Palabras y palabros

La sociedad demanda el cambio de numerosísimos vocablos malsonantes, groseros, escatológicos, obscenos y de mal gusto.

 Desde hace algunos años acá, viene produciéndose un interesante debate en la sociedad, en los medios de comunicación y últimamente sobre todo, en las redes sociales, sobre la necesidad de sustituir y corregir ciertos enunciados, dichos, vocablos, expresiones o interpretaciones de hechos, costumbres, colectivos o denominaciones que, normalmente han venido usándose en las relaciones sociales y personales, sin darnos cuenta de su carácter agresivo y peyorativo, por su contenido misógino, machista, discriminatorio y racista, para personas, colectivos, etnias o grupos humanos de lo más variado. Poco a poco, esas expresiones poco afortunadas o directamente ofensivas y peyorativas, han ido sustituyéndolo por otro lenguaje más digno, justo e integrador, creándose un verdadero manual de lenguaje políticamente correcto, que se dice ahora, que no es un asunto menor, porque está en el supremo derecho de las personas y los colectivos, a su dignidad y respeto. Así, palabras tan usadas y prosaicas como: tullido, minusválido, subnormal, retrasado mental, tartajoso, sordomudo, maricón, mariquita, marimacho, machorra, anciano, viejo, asilo, loco, chiflado, moro, negro, cafre, etc., se han sustituido por discapacitado físico o síquico, que completan el colectivo de “diversidad funcional”; la limitación vocal o auditiva, que conforma la discapacidad de oído y vocalización; homoxesuales, gays y lesbianas, que conforman el colectivo LGTBI; los mayores o la tercera edad (aunque a mi me gusta mas lo de viejo, que me ha costado casi ochenta años la conquista de ese título), residencia de mayores, enagenado mental, inmigrante sin regulación oficial, persona de color o lo de cafre, que aquí francamente, no tiene perdón de Dios la RAE y es de absoluta urgencia que la Academia subsane tan craso y racista error.

la alteración de vocablos se producían para evitar agresiones y descalificaciones peyorativas de personas y colectivos

 También la sociedad demanda el cambio de numerosísimos vocablos malsonantes, groseros, escatológicos, obscenos y de mal gusto, que simplemente al sustituirlos por otros de menor crudeza de expresión, parece que suavizan la realidad que describen, así por ejemplo: inodoro por retrete; interrupción de embarazo por aborto; ejecución por asesinato; interrupción de embarazo por aborto; conflicto armado por guerra; flatulencia o ventosidad por pedo o cuesco; miccionar por mear; regla por menstruación etc. etc. y a pesar de que en algunos de estos usos hay la intención negativa de tapar una realidad que clama reconocimiento y justicia, como cuando los economistas neoliberales emplean lo de ajuste de plantilla por despido, en general estoy de acuerdo, como con la alteración de vocablos que antes hemos visto que se producían para evitar agresiones y descalificaciones peyorativas de personas y colectivos. 

 Y para que se produzcan esas matizaciones y cambios puntuales en el uso del idioma, siempre ha de haber detrás gente o colectivos afectados, que actuando desde una supuesta posición de debilidad y marginalidad, reagrupando y unificando esfuerzos, han conseguido influir en la sociedad y sus medios de comunicación, hasta conseguir cambiar hábitos idiomáticos, hasta convertirlos en otros más solidarios y menos discriminatorios. Así, colectivos como el de la diversidad funcional, sensorial o psíquica, los colectivos de gays y lesbianas o colectivos feministas y otros, han conseguido dinamizar estos cambios. 

...nos comprometemos a llevar al debate público y a elevar nuestra resolución hasta “La Real Academia Española de la Lengua” estos tres vocablos: “cateto, rústico, y gañán”

  Sin embargo, hay colectivos que por su debilidad y marginalidad social, su mínima  influencia económica, su escasa capacidad de imponer criterios en los medios de comunicación y su absoluta minoría en el conjunto ciudadano del país, tienen que resignarse a un cierto número de vocablos, que agreden, ofenden y actúan de forma muy peyorativa sobre nuestros sentimientos. Y este colectivo es el de mundo rural, el mundo del campo, de los pueblos y a veces, el de la España vaciada, marginada y minusvalorada. Y desde el debate que hoy nos trae, de vocablos peyorativos hacia un colectivo, quiero traer al debate, entre tantos, tres que creo que vulneran todos los derechos a la propia imagen y dignidad y que desde el grupo donde publicó en Facebook, ”Los Zainos del Llano de Zafarraya, nos comprometemos a llevar al debate público en nuestra sociedad y a elevar nuestra resolución hasta los más altos estamentos de “La Real Academia Española de la Lengua”.  Y estos tres vocablos son: “cateto, rústico, y gañán”. Tres vocablos nobles y que desde el mundo rural asumimos, defendemos y reivindicamos como una parte de las señas de identidad de muchísima gente del campo y de los pueblos, pero que el mal uso, la falta de rigor de la Academia y una inercia sin control, ha corrompido, desvirtuado y prostituido hasta tal punto las acepciones de estas palabras, que ganas nos dan de irnos al juzgado de guardia y plantear desde ahí nuestras demandas y reivindicaciones. Os pido un poco de paciencia para dar tiempo a que desarrolle esta exposición, y estoy seguro de que contarè con vuestro apoyo y vuestra comprensión.

