o sea un trece al revés le daban un carácter misterioso a la misma, y os aseguro que mágica fue, recordando a este cronista esa magia que hace años una mente infantil buscaba en los libros de aventuras.
Acercándonos al punto de comienzo de la misma, los limpiaparabrisas del coche de José Luis no paraban de escupir agua, pero a medida que pasaban los minutos y ya en este punto de partida, los asistentes, en prevención de la tremenda mañana que íbamos a vivir, nos fuimos preparando para lo peor, una ligera llovizna en esos momentos, no nos quitaba las ganas de darnos a lo menos una caminata, aunque fuera más corta.
Pero esa magia de las novelas de aventuras comenzó a tomar fuerza y nada más comenzar a caminar por el sendero que nos llevaría hasta las casetas de la Monticana, la llovizna ceso y comenzamos a ver en el horizonte algunas trazas del cielo azul escondido durante ese tramo de la mañana.
A pocos metros del comienzo de esta ruta, atravesamos el Rio Cacín o también llamado Rio Algar, este camino esta a escasos metros pasado el vivero de la Resinera, es un camino forestal, llamado “de la plancha”. Sencillo de caminar en suave pendiente, va lentamente ascendiendo entre jóvenes pinares carrascos y resineros, solo la niebla a media lastra en los montes cercanos le quitaba encanto visual a estos primeros kilómetros.
A la izquierda de la marcha el cerro de la plancha dominaba el paisaje hacia el Este, eso sí, mientras más ascendíamos el frio comenzó a hacerse el protagonista de este “viaje al centro de la sierra”, porque la dirección que ya tomaba este sendero era hacia el corazón mismo de la Almijara serrana.
A medida que la expedición avanzaba, comenzamos a ver algunas cumbres de esta zona, como el Cerro de Masajate, de 1294 m de altitud, con la niebla a mitad del mismo, seguíamos caminando y ganando altitud, atravesando paisajes donde los barrancos y las montañas cubiertas de pinares parecían inexpugnables, percibíamos la sierra en su estado puro.
Caminando hacia la Monticana, con un viento frio, y algo de sol en algunos tramos, llegamos hasta las ruinas del cortijo de Masajate escondido entre enormes pinos de espesa copa, camino que atraviesa la Rambla de Masajate, con poca agua la verdad, pero con la huella de las tremendas escorrentías que bajan por la misma cuando la bravura de las lluvias alcanzan su estado máximo, las toneladas de piedras y arenas dolomíticas que se acumulan en los pasos del agua nos daban una idea aproximada de lo que tenía que ser ver a estas cuando bajan por estos tremendos barrancos, arrasando todo a su paso.
Tras dejar atrás un corta fuegos el camino comienza a escender, hasta alcanzar el cortijo de Machinche, unos cuantos kilómetros más abajo, también en ruinas como el primero y son ambos, testigos mudos de la vida de los resineros, que dejaron sus vidas por estos remotos parajes serranos. A nuestras espaldas el Alto del Águila de 1323 m, adornado por los pinos pegados al suelo arenoso y aferrados a sitios inverosímiles.
Antes de llegar a las proximidades del paraje del puente de la Monticana, el grupo se topa con un moderno y potente vehículo forestal, ocupado por tres agentes que se paran a nuestro paso, para dejar pasar al grupo y de paso charlar un poco con los osados senderistas de esta fría mañana, nos advierten que hacia la Monticana el frio es extremo y está cayendo algo de agua nieve, su saludo final es que tengamos un buen recorrido y que por favor no encendiéramos fuego…, nada, nada señores agentes, pueden estar muy tranquilos, que nosotros no hacemos esas burradas a pesar del frio que llevamos padeciendo desde que comenzamos a tomar altura, pueden estar tranquilos y que tengan buen servicio, ¡buenos días!.
La ruta por este tramo da un giro hacia la derecha tomando un carril que nos llevaría hasta la casetas de la Monticana, por esta zona el paisaje es verdaderamente salvaje, abajo a nuestra izquierda se escuchaba el estruendo de las aguas limpias y abundantes del Rio Cebollón que nace en estos barrancos, un cauce inexpugnable, con paredes rocosas y pinares casi verticales. El sonido del rio nos acompañaría al menos un par de kilómetros hasta las mismísimas casetas, que aparecieron entre los pinos en un recodo del camino.
Una vez allí, hicimos un merecidísimo descanso para coger fuerzas y casi con algo de prisa, porque la atmosfera se “estaba moviendo”, según el comentario de alguno de nuestros compañeros. Y ya por experiencia sabemos que no te puedes fiar del clima en estos parajes porque los cambios atmosféricos son de minutos. Así que, arreando antes de que empeore el tiempo.
