"…A quien contigo va": carta abierta a Carlos Luengo



Una muestra de gratitud y reconocimiento al fotógrafo de las series de artículos Caminos y gentes y Madre Tierra.

Nevando en la Almijara, desde el Collado del Portichuelo (fotografía de Mariló V. Oyonarte)

 Amanece en las sierras de Tejeda, Almijara y Alhama uno de tantos días invernales, de cielos blancos y plomizos. Hace un rato que empezó a nevar. El silencio en el campo es absoluto; se da esa quietud tan particular que precede a las nevadas donde parece que hasta el aire, crujiente por el frío, se ha escarchado. No se escucha a los jabalíes, ni a los ciervos, ni a los tejones, ni a las cabras montesas. Ni siquiera se oyen pájaros, tan bullangueros ellos a primera hora de la mañana: diríase que, acobardados por las bajas temperaturas, permanecen embolados en sus nidos. El único sonido apreciable esa mañana, de lejos y de cerca, es el leve roce de los copos al caer sobre el suelo helado, duro como una piedra. ¿Nadie queda en la sierra salvo árboles y arbustos, forzosamente expuestos, aferrados con sus dedos de madera a la tierra que los nutre? Un momento: parece que sí, hay alguien. Allá a lo lejos, junto a unos matorrales que parecen recubiertos de espuma blanca por la nieve acumulada, aparece una figura solitaria. Abrigado como un esquimal y cargando a su espalda una abultada mochila, un hombre avanza despacio, apoyándose con firmeza en sus bastones al tiempo que observa y escucha atentamente a su alrededor. De vez en cuando detiene el paso y saca de una funda que lleva en bandolera una pesada cámara fotográfica; mira a través del visor y espera, concentrado en la imagen enfocada durante unos segundos; luego dispara una, dos, varias veces. Cuando considera que ha captado exactamente lo que quería, guarda su cámara cuidadosamente, se ajusta bien los guantes y continúa su camino: solo él sabe dónde va. Esa silueta misteriosa, protegida por un anorak de vivos colores, resulta inconfundible para quienes le conocemos bien: se trata del montañero y fotógrafo de naturaleza Carlos Luengo.

Bajando de la Maroma por el Salto del Caballo (fotografía de Manuel Rodríguez)

CARTA ABIERTA A CARLOS LUENGO

Estimado compañero de montaña, maestro y amigo:

 Imagino tu cara de asombro e incredulidad cuando leas estos párrafos. ¿Recuerdas que, hace un tiempo, me decías que te haría ilusión que escribiese algo sobre ti? Ya lo había comentado alguna vez con nuestro común compañero de rutas, Manolo. Ambos conocemos de primera mano tu magnífica trayectoria como montañero en la Almijara y Sierra Nevada y era cosa sabida que, antes o después, este momento llegaría. "Cuando seas viejecico, Carlos, como la mayoría de los protagonistas de Caminos y gentes, saldrá tu historia también, no te preocupes", te decía yo, dando largas al asunto hasta que llegase el momento adecuado. Y fíjate, es ahora, que entre confinamientos y otras circunstancias -el infausto 2020- llevas un tiempo sin poder caminar por tu querida Tejeda Almijara, cuando he pensado que debía salir este artículo: esta carta abierta que va dedicada a ti. Maribel, tu mujer, ha colaborado solícita y dispuesta contestando a mis preguntas, facilitándome fotografías y sonsacándote información con mil precauciones para que no sospechases nada. Nuestros amigos Manolo y Miguel también han contribuido a este pequeño homenaje con sus fotografías, y a mí me ha hecho ilusión escribir sobre ti sin que te enterases del más mínimo detalle. Creo que, entre todos, hemos conseguido darte una sorpresa, ¿verdad? Y es que cuando deja de esperarse algo es cuando, finalmente, sucede.

 Manuel Carlos Luengo Navas (Granada, 1961) es tu nombre completo. Hijo de extremeño y granadina -una jayenera, por más señas-, eres un gran amante de la tierra natal de tu madre y tus abuelos, en cuya casa familiar de Jayena veraneaste durante años, hasta que tu padre construyó la suya propia. Con qué agrado recuerdas, siempre que tienes ocasión, aquellos perezosos e inacabables días estivales de tu infancia, que pasabas feliz y despreocupado rebuscando ranas, peces, cangrejos y todo lo que se moviera por el cauce y las acequias del Río Grande con tus amiguillos del pueblo; brincando durante horas entre feraces huertas y almendros retorcidos; acompañando a tu abuelo en algunas de sus labores del campo y correteando travieso -piedra en mano, presta a ser lanzada- detrás de los perros, por las calles de la Jayena bulliciosa y alegre de principios de los años setenta. Años después, ya convertido en un adulto, regresarías con frecuencia a los lugares de tu niñez acompañado por tu propia familia, la que formaste junto a tu mujer, Maribel, y tus pequeños Maribel y Carlitos, a quienes mostrabas, dichoso por compartir con ellos tu amor por esos rincones, las zonas más accesibles y bonitas que conocías -por aquel entonces- de esas sierras.

