Premio Local del XLVI Certamen Literario de la Biblioteca de Alhama con "El último adiós"



"Es un relato triste porque cuenta los sentimientos, pensamientos y recuerdos de una persona que se marcha de su pueblo natal para estudiar fuera"
La alhameña Alba María Arenas Núñez gana su primer premio literario con un texto "bastante biográfico".

27/08/2007.- Aunque de edades diferentes y distinto origen (Granada, Ciudad Real y Alhama) los tres ganadores del Certamen Literario, 2007 tienen, al menos, una cosa en común, su interés por la Filología Hispánica. Los ganadores de los dos premios de poesía, Joaquín Carmona y Restituto Núñez, cuentan con esta licenciatura, en tanto que, Alba María Arenas Núñez la concluirá este año. Pese a su juventud, 22 años, Alba María Arenas Núñez es la típica alhameña que hace patria chica allá por donde va. Siempre que puede -y le dejan- presume de paisajes, monumentos y fiestas de su Alhama natal. Sus primeras letras las aprendió en el colegio del Callejón o Conde de Tendilla, para luego continuar sus estudios en el Instituto. Tras realizar los primeros cuatro años de Filología Hispánica en la Universidad de Granada se dispone a cumplir su sueño de obtener la licenciatura en la salmantina gracias a una beca Séneca. En la convocatoria del XLVI Certamen Literario de la Biblioteca Pública "Inocente García Carrillo" de Alhama ha conseguido el primer premio en la categoría local con el texto narrativo titulado "El último adiós

- ¿De qué va "El último adiós"?
- Podría decirse que "El último adiós" es una despedida de mi pueblo, bastante biográfica. Es un relato triste porque cuenta los sentimientos, pensamientos y recuerdos de una persona que se marcha de su pueblo natal para estudiar fuera de él, sin saber si volverá a él y al que no vuelve, pues al final del relato sólo contempla su pueblo cuando muere. Supongo que es una despedida personal de mi pueblo, aunque yo espero volver muchas veces...

- ¿Quién y cómo despierta en tí el interés por la Lengua y Literatura?
- Creo que mi interés por la Lengua y la Literatura y, sobre todo, por la docencia es vocación; pero a mi alrededor siempre ha habido personas que han ayudado a que ese interés vaya aumentando con el paso de los años, como, por ejemplo, mi tío Antonio Arenas, mi madre y varios profesores de mi facultad.

- ¿Por qué elegiste la licenciatura en Filología Hispánica?
- La carrera de Filología Hispánica es la que mejor se ajusta a mis gustos, y aún en quinto de carrera me sigue despertando más ansias por seguir conociendo otras filologías, como por ejemplo la francesa o la eslava.



- ¿Cuáles son los motivos que te han impulsado a solicitar una beca de movilidad para concluir tus estudios en Salamanca?
- El motivo es muy claro, desde que comencé Filología Hispánica, siempre he querido estudiar en Salamanca. Aunque otros años he tenido la posibilidad de solicitarla este año, que además es el último de mi carrera, es el que pasaré en Salamanca. Otro de los motivos es que es una de las universidades más prestigiosas, junto con la de Granada, por ello despierta en mí la curiosidad de instruirme en ella, al menos por un año, aunque quien sabe, siempre se aspira a más y no estaría nada mal realizar allí mi tesis doctoral.

-¿Qué género literario prefieres? ¿Y autor/a?
- Me debato entre la novela y la poesía. Más bien autores, en novela me encantan Gabriel García Márquez, Agatha Christie, Gustavo Adolfo Bécquer (en las Leyendas), Johann Wolfgang von Goethe, Franz Kakfa, Julio Cortázar, Jorge Luís Borges... es muy difícil decidir cuáles son mis autores preferidos, me gustan demasiados. Con respecto a la poesía mis gustos son más restringidos: Pablo Neruda, Federico García Lorca y Javier Egea.

- ¿Qué opinas de los premios literarios?
- Son positivos, despiertan el interés de las personas por presentarse a ellos, descubriéndose así nuevos o futuros genios de las letras. Aunque también tienen su parte negativa, pues a veces generan una literatura demasiado comercial.

- ¿Cómo te enteraste del certamen de Alhama?
- Mi hermano se enteró del certamen literario y me trajo las bases.

