“Ola, ¿ke ase?"

La otra mirada


Todos hemos escrito eso alguna vez en redes sociales.

 Yo al menos sí lo he hecho sin vergüenza, regomello ni pudor, puesto que, al tratarse de un empleo lúdico del lenguaje, cabe perfectamente su uso. Del mismo modo, Cervantes hizo hablar a Sancho del “bálsamo del feo Blas”, donde el flaco de la pareja aludió, sabido es, al de Fierabrás. El lenguaje se puede emplear para comunicar o para jugar, entre otras cosas no tan nobles.

 Únicamente en un contexto lúdico, festivo o juguetón admito yo el empleo de la palabra “tosta” para referirse a lo que de toda la vida se ha dado en llamar “tostada” por tierras castellanas y “tosta”, con acento en la a, o “tostáh”, que ahora mismo no tengo a mano el diccionario andaluz castellano para solventar la duda. Incluso podría emplearse el vocablo tostón, que viene a ser lo mismo, aunque no sea igual.

desde que murió el torero Pepe-Hillo cada cual se come la tostada como le sale del flequillo
 Esa eliminación de las letras que compone el “da” que debe acompañar al “tosta” para quedar en la deliciosa merienda o desayuno, con su “chorrico” de aceite, su ajillo restregado, o su tomate, que desde que murió el torero Pepe-Hillo cada cual se come la tostada como le sale del flequillo. Sin la terminación a mí me parece que el pan así denominado es menos apetecible, menos sabroso y más moderno, eso sí, pero con esa modernidad que nada aporta y que sí resta.

 No es el lenguaje, ni su uso, cosa baladí; porque el lenguaje literalmente crea la realidad, la modela de la misma forma que las manos del hombre van creando el mundo, o al menos es parte del mundo que no nos ha sido dado ya terminado. Sobre lo que esas manos y ese lenguaje hacen con el mundo sería preciso más espacio y mejor pluma que los que yo dispongo para darme a entender, pero esa es otra historia.

las “tostás”, las cocinan, sirven y consumen gentes de exquisito paladar, dejándonos a los catetillos y otros comensales de andar por casa las tostadas de toda la vida
 El español, no me canso de decirlo y escribirlo, es un tesoro del que disponemos los hablantes de forma gratuita, o casi gratuita y es nuestra obligación el velar por ese patrimonio, obligación que no reside en la RAE ni en los académicos, que recae en todos los hablantes de la lengua española, en sus distintas tonalidades y acentos. No dudo de que dentro de algún tiempo el vocablo que me irrita aparecerá junto a otras palabras como almóndiga o toballa. Pero en estos dos casos anteriores es el pueblo sencillo el que así llama a las pelotas de carne y a las prendas de felpa o algodón con que nos secamos. Por contra las “tostas”, las cocinan, sirven y consumen gentes de exquisito paladar, dejándonos a los catetillos y otros comensales de andar por casa las tostadas de toda la vida. Eso es lo que me hace creer que el “chuminismo o polladismo” pronto se vea aceptado. Eso y el hecho de que últimamente los académicos de la lengua van de estupendos y exquisitos dispuestos a calzarse una tosta. O las que encarten. Aclaro que lo de “calzarse” es el vocablo fetiche, o lo era de un reputado y respetado, y respetable, académico, que está en su derecho de calzarse lo que quiera. O a quien quiera. Faltaba más.

 Por otra parte, no soy nadie para dictaminar lo que cada cual se mete entre pecho y espalda, ni mucho menos. Coma cada cual lo que apetezca, pero con el uso de la lengua española, al menos, tengamos el cuidado de no dejarla a nuestros herederos degradada.

 “Ola, ¿ke ase?” Aquí escribiendo las tontunas de siempre. ¿O a ti que te parece?

 Note el curioso, o desaseado lector que tanto me da, que no he escrito nada ni de política ni de la ministra que se parece la abuela de un catedrático de la lengua.