Delayo, Lori Meyers, Niños Mutantes y Lagartija Nick.
Zafarraya.- 19/08/2005 Pudo celebrarse el Festival Pop de Montaña pese a la lluvia que persistentemente acompañó durante la tarde y la noche hasta entrada la madrugada. Junto con algunos inconvenientes técnicos durante la jornada, la lluvia, insubsanable, dificultó el normal desarrollo del festival, principalmente a la hora de convocar el público que se esperaba podría ocupar toda, o buena parte de la explanada principal del recinto ferial de Zafarraya.
Después de dudas y amenazas de suspensión de las actuaciones y ante un creciente número de asistentes, abrió Del Ayo la noche con un ligero retraso sobre el horario previsto, ofreciendo lo mejor de su repertorio ante un público que aguantaba impasible la intermitente y cansina lluvia. Pop clásico influenciado por lo mejor de la música británica de los sesenta; melodía y guitarras afiladas; sencillez e intensidad plasmados en un disco (Results, 2005) y en un directo que dejaron a la mayoría confundidos, sin llegar a saber si era posible tal confluencia de calidad y emoción o era todo un sueño de los que duele despertarse.
Con la lluvia cesando y el público aclimatado, saltó al escenario una de las sensaciones de la noche, Lori Meyers, dejando claro por qué son actualmente una de las bandas con más futuro de la escena pop independiente. Recorrieron Viaje de estudios durante cincuenta intensos minutos en los que la actitud y letras pop acompañaban a una maraña de ruido y distorsión, simultaneando piezas más comedidas y medios tiempos sin bajar nunca el listón de lo sublime y lo personal de un grupo que conjuga como nadie el clasicismo sesentero y su original mirada al noise-pop de los noventa. Añadieron alguna canción nueva incluida en el que será su próximo y segundo disco de larga duración, ya grabado y en proceso de edición, así como una versión de Los Ángeles, preparada para un proyecto de homenaje en el que participan diversos grupos granadinos. Un verdadero triunfo.
Los ya experimentados Niños Mutantes volvieron por sus fueros de pop de guitarras insaciables con sabor a Pixies, Beatles, Grandaddy, etc. Con formación de cuarteto y corista ocasional, los granadinos recorrieron su ya amplia discografía con singles de todas sus épocas y nuevas canciones de su trilogía de minicd's, en los que siguen evolucionando en búsqueda de un sonido más envolvente y afilado al mismo tiempo, con el que cubrir sus letras de melancolía existencial, dudas y desencuentros/encuentros personales. Pese a las circunstancias, de nuevo supieron convencernos en una noche de otoño en agosto, en la que propios y ajenos asistimos a la desnudez del alma y la contracción de la sencillez dolorida: teoría y práctica sentimental en ascenso.
Por fin se abrió el cielo y salió la luna al unísono con Lagartija Nick en el escenario, acerca de lo que no desechamos ninguna teoría. Se intuían demoledores y lo fueron más; nos acecharon con su tormenta eléctrica y nos atraparon ante una nueva irrupción de su muro de sonido sin fisuras ni concesiones. La atmósfera saturando el sentimiento y la temperatura a punto de hacer estallar nuestros sentidos, elevándonos hasta donde lo terrenal deja de resultar algo conocido y la abstracción llega hasta el límite de lo perceptible. Basando su repertorio en el último disco (Lo imprevisto, 2004), no pudieron por menos dejar de regalarnos sus clásicos - Satélite, Nuevo Harlem, Estratosfera, La curva de las cosas... -, aplaudidos y jaleados uno tras otro por un público entregado a Antonio Arias y sus socios, en un ejercicio de amor-energía colectivo. Casi hora y media de enérgico directo en el que vibró hasta lo más insospechado de nosotros, no podemos pedir más a la noche en que la luna salió tarde.
Por fin se abrió el cielo y salió la luna al unísono con Lagartija Nick en el escenario, acerca de lo que no desechamos ninguna teoría. Se intuían demoledores y lo fueron más; nos acecharon con su tormenta eléctrica y nos atraparon ante una nueva irrupción de su muro de sonido sin fisuras ni concesiones. La atmósfera saturando el sentimiento y la temperatura a punto de hacer estallar nuestros sentidos, elevándonos hasta donde lo terrenal deja de resultar algo conocido y la abstracción llega hasta el límite de lo perceptible. Basando su repertorio en el último disco (Lo imprevisto, 2004), no pudieron por menos dejar de regalarnos sus clásicos - Satélite, Nuevo Harlem, Estratosfera, La curva de las cosas... -, aplaudidos y jaleados uno tras otro por un público entregado a Antonio Arias y sus socios, en un ejercicio de amor-energía colectivo. Casi hora y media de enérgico directo en el que vibró hasta lo más insospechado de nosotros, no podemos pedir más a la noche en que la luna salió tarde.
Carlos Jesús Ropero del Castillo.