El poder de las obras. El sacerdote fue nombrado hijo predilecto por su humanitaria labor desarrollada a finales de los 50.
08/10/2004.- “Los ríos caudalosos pasan sin hacer ruido”, esta podría ser la conclusión de los presentes en el reconocimiento que el Ayuntamiento de La Malahá rindió el domingo, 26 de septiembre, al que fuera su párroco y benefactor, Mariano Granados Casares. El merecido homenaje a este humilde sacerdote, al que se sumaron varios centenares de vecinos de todas las edades, se materializó con la entrega del título de hijo predilecto de la villa y la inauguración de un parque infantil con su nombre, muy próximo a la vía que se le dedicara años atrás y cuya construcción y dotación ha sido posible gracias a la colaboración de la Caja Rural.
Artífice de la construcción de las 60 “casas nuevas” y la traída del agua potable desde el río Dílar
Los malaheños le recibieron a la entrada del parque con alegres vítores que se entremezclaron con la música de la banda municipal. Tras descubrir la placa el sacerdote, en un delicado gesto, cedió a su hermana el honor de cortar la cinta inaugural. Luego vendría la simpática anécdota de la jornada cuando, pese a sus 79 años, decidió estrenar los columpios. Tras subir al escenario preparado para la ocasión el alcalde, Antonio José Sánchez, (IU), visiblemente emocionado, le dedicaría unas elogiosas palabras y agradecería el apoyo del pueblo que con su presencia mayoritaria abarrotó la plaza. A continuación relató las actuaciones de este sacerdote que llegara a la localidad a principios de los 50 y que “con su vespa se plantaba en Granada, y, hasta en Madrid, para pedir todo lo que consideraba necesario para los vecinos”. Y así fue como consiguió la construcción en 1954 de 60 viviendas familiares en el cerrillo de Santa Paula o “casas nuevas”, como son conocidas en la localidad, las tres escuelas y la traída del agua potable desde el río Dílar en 1961. Todo ello supuso también la creación de muchos puestos de trabajo cuyos jornales abonaba con unos vales de 20 pesetas en los que estampaba su firma y el sello parroquial y que eran aceptados por panaderos, tenderos, dueños de carros y por Bonifacio Jiménez, propietario del único camión que había en la localidad, gracias al aval del párroco. Para la traída del agua potable del río Dílar no dudó en ponerse en contacto con el ingeniero de la CHG, José Sánchez del Corral, pese a que La Malahá no pertenecía a dicha cuenca y a distar 18 kilómetros desde el nacimiento, consiguiendo, además, el reparto en los gastos de forma equitativa con el resto de las poblaciones.
Por unanimidad
“Por todo ello nosotros el viernes le nombramos por unanimidad (IU, PSOE y PP) hijo predilecto de este pueblo, que es el suyo”, declaró el primer edil. Luego vendría la entrega de un reloj de bolsillo grabado y del pergamino acreditativo de tal nombramiento cuyo texto fue leído por Isabel Márquez, concejala de Educación, en el que se reconoce su “trabajo y tesón”. Posteriormente tomó la palabra el sacerdote quien admitió que “en aquellos tiempos La Malahá era un pueblo poco apetecible pues sólo había miseria, muchas necesidades y mucho paro. Fue gracias a Dios, y al haber tenido unos padres ejemplares, lo que me animó a hacer el bien, a luchar por la justicia sin guerra y sin odios. Aunque ya lo era de corazón me siento honradísimo con ser malaheño. Ojalá, que con los actos que me queden sea un hijo digno de La Malahá”. Más tarde nueve niñas de la localidad leerían un texto de Antonio Guerrero y Tomás Carrillo en el que se destacaba la enorme calidad humana y méritos del homenajeado. Entre los asistentes se encontraba Manuel Bueno, alcalde de la población entre 1979-1981, quien calificó el acto como “infinitamente precioso pues este hombre se lo merece todo y nos sentimos orgullosos de que haya estado entre nosotros”. Muy cerca se encontraba la vecina de 79 años, Josefa Gámez, que reside en el barrio construido gracias a las gestiones del párroco de quien dice que “es muy buena persona, hizo mucho bueno por el pueblo y estamos muy agradecidas”. Por su parte Sebastián Aguilar reconocía que en 1957, cuando nacieron sus hermanas, cayó “un nevazo de un metro y no teníamos nada que comer pues se heló todo. Él nos ayudó mucho”.