Carlos Luengo a la edad de diez años

 El paso del tiempo, la madurez y una serie de acontecimientos -encabezada por el fallecimiento de tu padre- te animaron a plantearte recorrer de norte a sur y de este a oeste las sierras de Tejeda, Almijara y Alhama. Corrían los primeros años de la década del 2000 y las montañas que habían constituido el telón de fondo de gran parte de tu vida, recién convertidas en Parque Natural -en concreto desde el año 1999-, no se encontraban en su mejor momento. El rastro lúgubre del último gran incendio forestal, ocurrido en 1982, era todavía muy evidente, así como las huellas del abandono total y palmario que esas sierras habían sufrido desde que cesó su aprovechamiento como medio de vida de labradores, pastores, caleros, carboneros, resineros, arrieros y recolectores de esparto y hierbas aromáticas. Las zonas de arbolado que no habían sucumbido a las llamas se encontraban totalmente cubiertas por un intrincado matorral, de manera que muchos senderos quedaban claramente a la vista debido a la deforestación, pero por contra otros tantos, algunos de ellos históricos, habían desaparecido literalmente engullidos por altos aulagares y romeros espesísimos. Como se daba la circunstancia de que no eran unas montañas que frecuentasen los excursionistas y montañeros de la época -tan solo transitaban por allí algunos habitantes de la zona-, el estado general de ese espacio natural recién protegido por la Junta de Andalucía dejaba bastante que desear. 

Paseando con su familia por diferentes parajes del Parque Natural Sierras de Tejeda, Almijara y Alhama, año 2001

 Comenzaste, por lo tanto, a caminar en serio por esas sierras, tan inexploradas entonces para la mayoría de los montañeros. Entre otras razones, querías conocer de primera mano los lugares por los que se movía tu padre cuando trabajaba como guardia civil. Pablo Luengo, natural de un pueblecito de Extremadura, había sido destinado a Jayena y sus alrededores durante los inclementes años que siguieron a la guerra de 1936. Sus recuerdos fueron tu disparadero; memorias de una época que todos deseaban que no hubiese existido y que a veces lo asaltaban, desprendidas por un instante de las ramas del olvido, como visitas inesperadas que regresaban para mirarlo de frente… tú y tus hermanos, ya mayores e independientes, cada cual en su casa y en sus cosas, tampoco preguntabais demasiado. Esa evocación y, tal vez, un anhelo de comunión con tu progenitor, distinta y especial desde donde fuera que estuviese, te impulsaban a buscar, encontrar y caminar por los senderos que mucho antes de que tú nacieras lo habían llevado a él hasta los más recoletos rincones de Tejeda Almijara. ¿Recuerdas tu primera ruta? Fuiste al río Cebollón por el paraje conocido como el Haza de la Encina; por aquel entonces todavía conservaba tu familia la casa de Jayena. Esa fue la primera de una larga serie de incursiones serranas que irías haciendo en los años siguientes. Mochila a la espalda y cámara de fotos en ristre, bien en solitario o bien en compañía de alguno de tus hermanos, te afanabas localizando sendas, cortijos y puntos concretos de la sierra, de los cuales conservabas el vago eco de sus nombres por oírselos decir a tus padres. Intuías los senderos bajo la maleza y progresabas a menudo campo a través, a veces casi rodando barranco abajo, hasta que por fin dabas con ellos. Y, a medida que los ibas encontrando, señalizando con hitos de piedras y fotografiando, una gratificante sensación de alivio -casi de consuelo- inundaba tus sentidos: de alguna forma presentías que aquel que había sido inspirador de esa aventura te estaba observando.

