La noche del cazador



 Reincidentes, muy preparados y adictos a las emociones fuertes. Ese es el perfil de los furtivos Esta práctica se mantiene en puntos aislados de las zonas más montañosas.

 Colegio de Jayena, clase de inglés. El profesor pide a los alumnos que escriban una redacción en la lengua de Shakespeare en la que expliquen qué le van a pedir a Sus Majestades de Oriente. Todos coinciden, quieren que los Reyes Magos les traigan rifles y escopetas para salir a cazar, como hacen los mayores. Es una anécdota, pero ejemplifica lo arraigada que está la práctica cinegética en determinados puntos de la provincia, ya sea de forma legal. O no.

 Los datos revelan que todavía existe quien se salta la ley y se va al monte a batir animales sin cumplir con la normativa. Cada año la Guardia Civil incoa unas 300 sanciones administrativas en Granada a cazadores furtivos, una práctica que se ha enquistado en las zonas más montañosas.

 Aunque la Guardia Civil se ha encontrado con casos en los que se caza por la carne del animal, lo más habitual es encontrar a cazadores experimentados y reincidentes en la práctica del furtivismo. Lo que les atrae -aparte de conseguir un trofeo- es transgredir la legalidad. "Para ellos es una droga", aseguran fuentes de la Guardia Civil, que vinculan esa atracción con la tradición cinegética que todavía pervive en algunas comarcas.

 En el caso de los furtivos de caza mayor, éstos sienten predilección por cobrarse jabalís. Es fácil averiguar cuando se ha producido una batida. Normalmente, los cazadores se quedan con la cabeza del animal y dejan abandonado el cuerpo y en ocasiones, la prudencia de los cazadores brilla por su ausencia. En una ocasión agentes del Servicio de Protección de la Naturaleza (Seprona) localizaron a tres furtivos en un vehículo, el primero conducía, el segundo alumbraba a los animales con un foco y el tercero -al más puro estilo safari africano- estaba apostado de pie en la parte de atrás de la ranchera, escopeta en mano. Todos ellos eran, como es habitual en estos casos, reincidentes.

 La imprudencia con la que algunos se lanzan al monte se debe, en buena parte a que se sienten protegidos. Actúan arropados por la noche -sienten predilección por las de luna llena- y en zonas de difícil acceso, lo que les da cierta seguridad de que no serán descubiertos en plena faena.

 Uno de los puntos 'calientes' de esta práctica cinegética ilegal es la sierra de Albuñuelas, donde agentes de Medio Ambiente y de la Guardia Civil -que actúan de forma coordinada- detuvieron a un cazador que había instalado un foco con su correspondiente batería a la escopeta para alumbrar a las presas. Además, empleaba en sus noches furtivas postas, una munición que es ilegal.

 El proceso contra los cazadores ilegales puede ir por la vía administrativa -con multas que van de los 601 euros a los 300.506- o por la penal, lo que supone cárcel o multa. Curiosamente, en el caso de las multas por lo penal, la cuantía es menor que si se tramitara como sanción administrativa. Aparte, cuando son detenidos se inicia un expediente de revocación del permiso de armas, en el caso de que el furtivo tenga vigente la licencia de armas.

 Los hay que preparan con esmero sus monterías. Así, modifican las armas para poder disparar munición de mayor calibre, necesaria para abatir animales grandes. La Guardia Civil ha encontrado carabinas capaces de disparar proyectiles del calibre 22 con el que se puede tumbar perfectamente a un ciervo. También los hay que emplean armas que ni siquiera están registradas por ser antiguas. Se han dado casos de cazadores con rifles de antes de la Guerra Civil. Aunque también los hay que se atreven a ir al monte con armas robadas.

 Infringen la ley por un trofeo, una prueba palpable de su habilidad cinegética. Sin embargo, no es tan fácil colgar una cabeza de macho montés en el chalé. Cazar la presa es el primer paso, pero tras cobrarla es necesario recurrir a un taxidermista, y no uno cualquiera, ya que no suelen aceptar encargos procedentes de cacerías furtivas.

 Precisamente en Baza agentes del Seprona localizaron un taller de taxidermia ilegal. En aquella operación de la Guardia Civil -de 2009- fueron intervenidos más de 300 trofeos, entre los que destacaban una gacela thompson, un antílope y seis especies amenazadas. El hecho de que el taxidermista fuera especialmente meticuloso y apuntara en una agenda los nombres de sus clientes facilitó la tarea a los agentes, que pudieron incoar otros tantos expedientes a los propietarios de las piezas.

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