El artista Alberto Cortés muestra en Zafarraya sus últimos trabajos


 La exposición, bajo el nombre genérico de ‘Lítol’, será inaugurada el viernes 7 de agosto, a las 10 de la noche en la sala de exposiciones del ayuntamiento de Zafarraya, y se podrá visitar hasta el día 28 de este mismo mes.



  La sala de exposiciones del ayuntamiento de Zafarraya, dará la bienvenida a esta exposición a todo el que quiera disfrutar de la pintura de Alberto Cortés, que estará expuesta hasta el día 28 de agosto.

 Los trazos casi etéreos de sus personajes, de facciones alargadas con reminiscencias modernas de ese griego de Toledo, se diluyen entre pinceladas fuertes y coloristas y, aún así, no le restan protagonismo, son los actores principales de escenas cotidianas que el autor retrata con maestría.

 La soledad, el recuerdo, el encuentro, los sueños frágiles, se mezclan con... ¿quizás poesía?.

 Pueden ser reflexiones o puede ser poesía lo que Alberto quiere que veamos y leamos entre su pintura.

 El rojo y el azul, contundentes. El dorado y el malva, suaves. Sobre skateboard, sobre tela, sobre tabla, la técnica mixta de sus obras dan frescura y naturalidad a los trazos pigmentados que Alberto Cortés imprime en su obra.

 “Es poco probable saber hacia dónde mirar… cuando lo mirado no está claramente nítido”.

 Miremos y sepamos qué transmite la pintura de este joven zafarrayero, y disfrutemos de su arte revelador.

 

Horario
- Sala de exposiciones del ayuntamiento de Zafarraya.
- Inauguración: Jueves 7 de agosto a las 10 de la noche.
- De lunes a miércoles: de 11 de la mañana a 2 de la tarde
- Jueves y viernes: de 11 de la mañ. a 2 de la tarde, y de 8 de la tarde a 11 de la noche.
- Festivos: Cerrado.
- Clausura: Jueves 28 de agosto de 2015.

 



Alberto Cortés o la inesperada virtud de lo instantáneo

 De esta manera titulaba la exposición Pablo Carrascosa González, en Culturama, que difunde la programación cultural de la Diputación de Málaga, donde también la ha expuesto, y de la que seguía diciendo: Ante una exposición como la que ahora presenta Alberto Cortés (Málaga, 1979), podríamos empezar a jugar. El mismo título de las obras aquí recogidas, Lítol, se presta a una suerte de diversión. Se habrá observado la grafía juguetona: ¿no tendría que ser Little? ¿O Small? ¿O Pequeño? Pues no: sabemos que Alberto Cortés sabe bien lo que hace y cómo lo quiere denominar.

 Ya en anteriores exposiciones –aquel Miradas que establecía un tímido pero valiente contacto con parcelas de formas propias, ese Extractos de ida y vuelta en el que los personajes maduraban hasta moverse por distintos espacios, el arte de Alberto Cortés siempre se ha mostrado dándole protagonismo a la distracción entendiéndose este término en toda su amplitud de significados. Los rostros de los personajes son expresiones de una huida por la vida diaria, esta vez con una mayor presencia del deseo de escapatoria: se ven las tablas de patinaje, los vehículos venidos de quién sabe qué tiempo, como medios de transporte hacia un escenario alejado del que ellos y ellas habitan diariamente.

 Son los protagonistas que han venido hasta nosotros en diversos formatos pero con la unicidad necesaria en todo artista consciente de una producción apenas encajonable. Están retratados en imágenes que bien podrían estar sacadas de un vetusto carrete recuperado gracias a la paciencia de alguien que les quiere volver a dar vida. Merece la pena, merece el esfuerzo del pintor que trabaja, retratar a unos seres humanos que quedan identificados por múltiples factores entre los que, en un principio, destacan los rasgos faciales que, a falta de otra característica, son su carta de presentación.

 Pero hay mucho más que fisonomía. Los retratados están en un escenario teñido por trazos cromáticos no demasiado obvios; de hecho, los fondos de los que surgen presentan una indefinición que contrasta con la claridad de los rostros. Quizá deba ser así para que estos destaquen de todo el conjunto y nos capturen. Se necesitan uno a otro. Por delante del telón, nos miran las caras de personas en un todo prodigiosamente sabio, dolorosamente profundo, como escribiera el poeta fingidor.

 Ya que hablamos de poesía, digamos que aquí afloran las palabras, transcritas en estas imágenes como en una vaga confesión y actuando como un escenario o casi un personaje más. Son palabras de un monólogo interior, tal vez el que bulle en la mente de los seres retratados y, que como humanos que son, hablan de ideas, ilusiones, proyectos por aclarar. Hablan de lo que les agita pero que no vemos. Hablan de sentimientos. Como hacemos los espectadores.

 Y estos retratados ¿se parecen entre ellos? Por una parte, son diametralmente distintos; les definen, sí, los rasgos faciales, y los fondos caprichosos para cada uno, y los variados objetos de los que se hacen acompañar, y las palabras que les rodean, y, en ocasiones –y como novedad en esta colección, los contornos alargados de esas tablas de skating que vemos en nuestra vida diaria. Todos estos elementos les separan porque ninguno es igual a otro pero también les unen pues están presentes en todos. Hay otro elemento unificador más difícil de establecer: una sensibilidad general. Somos lo bastante audaces como para ver en todos ellos la indeleble marca de la inocencia, la naturalidad involuntaria y, por último, la mirada que se sale de la realidad que les amenaza y que, por tanto, hace que quieran distraerse.

 A ver: inocencia, naturalidad, escapismo. ¿A que este tríptico de sentimientos explica y no explica todo aquello que se presenta en estas instantáneas? Faltaría una palabra revoltosa que las englobase a esas tres. ¿Niño? ¡Aquí no solo hay personas que parecen niños! ¿Pequeño? ¡No parecen tan pequeños! ¿Small por aquello de buscar, en un idioma amigo de los patinadores urbanos, un término que no sorprende si se usa en la lengua nativa? Tampoco. ¿Little? Suena a demasiada corrección ortográfica y hay que apropiarse de él. ¿Ahondamos en el origen histórico de ese Lítol que, a la postre, ha recogido la susodicha trinidad? No hace falta. Basta con fijarse en los protagonistas de esta colección. Son así; son lítol. Igual que quien los ha creado. Con la misma sensibilidad ya que salen de él y de su entrega. Alberto Cortés, por tanto, también es Lítol. Él es tan lítol como la ingenua mirada de los que hemos venido a verlos. Los espectadores somos lítol. Y usted, también.