El Chico de Fornes: Un niño de la guerra civil española (y II)

“El regreso, el taller, el carnet y el sueño, con veinte duros, una maleta invisible y el camino al norte”.

 FORNES - JAYENA : AYER Y HOY DE SU HISTORIA 

 La primera parte de la historia del chico de Fornes nos dejó con el regreso de Manuel y su familia al pueblo, mientras la vida seguía su curso para Antonio Casado, marcada por esfuerzo, dignidad y una lucha constante por salir adelante. Ahora, en esta segunda entrega, descubrimos cómo el deseo de superarse lo llevó lejos de casa, impulsado por el orgullo, la necesidad… y veinte duros en el bolsillo. Una etapa marcada por desafíos, solidaridad y pequeños grandes triunfos, que forjarían el carácter de un hombre que, sin saber leer ni escribir, supo labrarse un destino con sus propias manos.

 Tras cumplir siete años entre la cárcel y el campo de concentración , la pena de Manuel fue conmutada por un destierro de 20 años de su pueblo natal Fornes.

 A pesar de lo que pudiera parecer , Manuel, aunque con pena , vio en el destierro una oportunidad de rehacer su vida. Reunió a su familia y ahora ya todos juntos , se trasladaron a Cantillana , donde vivieron en condiciones precarias , pero con esperanza . Allí lograron construir una pequeña casa, que dejaron cuando termino su destierro , y Manuel y su familia regresaron a Fornes con Antonio y el resto de la familia.

 Así termina la primera etapa de la vida de Antonio Casado , apodado “ El chico de Fornes “, marcada por la lucha , la pobreza y las duras condiciones de la posguerra en España.

El regreso a Fornes

 A comienzos de los años 50, Antonio partió de Cantillana rumbo a su querido Fornes. Lo hizo con lo poco que tenía: un carro tirado por un burro y tres vacas. El viaje fue largo y duro, duró cuatro días con sus cuatro noches, avanzando paso a paso por caminos de polvo y esperanza.

 Al llegar a Fornes, la familia se instaló en un viejo pajar, situado en el corralón de la era, que Manuel —el padre del chico— alquiló a Sebastián Follaya.

 Aquel pajar apenas tenía una única habitación, pero con ingenio y necesidad, la dividieron. Cortaron sacos viejos de esparto y los colgaron como tabiques improvisados, creando dos espacios: uno para los hijos y otro para los padres. Así, con lo mínimo, empezaron una nueva vida

 Allí pasaron tres años, comenzando una nueva vida con sus tres vaquillas. El padre, Manuel, empezó a encontrar algo de trabajo y, aunque no sin dificultades, fue sacando adelante a sus hijos,  Manuel había sido desterrado de Fornes por sus ideas republicanas, y en el pueblo los patronos, que eran terratenientes y caciques, comenzaron a mirarlo con recelo

 Los hijos también comenzaron a trabajar. Antonio, el 'chico', ya tenía 18 años; su hermano, apodado 'el Sevillano', se encargaba de cuidar las vacas, y los demás hacían lo que iba saliendo.

 Antonio ya tenía 22 años y acababa de licenciarse del servicio militar. Como tantos muchachos de su tiempo, regresó al pueblo con la esperanza de comenzar una nueva vida

 Así Antonio, compró un pequeño solar a Emilia, más conocida como 'la Follaya', por 3.000 pesetas. En aquel momento no tenía ni una peseta, pero le dijo a Emilia que se lo pagaría poco a poco. Así lo hizo, abonándole lo que buenamente podía: un mes le daba cinco duros, otro diez... Tardó tres años en saldar la deuda

 Con el solar en su poder, se propuso levantar una vivienda: humilde y no muy grande, pero que le sirviera como hogar. Para ello habló con Daniel y su hermano, el Chato Dolina, dos albañiles del pueblo conocidos por ser buenos trabajadores

 Les pagaba diez duros por día, y 'El Chico' siempre recuerda con aprecio lo bien que se portaron con él a la hora de cobrar el sueldo, porque —como solía decir— ni ellos ni él tenían un solo durico.