“La historia de las casetas de la Monticana se remonta al aprovechamiento de la resina en los años cincuenta del pasado siglo XX, de la cual se obtenían dos productos principales: la colofonia y el aguarrás, la empresa dedicada a la explotación de la resina, la LUR.E, o sea La Unión Resinera Española, llevó a cabo un proyecto de construcción de casas para los resineros, estos trabajaban en su recolección a partir de los meses de marzo, cuando comenzaban las labores de la preparación de los pinos para obtener de ellos la resina y se terminaba la recolección en Octubre, durante estos meses los resineros vivían en la sierra, con sus familias, esta casetas se construyeron para sustituir unas antiguas chozas donde estos vivían, se construían todas iguales, y en diferentes zona estratégicas para el laboreo de la resina. En la Monticana era donde más casetas había, aquí los resineros tenían seis casas y una algo más grande al final del “barrio”, que les serbia de almacén y de cuadra para las bestias de la arriería dedicada al transporte de cantaros hasta el cargadero del camión o hasta la mismísima fabrica.
El resinero y su familia tenían además de este alojamiento una parcela para huerto familiar para su subsistencia. También estas casas servían para vivienda de otras personas relacionadas con la empresa resinera y la gestión del monte como los guardas de la URE cuya misión era guardar y custodiar todo lo relacionado con los aprovechamientos del monte para la obtención de la resina.”
Este párrafo sobre la Monticana es una colaboración vía e-mail de nuestro amigo Vicente Hernández actual guarda de la Resinera, al cual le agradezco las líneas que me ha enviado, ¡muchas gracias¡.
Tras el fugaz descanso y temiendo que empeorara el tiempo, nos pusimos de nuevo en marcha, detrás de la Monticana hay un camino carretero, utilizado para llevar provisiones a este “barrio”, esta es nuestra nueva vereda, a nuestras espaldas quedaba el imponente y cercano Cerro de Cabañeros con sus 1716 m de altitud , que domina este paramo serrano, con un leve manto de nieve sobre su ladera norte, poco a poco íbamos ascendiendo hasta llegar a la cúspide de este carril que comienza a la altura de la Loma de Ubares donde comienza a descender, en este punto nos hicimos una foto de grupo, detrás de nosotros los paisajes Almijareños, Sierra Nevada de un blanco nítido y más alejadas hacia el Este las sierras de la Contraviesa.
El viento del norte aquí era muy molesto, y comenzamos a descender hacia el camino del Puerto de Frigiliana, escoltados por el Cerro del Caballo con su caseta de vigía forestal a nuestra izquierda a 1642 m de altitud, de frente el Pico del Lucero con la niebla en su parte más alta, el Cerro de los Machos de 1589 m y al fondo la Sierra de Tejeda, a la derecha de nuestra marcha toda la geografía de la Resinera entre claros y nubes, con una vista de vértigo, hacia el cercano barranco del Cambríl.
Este camino baja caracoleando entre frondosos pinares, en su recorrido dejamos atrás las ruinas del cortijo de Ubares, más abajo este camino toma la dirección paralela al barranco de las chorreras de Palancares, en este trayecto podemos apreciar las dolomías que son la base de la geología de estas sierras arrastradas por los cauces por toneladas y dejadas a lo largo del cauce de este barranco, así llegamos hasta el poste de madera que señala la dirección del camino del puerto de Frigiliana, nosotros tomamos la dirección contraria para descender hasta la valla metálica, que en el barranco del Cambril impide que los vehículos de motor no autorizados pasen por ella.
Esta parte de la ruta fue, digamos un descanso, hicimos una pequeña parada de reagrupamiento junto al cauce de Arroyo de la Venta y ya seguimos por este camino paralelo a sus tranquilas aguas hasta los coches situados a mas o menos unos tres kilómetros de este punto.
Una ruta recomendable, eso si algo larga, en total hicimos 25 kilómetros y casi quinientos metros en una seis horas y veinte minutos de duración, con descansos incluidos.
Ya en los coches comentamos como siempre las anécdotas de la misma y rendimos un pequeño homenaje a la simpática Ángela que con sus doce años y acompañada de su madre y su tía Paqui Bastida, socia del club, llegó algo cansada hasta el final, a ver si hacemos de ella una estupenda senderista, tiene aun mucho tiempo para seguir entrenándose, seguramente que tendrá algo que contarle a sus amigas de esta aventura que la llevó hasta el corazón mismo de la Sierra.
La ruta de este domingo pasado que fue día trece, la primera del año 2013 y el número de asistentes a la misma; 31, o sea un trece al revés le daban un carácter misterioso a la misma, y os aseguro que mágica fue, recordando a este cronista esa magia que hace años una mente infantil buscaba en los libros de aventuras.