En la cumbre del Cerro Lucero

 Al tiempo que caminabas descubrías la inesperada y sorprendente belleza de esas montañas. Cada vez más lejos, cada vez más osado, ibas consiguiendo cumbres, salvando barrancos e identificando lugares que tiempo atrás tuvieron un nombre y una historia propios; casi sin darte cuenta, además, te hiciste a ti mismo la promesa de coronar todas las cimas almijareñas. Incontables fueron las horas que pasaste delante de la pantalla del ordenador, inspeccionando al milímetro fotografías aéreas de toda Tejeda Almijara en busca de veredas perdidas, de cuevas ocultas, de viejos cortijos, de minas colmatadas, de quién sabe qué. Incontables, también, los días que dedicaste a confeccionar tu propia cartografía, tomando como base los mapas del Instituto Geográfico Nacional, pero modificando colores, añadiendo topónimos y trazando tus rutas ya realizadas sobre los mismos: una cartografía personalizada, que de tanta ayuda te resultaría más adelante. Muchas fueron las veces que, en plena marcha, tuviste que darte media vuelta porque las inclemencias del tiempo o la dificultad del terreno, cuyas sendas se habían perdido hacía décadas, te impedían el avance. Entonces no existían, como ahora, itinerarios marcados y comprobados donde poder consultar las dudas; armado con tu súper mapa y tu sentido de la orientación -que también fallaba de vez en cuando, ¿verdad?- averiguabas, unas veces mejor que otras, por dónde iba tu camino. Incluso has comentado que, en alguna ocasión, llegaste a tu destino por puro milagro, como si una mano invisible te hubiese guiado hacia donde querías ir.

 Más de una vez te jugaste la vida embarrancado en algún peñascal, detalle que, una vez en casa, te encargabas de ocultar muy bien a Maribel para que ella no se asustara, sabiendo como sabía que las más de las veces ibas solo. Jamás te cruzabas con nadie, salvo con las cabras montesas y los jabalíes. Fue por aquella época cuando te hiciste con un GPS -de los primeros que salieron al mercado- y comenzaste a compartir tus rutas en páginas especializadas de Internet; conforme pasaban los meses te dabas cuenta de que esos itinerarios eran descargados y realizados por otros montañeros: los senderos empezaban a verse más transitados y constataste la presencia de hitos de piedras diferentes a los tuyos y otras señales de que alguien más estaba pasando por allí. Poco después te uniste al club de montaña Senderos, de Granada; con tus nuevos compañeros compartías todo lo que ibas conociendo sobre Tejeda Almijara, que muchos consideraban ya como algo tuyo. A través de tus numerosos álbumes de fotos comentadas mostrabas a quienes no lo conocían el esplendor del paisaje almijareño: era la mejor manera de poner en valor aquella zona, hasta entonces casi desconocida para la mayoría de los círculos montañeros.

Manuel Rodríguez "correcaminos" y Carlos Luengo (fotografía de Mariló V. Oyonarte)

 En el año 2011 uno de tus compañeros, Manolo "correcaminos", se decidió a acompañarte, animado por tanto como referías de tus excursiones en solitario. Juntos pasasteis un año inolvidable explorando nuevos senderos, redescubriendo fuentes, cortijos, minas y otras localizaciones concretas medio olvidadas, rastreando territorios cada vez más alejados, coronando cumbres nuevas, recorriendo incluso viejas sendas que no llevaban a ninguna parte y compartiendo vuestros hallazgos con los demás. Poco después me invitaste a unirme a vosotros; acepté, expectante por conocer esas montañas de las que tanto hablabais a nuestro club, y que yo personalmente apenas si sabía que existían. El doce de enero de 2012 -una fecha curiosamente redonda- realizamos nuestra primera ruta por la Almijara: fuimos al Cortijo del Imán desde Frigiliana, por la Loma de la Garza. Esa excursión sería el inicio de una aventura común que nos ha llevado lejos; nos convertimos en un trío de montañeros que, desde ese día, no ha dejado de recorrer -casi obsesivamente- las sierras de Tejeda, Almijara y Alhama, desde Alcaucín hasta Alhama de Granada pasando por toda la Axarquía malagueña. El día que coronamos tu última cumbre pendiente, Piedra Sillada -el día que cumpliste tu particular promesa-, también estábamos contigo. Al tiempo que compartíamos nuestras rutas en varias webs de montaña, alguien nos bautizó con el sugestivo nombre de "Comando Almijareño", apelativo que, oficiosamente, continuamos llevando a gala.