 La construcción fue algo de la tierra : del mismo solar sacaban la piedra y arena necesarias . En poco más de una semana, con esfuerzo y ayuda, la casilla estuvo en pie.

Fue el primer paso firme en la nueva vida de Antonio, el comienzo de un hogar levantado , con mucho esfuerzo, y voluntad tenaz.

El chico y su ‘tallercillo’ de bicicletas

 Con su casilla ya en pie , Antonio, que nunca fue de estarse quieto, empezó a darle vueltas a la cabeza.

 Tenia una cosa clara : había que buscarse la vida . Y fue así como, sin saber apenas lo que era una bicicleta , decidió montar un pequeño taller en su propia casa.

 Un día , ni corto ni perezoso, se subió al coche de viajeros que salia desde Jayena hacia Granada . Aquel coche funcionaba con motor de carbón y lo conducía Enrique el chófer , conocido en Fornes por “el rubio”.

 Era un viaje largo y lento , pero Antonio iba con un propósito firme: llegar a la chatarra.

 Allí rebuscando entre hierros viejos , compró cuatro o cinco ruedas y un par de cuadros de bicicleta. Con eso y poco mas, se volvió a Fornes . Ya en casa , y con mas maña que conocimientos, consiguió montar dos o tres bicicletas, aquello era un milagro mecánico hecho con paciencia , alambre y buen humor.

 No tardo en ponerlas en uso : las alquilaba a los chiquillos del pueblo , por una vuelta , les cobraba dos reales, y les advertía con firmeza : -¡ no os paséis de ahí, que si no os cobro una peseta!

 Pero los chiquillos , con menos dinero  que yo - que ya es decir-, se conformaban con dar una vuelta justa y soñada, felices sobre aquellas bicicletas remendadas por “ El Chico”.

 Así , Antonio no solo aprendió arreglar bicicletas ; también puso a rodar su ingenio , su voluntad de salir adelante y su espíritu incansable de buscavidas.

 Con el paso del tiempo, iba cogiendo experiencia, ya no solo arreglaba bicicletas , también empezó a arreglar, algunas de las pocas motos que había en el pueblo, su pequeño taller empezaba a funcionar bien , y para entonces ya había terminado de pagarle el solar a Emilia la Follaya.

 Un día, Antonio, viendo que ya se le quedaba chica la casilla para el tallercito y la vivienda, habló con Emilia, que tenía un olivarillo al lado de su casa, y se lo compró. Con eso, el muchacho amplió su casa. Y como el taller iba bien, se le ocurrió algo más:

 “La gente que viene a arreglar su bicicleta se queda esperando... ¿y si mientras se toman alguna copilla?”

 ¡Entonces, en esos años, la gente bebía muchas copas de aguardiente!

 Dicho y hecho : montó un pequeño mostrador y trajo una caja de quintos de cerveza y una botella de aguardiente - de ese fuerte , que llamaban mata ratas en el pueblo, así nació un pequeño bar improvisado.

 La casa, ahora más grande, el tallercito y la tabernilla... todo iba tomando forma. Pero había un obstáculo: el muchacho necesitaba un carné de conducir. Las cosas estaban cambiando, y él no quería quedarse atrás.

 El problema era grande: no sabía leer ni escribir.

 Pero si algo estaba claro en su vida, era que cuando quería algo, buscaba la forma de conseguirlo.

El carnet de conducir del chico

 La vida del chico seguía avanzando , pero había algo que se le resistía : el carnet de conducir. Decidido a sacárselo, un buen día se fue a Granada a examinarse. Su padre con mucho esfuerzo le dio 20 duros para el viaje y para el carnet , como ya había hecho otras veces. Se presentó tres veces, y las tres suspendió.