- ¿Has participado en otros concursos?
- Sí, hace ya un par de años me presenté a este mismo certamen, pero en la categoría de poesía, sin embargo no hubo la misma suerte.


- ¿Qué harás con el dinero del premio?
- Con el dinero del premio, pues la verdad es que me hace más ilusión el hecho de haberlo ganado que la recompensa económica, pero supongo que lo invertiré en mi viaje a Salamanca.

- ¿Qué puede significar para ti el haber conseguido este premio?
- Principalmente me ha hecho mucha ilusión personal ganarlo, puesto que no tenía pensado presentarlo, pero al final ahí está. Aunque mi futuro profesional va más por el camino de la docencia, ganar este premio ha hecho que me anime a presentarme a más certámenes y a pensar que quizá pueda dedicarme también a profesiones relacionadas con la redacción.

- ¿Qué estás leyendo ahora?
- Acabo de leerme la novela de "La momia" de Théophile Gautier.

- ¿Qué opinión te merece la juventud alhameña?
- La juventud de Alhama es muy diversa, cada persona es un mundo, por ello creo que no debo opinar sobre ella, aunque voy a echar mucho de menos a mis amigos en Salamanca.



EL ÚLTIMO ADIÓS

¡Ay de mi Alhama! en su palacio dijo Muley,
que aún suya en su dolor la llama;
 y el eco triste, de sus techos hijo,
suspiró: ¡Alhama!


Tumbada junto a la fresca ribera del río, la contemplaba, tan anciana pero altiva, sintiendo pasar la historia por todos sus rincones, por sus calles, por sus monumentos. Mientras, mis amigos se bañaban alegremente, echándose agua unos a otros, haciéndose bromas; no eran conscientes de mi dura pérdida. Sería mi último verano allí, después de mi partida quizá no volvería. Puede que lo hiciera pero únicamente de visita a los seres queridos y poco más.

La tarde iba cayendo, el sol se ponía, la frescura de la ribera y la sombra de un álamo ayudaban a que la ensoñación me embriagara con la facilidad que a un poeta se debe. Soñé que la abandonaba, que me despedía de mi familia, de mis amigos, de mi casa, con lágrimas en los ojos y de ella, entristecida, perdiendo a una hija que iba a ver el mundo, a instruirse en la vida. Entonces, soñando recordé el bello paisaje de ciudad encantada que me acompañó en mis días de infancia, el que tantas cicatrices había generado en mis tiernas piernas de niña ilusionada con hacerse mayor. Recordé los paseos con mi abuela para visitar la ermita de los Ángeles todos los 2 de agosto, día de Nuestra Señora, charlando con las vecinas de asuntos cotidianos y del calor que ese verano traía. Recordé el disloque de ranas por la bañera de mi casa, que a mi madre enloquecía, cada vez que volvía de jugar en la acequia de los viejos molinos de harina. Recordé los juegos de cartas con mi hermano en el sibanco de mi casa durante las tardes de veranos anteriores. Y de nuevo, soñando, recordé ese bello paisaje que me acompañaba en mi difícil juventud de adolescente deseosa de ver el mundo, de marcharse de allí.

Me despertaron de mi triste sueño y fuimos a las peñas, reunión de amigos rutinaria a la caída de la tarde. Hablábamos de cosas trascendentales, ilusiones de jóvenes que nunca conseguiríamos hacer realidad, pequeños "Borges" que buscaban el enigma de la vida.

Regresé a mi casa con la cabeza llena de ideas, quería hacer el relato de despedida más bonito que nunca se hubiera escrito. No lo conseguí. No pude pegar ojo en toda la noche, mis pensamientos ayudados por el calor de una típica noche de verano, luchaban contra el sueño que a veces se acercaba. Ni los grillos cantaban, no sé si por el horroroso "calorín" o por que sentían la tristeza que me anegaba. Poco a poco concilié el sueño.

Un rayo de luz, que entraba por el balcón de mi habitación me despertó, apenas había entrado la media mañana. Escuchaba a mi abuela en la puerta de mi casa regando sus macetas, a mi madre preparándole el desayuno a mi hermano. De nuevo volvieron los pensamientos de añoranza, pero aún no me había marchado de allí; me iría cuando terminara el verano, ese verano que se convertiría en una lucha continua entre mi tristeza por abandonarla y el deseo de hacer realidad mi sueño de instruirme en una de las universidades más prestigiosas de Europa.

