Dulces sueños

La habitación por de noche era todo techo, y la noche carne y la carne acción. La noche, brava y sin fundamento, pasó como una secuencia sabrosa y extraña.

 Los párpados, que eran como dos sombrillas de caleidoscopio, dejaban que los anillos de los ojos con los primeros rayos de luz cruzaran. Una duda virgen, con antifaz, recién inaugurada, y la memoria resbalando como palabras en el mar de aceite del último sueño. ¿Por qué no podría ser como en aquella historia de las citas que escribiste? Cuando dormías, ¿recuerdas aquella historia de ciencia ficción que escribiste?, donde hacías tilín tilín: me gusta, no me gusta, me gusta me gusta, enhorabuena tú y X os gustáis: Ya podéis fijar la cita en el sueño de las próximas dos noches, como así dispone vuestra suscripción actual. (¿Quieres aumentar tu suscripción y disfrutar más de tus citas durante más noches?, pulsa aquí*) Ojalá hagáis tilín tilín y concertéis vuestro viaje al centro del sueño.

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 Compartir un sueño no es un orgasmo, es un parque de atracciones dentro de una caja de música, sus bailarines parecen estar como en otra dimensión, más allá de la apariencia delicada que dibuja la danza en el sonido. «El universo cabe en un sueño si nos sentáramos en el borde de la luna, ya sabes, con los pies en el aire es más fácil volar», le escribí a X cuando hicimos macht. Demasiado poético para las recomendaciones y ligeramente cursi, pero ella merece que las palabras se engalanen, aunque luego pongamos un tendedero entre dos mundos hasta escurrir cada gota de emoción. Eran las doce en punto de la noche y cerré los ojos. Imposible dormirse prematuramente, tantas mariposas aleteando bajo las sábanas juegan a subir y bajar por mi mente. Pero pronto fui cediendo, me había levantado la noche anterior a las cinco de la mañana para hoy caer rendido y estaba funcionando, no sería yo el que llegara tarde a la cita. A las doce y veinte ya estaba yo en la farola de la noche. Ni rastro de X, así que mientras decidí pintar su sonrisa de fondo, quedando un lago entre sus labios. Tapicé luego la luna con un vestido de aireado bronce, la puse sobre una copa de cristal y me tumbé a esperar. El rumor que tiento con la mano es carne de sandía, ¿carne de pezones?, lo único que sé es que los límites de los sentidos habían sido superados y yo, el creador, el Dios de mis sueños, faltaría más, componía. No era como perder el tacto o la vista, sino que todos los sentidos se esparcían hacia una luz cegadora que asomaba por el lomo de la noche. Nariz toca nariz, ojos hablan ojos, ¿quieres tierra o cielo?, movieron mis labios, hagamos un universo mejor, contestaron los suyos. Por las palmeras rojas de sus tobillos ascendí, rocé el tanga negro de su pura madrugada e inmediatamente me hice ático al merodear la cueva. Ya en las pestañas me cogió de la mano y me llevó a un cubo, una especie de tablero de ajedrez de tres dimensiones hecho de una poderosa luz azul: fuimos reinas y reyes. Besarse sin tiempo ni lugar pero en movimiento, X levantó una pirámide de energía que a tal velocidad era el universo el que se detenía, no por un instante porque no es cuestión de tiempo, sino que el espacio se acababa de convertir en una inmensa amapola blanca: mmmmmm ¡Oh la la! Al despertar era más que un vago recuerdo, como la resonancia de un fuego imposible y único. Los sentidos habían vuelto a sus empresas, pero la sentía viva, como una verbena lejana. Los calzoncillos tenían un lamparón. Luz.

Ilustraciones:  René Magritte