 Pero no se rindió. Cada vez salía del examen con más rabia, pero también con más ganas. Se sentaba en la tabernilla por las noches, después de cerrar el taller. Decía con una sonrisa terca:

— Si no me lo saco a la cuarta, me lo saco a la quinta. Pero de que lo saco... lo saco

 El ingeniero encargado de esos exámenes, un tal Ramiro, le dijo con frialdad:

— No te voy a dar el carné. No sabes leer ni escribir.

 Antonio se quedó callado un segundo. Lo miró fijamente, con esa mezcla de orgullo herido y coraje que tenía desde chico, y pensó para sus adentros:

— Ya, y tampoco sabía arreglar bicicletas, ni tenía casa, ni taller... y aquí estamos.

 Pero “el chico” , que nunca se achicaba, le respondió sin pensarlo dos veces : ¡ pues tu ya no me das el carne! Porque no me voy a presentar mas. Cada vez que voy , me tiene que dar mi padre 20 duros...¡ y ya esta bien !

 Y con eso se dio media vuelta , con la cabeza alta y la dignidad intacta . Puede que no supiera leer ni escribir , pero tenia calle , orgullo y una determinación que no venia en ningún libro.

 Después, del ultimo intento fallido, “El Chico”, no perdió el tiempo lamentándose . Salio de allí hacia la posada del Sol , el lugar en Granada donde paraban los coches de viajeros que venían de Jayena , y Fornes y otros pueblos.

 Allí , justo al llegar , se topó con unos ocho o diez  paisanos de Fornes , que se dirigían a la estación del tren para irse a Bilbao, a buscarse la vida.

 Y Antonio , sin  maleta , sin ropa , sin avisar a sus padres , soltó :¡ pues yo también me voy !.

 Solo llevaba 20 duros en el bolsillo, pero el impulso fue mas fuerte que la lógica, compro un billete que , con suerte , le alcanzaba para llegar a Madrid. Hasta ahí le llego el dinero .

 Cuando llegaron a la capital , se sinceró con los demás : Yo me quedo aquí . No tengo dinero “pa” seguir.

 Pero aquellos paisanos , que compartían mas que un origen , se organizaron al momento . Entre ellos Pura Hornero , su hermano Fernando y los demás, hicieron una colecta, y con lo que juntaron le compraron el billete hasta Bilbao.

 Ese gesto marco a Antonio “El Chico de Fornes”, para siempre . En un viaje improvisado , sin planes ni promesas , la solidaridad del pueblo le empujo un paso mas allá. Y sin saberlo , estaba a punto de empezar una nueva etapa que cambiaría su vida.

En Bilbao

 Apenas llegaron a Bilbao, el chico y sus paisanos se dirigieron a un bar que les habían dicho que era el lugar donde buscaban obreros para trabajar en el monte o en el campo.

 Aquel bar estaba muy frecuentado por andaluces que llegaban a Bilbao en busca de trabajo. El ambiente era rudo pero lleno de esperanza, con voces que mezclaban el acento del sur y el bullicio de la ciudad grande.

 Antonio escuchaba atento, tratando de aprender quién contrataba, qué ofrecían, y cómo podía aprovechar esa oportunidad.

 No tardó en entrar por la puerta un hombre alto, de voz seria , llamado Alfonso. Se dirigió al grupo y pregunto en seco: ¿ alguno sabe de vacas ?.

 A Antonio se le encendieron los ojos , aquello era una señal , una oportunidad. Sin pensárselo, levanto la mano y dijo: ¡ yo se de vacas! En mi pueblo teníamos tres o cuatro vaquillas. Yo se ordeñar y cuidarlas, de eso entiendo.

 Alfonso lo miró, le midió el hambre en los ojos y la tierra en las manos. No hizo muchas preguntas. Al día siguiente, ya se lo estaba llevando a un caserío en las afueras.

