De pueblo


 Aunque no han faltado poetas que cantaron el sosegado modo del campestre vivir, Fray Luis de León, Góngora y Miguel Hernández, por ejemplo, lo cierto es que ser "de pueblo" no ha sido cosa fácil ni sosegada hasta casi ayer.

 A las difíciles condiciones de la existencia en lugares faltos de todo servicio esencial, al trabajo penoso y mal retribuido había que sumar el desprecio que el pueblerino, el cateto, el palurdo, el lugareño sufrían por parte de algunos de los que en la ciudad vivían. No está lejana la época en la cual la imagen de uno de pueblo era la de un señor cejijunto, con boina y vestido de pana; todos recordamos a ciertos cómicos de los años setenta encarnando esta risión de buena parte de los españoles.

 Cierto es que en las ciudades de antaño se podía vivir algo mejor que en  nuestros pueblos; pero tampoco deja de ser cierto que en barrios de chabolas de Barcelona o en el pozo del Tio Raimundo en el Madrid de los años sesenta, se gozaban de escasas ventajas con respecto al pueblo del que procedían los urbanitas de nuevo cuño.

 Afortunadamente hoy en poco se diferencia la calidad de vida de los ciudadanos y los pueblerinos, toda vez que los servicios de sanidad, educación, acceso a la cultura y al ocio están garantizados, más o menos, para ambos. Tampoco en el comer y el vestir se nota gran diferencia entre unos y otros, mas allá de las propias del poder adquisitivo de cada uno, pero eso es algo que pertenece a la clase social y no al lugar de nacimiento o residencia.

 Incluso en nuestros tiempos se aprecia una revalorización del término "de pueblo" que aplicado a productos como el pan o ciertos embutidos denota una mayor calidad que los industriales, cosa que posiblemente sea cierta. Tampoco es raro que el proceso de emigración del campo a la ciudad se invierta y ya son bastantes los emigrantes retornados a sus lugares de origen, aún más, también se da el caso de urbanitas que deseosos de buscar lugares de mas sosegado vivir, se trasladen al campo a iniciar una nueva vida.

 Cuidemos de nuestros pueblos, de su futuro y de su legado, de sus costumbres, tradiciones y folclore y unámonos para conseguir aquellas metas que deseemos en el convencimiento de que las cosas no se resuelven solas, ni antes, ni ahora; ni en la ciudad ni en el pueblo.