El Comando Almijareño en la cumbre del Cerro Cabañeros (fotografía de Manuel Rodríguez)

 Siempre guiados por tu mano -especialmente durante los primeros años-, fuimos adentrándonos en lo más profundo de Tejeda Almijara, y ya no solo en su aspecto geográfico. Cada ruina y cada viejo camino estimulaban nuestra imaginación, espoleada además por los retazos de historia que conocías de haber escuchado a tu padre y de haber leído algunas publicaciones de autores especializados que habían escrito sobre la guerrilla antifranquista en las sierras de Málaga y Granada, y que nos ibas narrando sucintamente a lo largo del camino. "En esta cueva murió un maqui; en aquel camino cayó un guardia civil", contabas. "¿Aquí hubo maquis? ¿De verdad que hubo enfrentamientos por esta zona?", respondíamos nosotros, asombrados ante aquellas narraciones de persecuciones y emboscadas.

 Pero poco a poco esa semilla, que empezó como mera curiosidad y terminó convirtiéndose en un verdadero afán, calaba en nuestra mente y, sobre todo, en nuestro espíritu. La inquietud por conocer la historia de los lugares por los que íbamos pasando fue in crescendo y nos animó a conversar con los más ancianos de los pueblos de la sierra, cada vez que teníamos la ocasión. Llegó un momento en el que ya siempre salíamos por Tejeda Almijara; tan solo los rigores del verano almijareño nos llevaban a las alturas de Sierra Nevada. Recorriendo las antiguas sendas que unían los pueblos de Málaga y Granada aprendimos los tres a un tiempo: siempre había nuevos paisajes que admirar, nuevas personas que conocer, nuevas historias que escuchar. Tantos relatos recogimos a lo largo de los años que, temerosa de olvidarlos, empecé a recopilar semejante tesoro etnográfico poniéndolo por escrito. Tus cuidadas y preciosistas fotografías de toda la sierra eran una parte indispensable de esos textos. Al poco comenzaron a publicarse en Alhama Comunicación, dando lugar al nacimiento de las series de artículos Caminos y gentes y Madre Tierra, que tantas satisfacciones han procurado y, estoy segura, seguirán procurando en el futuro.

Trabajando en el reportaje de María Teresa Rodríguez (fotografía de Miguel Fernández)

 Es posible que no hayas sido el primero en revelar los tesoros paisajísticos de Tejeda Almijara, pero no me cabe duda de que fuiste uno de los pioneros en mostrar sus infinitas posibilidades desde el punto de vista montañero. Tus hitos de piedra colocados por toda la sierra y tus rutas subidas a Internet con unos itinerarios fiables, cuidadosamente pensados, trazados y medidos, abrieron paso a centenares de caminantes de dentro y de fuera de la Comarca de Alhama, en Granada, y de la Axarquía de Málaga. Muchos somos los que descubrimos la magnificencia de esas montañas gracias a tu labor, y por ello tenemos una deuda de gratitud contigo.

 Cuántas sendas recorridas en todos estos años; cuántas conversaciones mantenidas, personas -algunas de ellas nos han dejado ya- conocidas, experiencias, buenas y malas, vividas; todo ello viaja dentro de tu mochila junto con el agua, los bocadillos, los cortavientos y la cocinica. Y las que aún te quedan por atesorar, porque la vida consiste justamente en esto, en seguir en pie mientras nos quede un soplo de energía. Y todo ese bagaje ha sido inspirado en primera instancia por alguien que fue crucial en tu vida, que se marchó sin imaginar que sería tan echado de menos, dejando su hueco libre antes de tiempo: antes, al menos, de responder a todas tus preguntas. Dice una vieja tonada: "(…) Digáisme ora ese cantar; / respondióle el marinero, / tal respuesta le fue a dar: / yo no digo mi canción / sino a quien conmigo va". Quién sabe… existen formas de comunicación prodigiosamente insondables y diversas. Es posible que, como el marinero de la canción, hables a través de tus pasos con quien ya no puedes ver pero, aun así, "contigo va".

 Maestro, compañero y amigo Carlos, mediante este sencillo relato he pretendido dar a conocer un poco de lo mucho que has contribuido al conocimiento y la promoción del Parque Natural Sierras de Tejeda, Almijara y Alhama. Adéntrate, pues -adentrémonos todos- con optimismo en este año 2021 que acabamos de estrenar, que esperamos será más indulgente que el que hemos dejado atrás, y acepta este artículo -esta carta abierta, en realidad- como un merecido regalo navideño.

Un alto en la subida del Cerro Lucero (fotografía de Miguel Fernández)

Escrito por Mariló V. Oyonarte

Fotografías: archivo de la familia Luengo Velasco, Manuel Rodríguez, Miguel Fernández y Mariló V. Oyonarte.