Acercándonos al punto de comienzo de la misma, los limpiaparabrisas del coche de José Luis no paraban de escupir agua, pero a medida que pasaban los minutos y ya en este punto de partida, los asistentes, en prevención de la tremenda mañana que íbamos a vivir, nos fuimos preparando para lo peor, una ligera llovizna en esos momentos, no nos quitaba las ganas de darnos a lo menos una caminata, aunque fuera más corta.
Pero esa magia de las novelas de aventuras comenzó a tomar fuerza y nada más comenzar a caminar por el sendero que nos llevaría hasta las casetas de la Monticana, la llovizna ceso y comenzamos a ver en el horizonte algunas trazas del cielo azul escondido durante ese tramo de la mañana.
A pocos metros del comienzo de esta ruta, atravesamos el Rio Cacín o también llamado Rio Algar, este camino esta a escasos metros pasado el vivero de la Resinera, es un camino forestal, llamado “de la plancha”. Sencillo de caminar en suave pendiente, va lentamente ascendiendo entre jóvenes pinares carrascos y resineros, solo la niebla a media lastra en los montes cercanos le quitaba encanto visual a estos primeros kilómetros.
A la izquierda de la marcha el cerro de la plancha dominaba el paisaje hacia el Este, eso sí, mientras más ascendíamos el frio comenzó a hacerse el protagonista de este “viaje al centro de la sierra”, porque la dirección que ya tomaba este sendero era hacia el corazón mismo de la Almijara serrana.
A medida que la expedición avanzaba, comenzamos a ver algunas cumbres de esta zona, como el Cerro de Masajate, de 1294 m de altitud, con la niebla a mitad del mismo, seguíamos caminando y ganando altitud, atravesando paisajes donde los barrancos y las montañas cubiertas de pinares parecían inexpugnables, percibíamos la sierra en su estado puro.
Caminando hacia la Monticana, con un viento frio, y algo de sol en algunos tramos, llegamos hasta las ruinas del cortijo de Masajate escondido entre enormes pinos de espesa copa, camino que atraviesa la Rambla de Masajate, con poca agua la verdad, pero con la huella de las tremendas escorrentías que bajan por la misma cuando la bravura de las lluvias alcanzan su estado máximo, las toneladas de piedras y arenas dolomíticas que se acumulan en los pasos del agua nos daban una idea aproximada de lo que tenía que ser ver a estas cuando bajan por estos tremendos barrancos, arrasando todo a su paso.
Tras dejar atrás un corta fuegos el camino comienza a escender, hasta alcanzar el cortijo de Machinche, unos cuantos kilómetros más abajo, también en ruinas como el primero y son ambos, testigos mudos de la vida de los resineros, que dejaron sus vidas por estos remotos parajes serranos. A nuestras espaldas el Alto del Águila de 1323 m, adornado por los pinos pegados al suelo arenoso y aferrados a sitios inverosímiles.
Antes de llegar a las proximidades del paraje del puente de la Monticana, el grupo se topa con un moderno y potente vehículo forestal, ocupado por tres agentes que se paran a nuestro paso, para dejar pasar al grupo y de paso charlar un poco con los osados senderistas de esta fría mañana, nos advierten que hacia la Monticana el frio es extremo y está cayendo algo de agua nieve, su saludo final es que tengamos un buen recorrido y que por favor no encendiéramos fuego…, nada, nada señores agentes, pueden estar muy tranquilos, que nosotros no hacemos esas burradas a pesar del frio que llevamos padeciendo desde que comenzamos a tomar altura, pueden estar tranquilos y que tengan buen servicio, ¡buenos días!.
La ruta por este tramo da un giro hacia la derecha tomando un carril que nos llevaría hasta la casetas de la Monticana, por esta zona el paisaje es verdaderamente salvaje, abajo a nuestra izquierda se escuchaba el estruendo de las aguas limpias y abundantes del Rio Cebollón que nace en estos barrancos, un cauce inexpugnable, con paredes rocosas y pinares casi verticales. El sonido del rio nos acompañaría al menos un par de kilómetros hasta las mismísimas casetas, que aparecieron entre los pinos en un recodo del camino.
Una vez allí, hicimos un merecidísimo descanso para coger fuerzas y casi con algo de prisa, porque la atmosfera se “estaba moviendo”, según el comentario de alguno de nuestros compañeros. Y ya por experiencia sabemos que no te puedes fiar del clima en estos parajes porque los cambios atmosféricos son de minutos. Así que, arreando antes de que empeore el tiempo.