Era otra vida. Otro paisaje

 El verde húmedo del norte no se parecía en nada al polvo seco del olivar que había dejado atrás. Los montes eran espesos, el frío calaba hondo, y la lluvia parecía no tener fin.

 Pero Antonio, como siempre, apretó los dientes y siguió adelante.
No había venido hasta allí para quejarse. Había venido para abrirse camino.

 Después de un mes trabajando con las vacas en el caserío, el chico ya se había ganado la confianza de Alfonso, su patrón. Se levantaba antes que nadie, no se quejaba del frío, y hacía el trabajo como si llevara años allí.

 Alfonso tenía un coche, un Seiscientos blanco, al que cuidaba como a un tesoro.
Un día, mientras descargaban sacos, el chico, con esa mezcla suya de desparpajo y decisión, le soltó:

— ¿Y por qué no me dejas el coche, que quiero volver a presentarme al examen de conducir

 Alfonso, que ya le había cogido aprecio, aceptó sin dudarlo.
Poco a poco, el chico fue soltándose al volante más de lo que él mismo creía. Con el tiempo, ya manejaba el coche con soltura, como si hubiera nacido con las manos en el volante.

 En aquellos tiempos, para poder examinarse necesitabas un aval del patrón, y Alfonso no puso ni una pega. Firmó los papeles, habló con quien tenía que hablar, y lo presentó a examen en Bilbao.

 En la prueba practica , Antonio se defendió bien . Iba con los nervios de punta , pero controló el coche como si llevara toda la vida conduciendo. Sin embargo, el problema era el teórico : no sabia leer ni escribir, y eso lo tenia en un callejón sin salida.

 Entonces, los ingenieros —un hombre y una mujer— eran los encargados de valorar el examen. Se miraron el uno al otro con cierta duda y dijeron en voz baja:

— ¿Y ahora qué hacemos con este?

 Decidieron hacerle una pregunta sencilla, casi como prueba de reflejos:

— ¿De qué color era el coche que has traído?

 El chico, con los nervios a flor de piel y la lengua más suelta que nunca, respondió sin pensárselo:

— ¡Color café con leche!

 Ambos ingenieros soltaron una carcajada.
No sabían ya si reír o suspenderlo por pintoresco. Pero tras unos segundos, y viendo que las prácticas las había hecho bien, dijeron:

— Pues si ha conducido bien... vamos a dárselo.

 Y así, contra todo pronóstico, el chico consiguió su carné de conducir.

 El mismo carné que se le había resistido tantas veces allá en Granada.

 Pero esta vez no. Esta vez salió con el papel en la mano y una sonrisa que no le cabía en la cara.

El regreso del desaparecido

 Cuando el chico volvió a Fornes desde Bilbao , lo hizo con el alma llena de orgullo y el carne de conducir en el bolsillo. Pero al llegar a su casa , se encontró con una escena que no esperaba. Su familia lo miraban como si estuvieran viendo un fantasma.

 Durante los meses que estuvo fuera , no había mandado ni una carta , ni un recado , ni una señal. No porque no quisiera , sino porque no sabia escribir. Y en aquellos tiempos , sin teléfono ni medios fáciles para comunicarse, el silencio se convertía en angustia.

 Sus padres pensaban lo peor . Que algo le había pasado . Que quizás había muerto lejos , solo, sin que nadie les dijera nada . Cada día que pasaba sin noticias era una herida mas.

 Por eso cuando lo vieron aparecer por la puerta , su madre rompió a llorar, su padre , duro como era se le humedecieron los ojos. La casa se lleno de alivio, de abrazos, de risas nerviosas y lagrimas retenidas.

 Antonio, ya de vuelta en Fornes, apenas llevaba unos días cuando se presentó en su casa un tal Bautista, encargado de José Maroto, un hombre pudiente del pueblo que acababa de comprarse un tractor.

— ¿Tú tienes carné, no? —le preguntó Bautista, directo.

— Sí, pero de tractores no tengo ni idea —respondió el chico, sincero como siempre.

