Juan Manuel Brazam exhibe sus delicadas texturas y su animación cromática.
27/06/2008.- Juan Manuel Brazam (Alhama de Granada, 1942) ha demostrado sobradamente desde hace mucho tiempo, desde aquel lejano comienzo de su primera exposición individual en 1958, que es un pintor culto, refinado, que conoce muy bien los procedimientos técnicos de su oficio, y, sobre todo, que sabe interpretar con desusada originalidad el inabarcable legado de la historia de la pintura. De entre las técnicas que emplea, quizá la preferida sea el uso del temple, aspecto que proporciona a su obra un aire remoto y lejano. Usando como disolvente el agua y como aglutinante algún tipo de grasa animal u otra materia orgánica, Brazam, que suele trabajar con soportes duros, especialmente sobre tabla, otorga a sus composiciones unas delicadísimas texturas cuya vida se desprende no sólo de la materia en sí, sino de la animación cromática, unos colores que parecen emanar de la propia tabla o del lienzo.
Homenaje al maestro
No es extraño, teniendo en cuenta lo anterior, que Brazam sienta una predilección especial por el Quattrocento italiano, y de manera muy particular por ese gran artista que fue Piero della Francesca. A Brazam no le interesa tanto esa rotundidad volumétrica de las figuras de Piero que probablemente fuese influida por Masaccio, entre otras razones porque la obra de Brazam es decididamente abstracta, sino las delicadas tonalidades que sumergen los cuadros del pintor de Borgo San Sepolcro en una luz natural fría y clara.
En toda la serie de Brazam dedicada como homenaje a Piero late esa frialdad clara del Bautismo de Cristo que se conserva en Londres. Pero, además, está también el orden y la claridad estructural compositiva, que Brazam vuelve a recoger de Piero, dejando que las manchas se organicen con regularidad y orden matemáticos.
La geometría oculta de los cuadros de Piero, que ya vieran Kenneth Clark y Charles Bouleau, palpita en los cuadros de Juan Manuel Brazam, que tampoco descuida esa obsesión por la simetría de los test del psicoanalista Hermann Rorschach. Por último señalar que otro de los lienzos más bellos de la exposición está dedicado al célebre Cristo de San Plácido de Velázquez: la tierra ocre roja con diminutas manchas salpicadas de color violeta, podría ser una sugerente metáfora de la áspera tierra castellana en el declinar de la España imperial. (SUR. Enrique Castasños Alés)