En homenaje al colegio público de Jayena y sus 75 años de historia.
En estos días de otoño, en que las tardes se acurrucan dejando el tiempo quieto y dormido, la memoria se despereza, y al calor de gastadas y descoloridas fotografías, se empeña en tejer un puente invisible hacia una edad que creíamos perdida y olvidada en el desván del alma. A uno le tiembla el tiempo hilando viejas huellas de un camino que no volverá. Al mirarlas, las fotografías, el presente se arrincona, y enmudece, y el eco de risas infantiles en días de colegio empapan el aire de fugaces recuerdos. Y Esos días de juegos que nunca conocieron el cansancio parecen regresar, tan vivos como entonces.
Y así, quemando como un volcán chorreando memoria, todo regresa de golpe. Quizás acaso en este momento, te esté atisbando, en esa foto en la que te miras achuchando libretas entre pupitres y pizarras, con sabor a tiza, y a tiempo de recreo. La foto se ha convertido ahora en una llave que abre la puerta a aquel instante único. Tal vez sea una imagen donde corres descalzo, o descalza, con la alegría sencilla de quien no conoce el peso del reloj. Y en esa ojeada breve de los minutos de ayer, donde te ves sonriente, aún puedes reconocerte, como si el tiempo no hubiera alterado nada fundamental en ti.
Es extraño, el tiempo, implacable, ha pasado, pero algo en ti permanece intacto, uno siente que aquello que parecíamos haber dejado atrás sigue latiendo dentro de nosotros. Esa chispa de curiosidad y valentía infantil, no se ha ido; permanece, silenciosa, la espera de ser evocada. Y en ese encuentro fugaz con el pasado, te anega una benevolencia tímida de tranquilidad, una melancolía que abraza, y agradece serena por todo lo que te ha traído hasta hoy, hasta aquí, hasta este preciso momento, desde aquellos días de colegio, y páginas en blanco de cuadernos no escritos.
El tiempo es un tenue velo
En estas horas de otoño,
cuando el día enluta
y en su mudez el viento adormece
al abrazo de la tarde,
la memoria despierta a su abrigo,
un recuerdo de niñez dormida.
¡Oh, juegos sin hora ni sueño!
una fotografía, como un arrullo del tiempo,
abre un umbral invisible
hacia aquellos días, de inocencia y de risas.
como agua clara que de la fuente brota.
Y en sus reflejos se agita,
y sobre el olvido yace.
Todo regresa y retorna
Y al verte allí, te reconoces, en la mirada de antaño
intacto en el cambio;
mirando rostros que fueron un día,
entre risas que el viento no apresa.
Es extraño el rumor descalzo de aquellas risas,
sí, cómo el ayer palpita:
cuando la vida no pesa.
Y al mirarlas hoy, somos los mismos,
niños que aún brillan y sueñan,
porque en el pozo del tiempo
el corazón guarda su esencia.
El tiempo no roba, solo resguarda.
En lo lejano el niño que fui no ha muerto;
su risa aún vibra adentro mi pecho.
Donde guardo, temblando, un secreto,
lo que el tiempo nos arrebata
vive eterno adentro del alma,
el tiempo es un tenue velo,
y lo que el ayer nos dio
permanece intacto, late perpetuo.
Allí donde la luz apenas roza
Bajo el velo nublado de la tarde,
cae olvidada y tirita en su descenso,
como un eco que en el alma se desangra,
una lágrima, tenue y volátil,
que lleva en su cristal la amarga esencia
de un resuello que el viento desordena
y de un recuerdo que la noche nunca apaga. .
¡Oh, lágrima! ¿Qué secreto guardas,
que en tu caída, lenta, vacilante,
dejas huellas de angustias infinitas
y despiertas recuerdos de sueños incesantes?
Son tus manos, al alba, como nieve,
que en su caída se extingue y se disuelve;
y en sus palmas, derrotadas,
lágrimas heladas
se entrelazan, sin saber qué las detiene.
Allí, donde la luz apenas roza,
donde el alma herida no reposa,
allí estaré, amor, entre tus huellas,
soñando que tu ausencia se hace sombra.
Mi silencio, a gritos, se despierta
tras los besos ausentes de tus voces,
que, enamorados, en un recodo me aguardan.
No consigo morir ni muero;
ni alcanzar la vida puedo
sin la luz soñada de tu roce.
Y como un eco de olvido que no vuelve,
te espero en el umbral de tus abrazos,
donde el silencio en susurros se entretiene,
entre todas las lágrimas únicas de tu vientre.
Tarde
El viento juega con las hojas muertas,
y en sus alas lleva un canto grave.
La tarde duerme, silente y oscura,
la tarde llora con un eco suave.
Todo es soledad, y allá, en la alameda,
el viento danza con las hojas secas,
y en su susurro, lúgubre y callado,
vaga una sombra perdida en el río.
La luz se apaga; todo es silencio.
No habla el viento, sólo murmura el agua,
como memorias de un tiempo ido.
El camino espera, sin rastro ni nombre,
y la luz moribunda exhala su suspiro.
¿Qué buscas, alma, en esta soledad?
¿Qué hilos teje el viento en tu memoria?
El día se apaga; la tarde es ya ceniza,
y el cielo, lejano, se desvanece en un suspiro de olvido.
II
Alma mía, aún buscas,
entre la bruma sombría,
un eco antiguo, una luz extinguida,
un verso eterno, una verdad perdida,
y en el silencio que la noche guarda,
tiemblas, oh alma, sin hallar la salida.
Y en ese sueño que la muerte abarca,
mueres, oh alma, sin hallar la vida.
Tras una verdad que nunca se alcanza,
un verso oculto en la tarde gris, desvanece,
mientras, la luz moribunda observa,
y el camino espera su eternidad.
El viento juega con las hojas muertas