 Pero en aquellos tiempos, tener carné en un pueblo como Fornes era casi como haber ido a la universidad. No importaba mucho si sabías o no, lo importante era tener el papel.

 Solo los pudientes, terratenientes, “ricos” tenían carnet , y los  “ricos” no se iban a subir al tractor, así que, aunque “El Chico” no supiera de tractores , era el único con papeles que valía.

 José Maroto , el dueño del tractor, le dejo las cosas claras : Mira , los escardadores cobran cinco duros al día . Pero tu , por llevar el tractor, vas a cobrar seis.

 Aquello, para Antonio, era como haber subido de categoría . Se sintió valorado , por primera vez , ese carnet que tanto sudor le había costado servia para algo mas que conducir : Le abría puertas, y le daba trabajo.

 “El Chico” le fue cogiendo gusto y maña al trabajo. Al principio todo era nuevo: el tractor, las tierras, los ritmos del campo... pero pronto se movía entre surcos como si lo hubiera hecho toda la vida.

 No tardó en salirle otra oportunidad. Se fue a Jayena a trabajar con Manolo Contreras, que le ofreció ocho duros al día.

 Aquello ya era un sueldo serio.

— ¡Ocho duros! —decía Antonio, medio incrédulo—. Eso no lo ganaba yo ni juntando semanas enteras en el taller.

 Era otro paso más. Otra puerta que se abría. Y Antonio, como siempre, no la desaprovechó..

 Durante esa etapa, conoció a la que sería su mujer. Se casó y formaron una familia. Tuvieron cuatro hijos, y aunque la vida no era fácil, todo empezó a tomar sentido.

 Entre los tractores, el tallercillo de bicicletas y el pequeño bar que llevaba su mujer, la cosa empezó a marchar de verdad.
No eran ricos, ni mucho menos, pero había alegría en la casa, y el pan nunca faltaba en la mesa.

 Siempre inquieto, con esa chispa de los que nacen emprendedores sin saberlo, el Chico dio otro paso más: montó una discoteca.

 Sí, una discoteca en medio del pueblo, cuando eso era impensable para muchos. Algunos se rieron. Otros lo miraron con escepticismo. Pero él, que no sabía leer ni escribir, entendía de personas, de ambiente y de oportunidad.

Epilogo: El Chico de Fornes

 Aquí damos por finalizada una etapa más de la vida de Antonio Casado, más conocido como “El Chico” de Fornes.

 El niño que su abuela tuvo que entregar a un hombre que vendía pescado por el pueblo, para que se lo llevase a su casa, porque no podía alimentar a tantos nietos.
 El niño que entró en la cárcel por no poder pagar seis pesetas.
 El niño que deambuló por cortijos guardando guarros.
 El niño que tuvo que desterrarse con su familia porque su padre era republicano.
 El hombre que montó un tallercillo de bicicletas sin tener idea de lo que era una bicicleta.
 El hombre que se sacó el carné de conducir sin saber leer ni escribir.

 Ese hombre que se labró su futuro con esfuerzo, con coraje, y con la mirada siempre puesta en salir adelante.

 Hoy, a sus 91 años, vive su última etapa en paz, junto a su hija, en un barrio de Fornes llamado La Colonia.

 Y aunque la vida fue dura, su espíritu sigue joven: ahora se divierte haciendo TikToks, regalando sonrisas a quienes lo ven, como siempre lo hizo, con sencillez y con alma.

 Porque la historia de un pueblo no solo se escribe con fechas, batallas o tratados . También se escribe con las manos de quienes , como Antonio , sobrevivieron, resistieron y soñaron.

 Porque en un mundo que exige títulos, papeles y permisos, Antonio Casado solo necesitó voluntad, ingenio y corazón para llegar más lejos que muchos. Porque hay quienes escriben su historia con tinta, y otros, como Antonio, la escriben con coraje, dignidad y el paso firme de quien nunca se rindió.

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