¿Quieren ustedes vivir?, lean (Almudena Grandes)



 Actos del Día del Libro en la biblioteca. Diversos actos se celebraron en la Biblioteca Inocente García Carrillo de Alhama de Granada con motivo del 23 de abril, Día Internacional del Libro.



 Se iniciaba el día literario con la asistencia por la mañana de alumnos del IES Alhama que, bajo la dirección de Antonio Mochón, presentaron sus lecturas preferidas.

 Antes Mari Paz García Prados, bibliotecaria de Alhama, leyó el manifiesto de animación a la lectura, que este año ha sido encargado por el Centro Andaluz de las letras a la escritora Almudena Grandes y que con el título “Todos somos Robinson” anima a leer para vivir.

 Tras la lectura del manifiesto llegó la hora del coloquio literario entre alumnos del IES Alhama y su profesor, y poeta Antonio Mochón, del que puedo dejar constancia del amor a la literatura y la lectura que ha inculcado entre sus alumnos, según el resultado que pude ver.

 Previo al coloquio Antonio Mochón, comentó brevemente que hoy en día estamos rodeados de información por todas partes gracias a las nuevas tecnologías, información a la que podemos acceder con muy poco esfuerzo; los libros, leer suponen un mayor esfuerzo, pero cuanto mayor es el esfuerzo, mayor es la recompensa obtenida. Comentó también que se haría un breve homenaje a la poeta María Victoria Atienza, elegida este año por el Centro Andaluz de las Letras para recordarla con motivo del Día del Libro.

 Juan, alumno, comentó, iniciando el dialogo, su obra preferida,”Carrie” de Stephen King de la que leyó un fragmento.

 Alba, trajo su predilección por una novela más moderna que la de juan, “los juegos del hambre” de Susanne Collins y eligió un pasaje en el cual la protagonista afronta un peligroso reto en sustitución de su hermano.

 Clara, con Carlos Ruiz Zafón y su obra “Marina” con cuya protagonista se siente identificada, puso el tono más intimista.

 Prosiguió Laura, para dar una pincelada biográfica de la poeta de la generación del 50 María Victoria Atienza, tras la cual se procedió a la lectura por los alumnos de algunas de la poesías de la autora.

 Raquel leyó y comentó lo que le sugiere el poema “Los sábados”.

 Laura hizo lo propio con “Noviembre”.

 Alba nos trajo “una brisa”.

 Manuel, “ Orilla.”




 Y yo, con permiso de los alumnos del profesor y de los lectores me permito traer aquí otro breve y hermoso poema de esta autora:

GODIVA EN BLUE JEANS

 Cuando sobrepasemos la raya que separa
la tarde de la noche, pondremos un caballo
a la puerta del sueño y, tal Lady Godiva,
puesto que así lo quieres, pasearé mi cuerpo
-los postigos cerrados- por la ciudad en vela...

 No, no es eso, no es eso; mi poema no es eso.
Sólo lo cierto cuenta.
Saldré de pantalón vaquero (hacia las nueve
de la mañana), blusa del "Long Play" y el cesto
de esparto de Guadix (aunque me araña a veces
las rodillas). Y luego, de vuelta del mercado,
repartiré en la casa amor y pan y fruta.
 
 Casi para finalizar esta reunión de amigos comentando sus lecturas, que creo que eso fue lo que ofrecieron, y nada mejor se me ocurre para fomentar la lectura, Antonio Mochón, trajo los versos de amor, pero de amor verdadero, del que perdura hasta después de la muerte de la persona amada, del poeta italiano Eugenio Montale con cuyo poema “He descendido, dándote el brazo, por lo menos un millón de (escaleras)” puso fin a un acto en el que he conocido a nuevos lectores y nuevos autores, lo cual ya es para celebrarlo.

He descendido, dándote el brazo, por lo menos un millón de (escaleras)
y ahora que no estás hay un vacío en cada escalón.
También así fue breve nuestro largo viaje.
El mío dura todavía, ni siquiera me suceden
las coincidencias, las reservaciones,
las trampas, las afrentas de quien cree
que la realidad sea aquella que se ve.
 
He descendido millones de escaleras dándote el brazo
no ya porque con cuatro ojos tal vez se ve más.
Contigo las he descendido porqué sabía que de nosotros dos
las solas verdaderas pupilas, aunque tan ofuscadas,
eran las tuyas.

 Por cierto, aconsejo la lectura de la poesía de Antonio Mochón que buscando por la red se puede encontrar. Seguro que me lo agradecen.



     
  Día Internacional del Libro
Todos somos Robinsón
Almudena Grandes

  Escribir un libro es inventar una isla desierta, modificar con un punto apenas perceptible el mapa de los sentimientos, de las emociones humanas, para desear fervientemente un naufragio, la llegada de ese Robinsón desnudo y desarmado que somos todos los lectores cuando abrimos por primera vez un libro.

  Yo he creado algunas de esas islas, pero he colonizado muchísimas más. He nadado centenares, quizás miles de veces, hasta el barco, y he vuelto remando, con madera, con lienzos, con comida, con armas y municiones para defender mi casa. Y en muchos de esos viajes, un grano de trigo ha caído en la tierra sin que yo me diera cuenta, y el sol y la lluvia lo han hecho germinar, y ha crecido una espiga para que yo pudiera cosecharla, y molerla, y fabricar por fin mi propio pan, un pan que me ha alimentado mucho más que las tostadas que desayuno todos los días. Yo he aprendido muchas más cosas en los libros que en la vida, y he sido feliz, y desgraciada, y me he reído, y he llorado, y me he asustado, y me he emocionado, y me he enamorado, y me he desenamorado muchas más veces, porque los libros viven, laten, palpitan con su propio corazón. La literatura es el telar donde Penélope teje cada día con los hilos de la vida humana el sudario que desteje cada noche para empezar otra vez, apenas sale el sol, desde hace miles de años.

  La lectura y la escritura son dos caras de la misma moneda, una isla desierta y su náufrago. Yo lo sé bien, porque fueron los propios libros quienes me abocaron a escribir libros, y si antes no hubiera vivido leyendo, nunca habría podido empezar a escribir. Cuando descubrí la extraordinaria capacidad de la literatura para multiplicar y enriquecer mi vida, la prodigiosa generosidad con la que desplegaba ante mis ojos una infinidad de aventuras, de lugares, de identidades múltiples que sin embargo eran capaces de superponerse sin conflicto alguno a mi propia identidad, para coexistir con el tiempo y el espacio de mi vida verdadera, me enganché a los libros como otros se enganchan al ejercicio físico, al alcohol, a la velocidad o a la música. Y si alguna vez, aquel fervor se identificó con la necesidad de autoafirmación de todos los adolescentes, pronto empezó a confundirse con el puro instinto de supervivencia de los adultos.

  Eso sigue siendo tan cierto que, si en este momento, alguien me obligara a elegir entre vivir sin leer y vivir sin escribir, estoy segura de que acabaría renunciando al oficio que he perseguido desde que era una niña que decía que iba a ser escritora. Porque tal vez sería capaz de llegar a ser feliz trabajando en otra cosa –una librería literaria, una papelería bien surtida de rotuladores y lápices de todos los colores, una ferretería empapelada de cajoncitos con tuercas y tornillos, o una huerta- pero, para mí, vivir sin leer ya no sería vivir, sino un sucedáneo insoportable de la vida.

 ¿Quieren ustedes vivir? Lean.