 Definición por la RAE de la palabra “cateto”, en su 1* acepción: gente pueblerina (aceptado), 2* acepción: gente que usa y actúa como es característico del pueblo (correcto). Yo añadiría una tercera acepción, común en algunos diccionarios: persona que por falta de uso y costumbre tiene dudas y dificultades de moverse en la gran ciudad, que acepto, después de rechazar la última acepción de la Academia: tosco, vulgar y palurdo. Pero donde surge el escándalo más esperpéntico, insano e injusto, es a la hora de definir los sinónimos, que además, casi apenas tienen nada que ver con lo definido. Cateto:patán, palurdo, zafio, garrulo, ignorante, necio, paleto… Y su antónimo, nada menos que, fino y distinguido. De juzgado. 

...confundía la cabra lechera con la burra, y no por eso decíamos que era un zafio, garrulo, necio, tonto patán y demás lindezas

 Yo acepto lo de torpeza por falta de uso, para moverse con soltura en la gran ciudad y que en mi primer contacto con la ciudad y sus  adelantos domésticos, en los años cincuenta, desconocidos para nosotros, como el water con cisterna, como buen “cateto”, le di múltiples tirones a la cadena, mientras el agua seguía sonando infernalmente. Pero igual que cualquier urbanita poco avezado por edad, que llegaba a mi casa en el pueblo y confundía la cabra lechera con la burra, y no por eso decíamos que era un zafio, garrulo, necio, tonto patán y demás lindezas. Y es que la etimología de “cateto” que viene del indoeuropeo “kapùt”, que a traves del latín “capitellum” (cabecillo) deriva en gascón a “caddet”, que refiere a la pequeña nobleza rural vascona, ¿de donde añade la academia esa retahíla de epítetos peyorativos todos?

 Pero es que, “de cabecilla a cabecilla”, ¿de verdad consideráis que la presidenta de la comunidad de Madrid, la señora Díaz Ayuso, no es más burda, cutre, zafia, garrula y palurda que el que suscribe?  Y no es que esto vaya de política o de partidos, que para patán y grosero el señor Koldo y para chabacano, ordinario cutre el señor Ábalos, por muy urbanitas que ellos sean.

  La segunda palabra que nos trae a debate es, “rústico”, que define así la academia: perteneciente o relativo al campo. Hombre del campo. Y como sinónimos, rural, agreste, campesino, labrador, labriego, aldeano, pueblerino, etc. y como antónimo, urbano. Perfecto, nada que objetar. Pero en la segunda acepción, tosco, que podría definirse como “natural y menos elaborado” se produce un auténtico ensañamiento, al situar los sinónimos de “rústico”, como tosco, burdo, ordinario, grosero, zafio, descortés, penco, patán, conchudo, etc., y como antónimo, “urbano y refinado”. ¿De verdad que esta es la visión que tiene la Academia de la lengua, del hombre del campo, del labrador, de nuestros modos de vida, de nuestros sueños y aspiraciones?.

 Nunca unas palabras hicieron tanto daño, no me extraña que los urbanitas tengan a veces una opinión tan pobre de la gente del campo. 

Yo fui gañán en mis años mozos y casi hasta los ochenta del pasado siglo y os aseguro, que no tuve ni tengo  vocación alguna,  de paleto o de patán

 Pero la definición que más me duele, por lo que significó para mí, es la de “gañán”. Porque la define como un batiburrillo de “hombre fuerte y rudo, mozo de labranza y sinónimo de labriego, peón, bracero, jornalero, patán, destripaterrones, paleto… pero es que además ignoran la acepción que mejor define esa palabra, la que usamos en el medio rural, y os aseguro que la gente del campo sabemos bastante de esto: la de “encargado de la yunta y dedicado a las labores de cementera, “en largas bezanas de arado y morrete”. Yo fui gañán en mis años mozos y casi hasta los ochenta del pasado siglo y os aseguro, que no tuve ni tengo  vocación alguna,  de paleto o de patán. Con mi yunta, echaba caballones kilométricos, derechos como velas que podían partirse con un tiro. Respirando aire puro y bañado todo el día en raudales de sol, se me iban los días meditando, pensando, reflexionando y soñando sobre la mancera del arado. Y mi pensamiento iba, aunque le cueste trabajo entenderlo a las limitadas cabezas de algunos académicos, de lo divino a lo humano, de lo excelso a lo prosaico. Reflexionando tras la yunta, llegué a entender el principio de expansión universal  de Hubble, la grandeza cósmica de la poesía de Rubén Dario, o la mejor untura para curar los “alechines” del cuello de los mulos de mi yunta, y a aceptar el dejar una marra en la bezana, para salvar aquel nido de cogujadas en el barbecho.

  Y yo soy un cateto, un hombre rústico y un gañán,  y estoy encantado de serlo, pero por favor, retiren esa sarta de sinónimos y antónimos tan injustos, agresivos y peyorativos en extremo de estas definiciones, que tanto daño han hecho y hacen a la gente del campo y de los pueblos. 

Juanmiguel, Zafarraya.