Una llamada a mi móvil me sacó de mi ensimismamiento. Había que preparar la carroza, ¡Se acercaba la Romería! Como todos los años, los vecinos del pueblo se entusiasmaban decorando sus carrozas, preparando la comida y las bebidas para ese día tan especial, las que degustarían junto a sus seres queridos. Ese año, como de costumbre, también sacábamos nuestra propia carroza, sin el lucro de ningún premio, únicamente con la esperanza de pasar un buen día en "El motor", un auténtico día de campo con todos los amigos y vecinos de la localidad. Mientras observaba la carrera de cintas, la polvareda que levantaban los caballos al galope me abstrajo de nuevo a mis tristes pensamientos de añoranza. Sin embargo, las gracias de algún amigo embriagado con el divino licor del dios Dionisio me distrajo durante el resto de la jornada. El día trascurrió entre risas, alboroto y algún que otro chapuzón en la fría agua del río que baña la zona. Sería la última vez que saborearía la típica "olla jameña", que brindaría con mis amigos por una romería más que pasábamos juntos. Y la noche llegó. A medida que la gente se iba marchando del lugar, mi tristeza iba anegando los pensamientos que se habían mantenido felices durante la mayor parte del día

Cuando regresé a mi casa, de nuevo me dispuse a escribir el relato de despedida, pero tampoco lo conseguí. Mi musa me mostraba su negativa para darme la inspiración que necesitaba. Tenía que componer ese ensayo inefable que me rondaba por la cabeza y que no era capaz de plasmar con palabras.

El verano se acababa y cada vez veía más cerca la hora de mi partida.

Las tardes se convirtieron en largos y melancólicos paseos por las calles más señaladas y concurridas, y aún por las que habían quedado en el olvido de los habitantes del pueblo; esas pequeñas calles históricas, estrechas y empedradas que en otra época constituyeron el corazón de la vida social de la ciudad y que hoy en día sólo formaban parte del casco histórico. Dedicaba las tardes enteras a visitar los monumentos y lugares que adornan esas pequeñas y hermosas calles: el caño Wamba, la casa de la Inquisición, el Pósito, el Hospital de la Reina, la ruinosa Iglesia de las Angustias. Lugares en los que aún se sentían los sentimientos de las personas que habían caído por defender su bella e idílica ciudad ¿Cómo quedaría yo tras mi partida? ¿Caería en un olvido o dejaría parte de mi ser en ella?

Ya se acercaba el momento de mi temida despedida, me debatía entre formarme para mi futuro profesional o quedarme en la querida ciudad que siempre recordaría. Me asomé a la ventana para contemplar los hermosos tajos que la caracterizan y pensé que aún me quedaba un lugar del que despedirme: los baños. Debía bañarme por última vez en esas aguas termales que habían curado a tantas personas; esas aguas que me ayudarían a sanar los dolores de mi corazón por una despedida que no quería realizar y que a la vez era mi único camino.

Después del reconfortante baño, me determiné a dar un paseo por los frondosos jardines que rodean el hotel del baño y que acompañan el cauce del río hasta su llegada al baño nuevo. El otoño pintaba de tonos cálidos el paisaje y las hojas caían de los árboles como las lágrimas que recorrían mis mejillas. Me senté bajo las frondosas ramas de un árbol, lleno de grabados de los enamorados que antes que yo habían paseado por esos jardines, y sentí el pequeño laberinto de recuerdos que se almacenaban en mi mente. En ese momento pronuncié mi último adiós.

Me marché, la abandoné sin saber si alguna vez volvería.

Ahora, lejos de ella, postrada en mi cama, habiendo escrito ya este relato de despedida, veo pasar mi vida y recuerdo que tumbada junto a la fresca ribera del río, la contemplaba...La visión que tanto anhelo volver a ver, la que sólo contemplaré cuando regrese al paraíso. El débil latido de mi corazón ya me la adelanta: La más bella de las ciudades, la que yo añoraba: Mi Alhama.