Un instante, somos niños, corriendo sin preocupaciones, con las manos llenas de sueños y el mundo abierto ante nosotros.
Pero como un rio silencioso que sigue su curso sin detenerse el tiempo se desliza imperecedero. Y al venidero instante, miramos hacia atrás y adivinamos y descubrimos las huellas que nos muestran el camino recorrido casi sin darnos cuenta.
El tiempo nos muda, nos forja, nos regala experiencias, las estaciones cambian, los rostros envejecen, y en cada arruga, en cada risa o lágrima, se dibuja lo vivido. El tiempo no avisa, no se detiene; va acariciando nuestra marcha como una brisa, mínima, leve, suave e imperceptible, recordándonos a cada momento que estamos de paso y que cada momento cuenta, que cada día es una página que se suma a nuestro libro de vida.
Y así, en un abrir y cerrar de ojos, lo que era el futuro se vuelve presente, y el presente, en un suspiro, se convierte en recuerdo.
Sombra de otoño
Agua clara del río que murmura,
entre árboles viejos, dibuja sombras
de una luz futura.
Brilla la mañana, fría y desierta;
en el eco callado, la vida avanza,
paso a paso, incierta,
como un suspiro, como brisa que roza
y luego pasa, así se va la vida,
tan ligera, dejando apenas huellas
en la casa.
Despierta la mañana en susurros,
entre pinos, el viento se asoma,
y la tarde reposa en su lumbre,
en la calma que a la vida toma.
Sueños flotan en brumas de un tiempo lejano,
mi alma errante busca tu sombra,
en los ecos de un amor soberano.
Viene el día, la luz se despierta,
mas en mi pecho un vacío abriga;
el recuerdo se torna en olvido,
un canto suave que el tiempo mitiga.
Danza la brisa con pasos de antaño,
y en cada hoja que cae, te encuentro,
pero al girar, se disipa el sueño.
Oh, dulce sombra, tan pura y callada,
aún en el silencio, te siento latir,
en cada suspiro, en cada mirada,
tu esencia vive, aunque lejos de mí.