“La historia de las casetas de la Monticana se remonta al aprovechamiento de la resina en los años cincuenta del pasado siglo XX, de la cual se obtenían dos productos principales: la colofonia y el aguarrás, la empresa dedicada a la explotación de la resina, la LUR.E, o sea La Unión Resinera Española, llevó a cabo un proyecto de construcción de casas para los resineros, estos trabajaban en su recolección a partir de los meses de marzo, cuando comenzaban las labores de la preparación de los pinos para obtener de ellos la resina y se terminaba la recolección en Octubre, durante estos meses los resineros vivían en la sierra, con sus familias, esta casetas se construyeron para sustituir unas antiguas chozas donde estos vivían, se construían todas iguales, y en diferentes zona estratégicas para el laboreo de la resina. En la Monticana era donde más casetas había, aquí los resineros tenían seis casas y una algo más grande al final del “barrio”, que les serbia de almacén y de cuadra para las bestias de la arriería dedicada al transporte de cantaros hasta el cargadero del camión o hasta la mismísima fabrica.
El resinero y su familia tenían además de este alojamiento una parcela para huerto familiar para su subsistencia. También estas casas servían para vivienda de otras personas relacionadas con la empresa resinera y la gestión del monte como los guardas de la URE cuya misión era guardar y custodiar todo lo relacionado con los aprovechamientos del monte para la obtención de la resina.”
Este párrafo sobre la Monticana es una colaboración vía e-mail de nuestro amigo Vicente Hernández actual guarda de la Resinera, al cual le agradezco las líneas que me ha enviado, ¡muchas gracias¡.
Tras el fugaz descanso y temiendo que empeorara el tiempo, nos pusimos de nuevo en marcha, detrás de la Monticana hay un camino carretero, utilizado para llevar provisiones a este “barrio”, esta es nuestra nueva vereda, a nuestras espaldas quedaba el imponente y cercano Cerro de Cabañeros con sus 1716 m de altitud , que domina este paramo serrano, con un leve manto de nieve sobre su ladera norte, poco a poco íbamos ascendiendo hasta llegar a la cúspide de este carril que comienza a la altura de la Loma de Ubares donde comienza a descender, en este punto nos hicimos una foto de grupo, detrás de nosotros los paisajes Almijareños, Sierra Nevada de un blanco nítido y más alejadas hacia el Este las sierras de la Contraviesa.
El viento del norte aquí era muy molesto, y comenzamos a descender hacia el camino del Puerto de Frigiliana, escoltados por el Cerro del Caballo con su caseta de vigía forestal a nuestra izquierda a 1642 m de altitud, de frente el Pico del Lucero con la niebla en su parte más alta, el Cerro de los Machos de 1589 m y al fondo la Sierra de Tejeda, a la derecha de nuestra marcha toda la geografía de la Resinera entre claros y nubes, con una vista de vértigo, hacia el cercano barranco del Cambríl.
Este camino baja caracoleando entre frondosos pinares, en su recorrido dejamos atrás las ruinas del cortijo de Ubares, más abajo este camino toma la dirección paralela al barranco de las chorreras de Palancares, en este trayecto podemos apreciar las dolomías que son la base de la geología de estas sierras arrastradas por los cauces por toneladas y dejadas a lo largo del cauce de este barranco, así llegamos hasta el poste de madera que señala la dirección del camino del puerto de Frigiliana, nosotros tomamos la dirección contraria para descender hasta la valla metálica, que en el barranco del Cambril impide que los vehículos de motor no autorizados pasen por ella.
Esta parte de la ruta fue, digamos un descanso, hicimos una pequeña parada de reagrupamiento junto al cauce de Arroyo de la Venta y ya seguimos por este camino paralelo a sus tranquilas aguas hasta los coches situados a mas o menos unos tres kilómetros de este punto.
Una ruta recomendable, eso si algo larga, en total hicimos 25 kilómetros y casi quinientos metros en una seis horas y veinte minutos de duración, con descansos incluidos.
Ya en los coches comentamos como siempre las anécdotas de la misma y rendimos un pequeño homenaje a la simpática Ángela que con sus doce años y acompañada de su madre y su tía Paqui Bastida, socia del club, llegó algo cansada hasta el final, a ver si hacemos de ella una estupenda senderista, tiene aun mucho tiempo para seguir entrenándose, seguramente que tendrá algo que contarle a sus amigas de esta aventura que la llevó hasta el corazón mismo de la Sierra.
Nuestra próxima salida |
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Recomendaciones para nuestros socios para esta ruta 8 del 27/1/2013 - Llevar ropa y calzado adecuados para la práctica del senderismo. - Llevar comida y agua. - Llevar siempre encima vuestra tarjeta federativa, es muy importante. - Se recomienda llevar también siempre en vuestra mochila: toalla y un chubasquero o cortavientos. - Se recomienda llevar unas gafas de sol y crema protectora. - Se ruega estricta puntualidad a la hora de la salida de esta ruta, es muy importante. Nota.- Los desplazamientos hasta el comienzo de ruta, en Atarfe, se harán en vehículos particulares. |
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