Soy viril, racial e hispano

La otra mirada


En algunos países de lengua española llamarían a este titular “trucho”.


 Es decir, falso o fraudulento. En la neolengua de las redes sociales “fake new”, también noticia falsa. Aunque sólo yo puedo decir que se trata de un titular provocador (aunque me temo que a mis habituales no les va a provocar nada, y el resto, simplemente ignorarán titular y mirada). Pero me explico.

 Viril significa “relativo o perteneciente al varón” y que soy varón creo que lo acredita el DNI en el apartado “sexo” en el que figura una “M” que en este caso creo que debe significar “masculino”, por tanto dado que soy varón, lo de viril, perteneciente al varón, se puede aplicar a mi apostura, galanura y “viril tronco enhiesto” expresión esta que leí en algún documento redactado por Franco, creo recordar que atribuido a los soldados españoles de su bando y desde entonces lo uso de modo irónico, como el resto de la descripción no ya edulcorada si no directamente delirante que he hecho de mí. Puesto que soy español, tampoco puedo ser “hispano”. Respecto a lo de racial, pertenezco a la raza humana, como otros 7450 millones de personas y por tanto no tiene tampoco nada de especial. Con lo cual queda demostrada la falsedad del titular de esta mirada de hoy.

 Sucede que estoy fatigado de las polémicas de cada año por estas fechas sobre si los nativos de la unión de la Coronas de Castilla y Aragón que se dejaron caer por lo que ellos creían las Indias cometieron más o menos desmanes que los que ya de suyo cometían los naturales de la zona. Que iban a robar y pillar lo que pudieran se entiende por el hecho de que fueron a hacer fortuna o buscarse la vida mejor de lo que en las tierras de las que eran indígenas lo hacían.

 Celebre cada cual lo que apetezca o deje de celebrarlo a su antojo: El Día de la Raza, el de la Hispanidad o el que más le cuadre; lo que yo celebro hoy es una felicísima idea de mi hermano Prudencio, el de las fotos, de consagrar el 12 de octubre al Día de la Lengua Española. La lengua que nos une. Más de 500 millones de hablantes en varios continentes son más que suficientes razones para estar orgullosos de hablar, leer y escribir en la lengua en la que lo hicieron Góngora, Quevedo, Miguel Hernández, los Machado, Gabriel García Márquez, Jorge Luis Borges, Guillermo Cabrera Infante, Mario Benedetti, Miguel Delibes. Teresa de Cepeda y Ahumada, Gloria Fuertes, Alfonsina Storni, Gabriela Mistral, Violeta Parra, Teresa Parra, Nancy Morejón, Almudena Grandes, Carmen Martín Gaite, Rosa Montero. Y paro aquí para no ser acusado de ahorrarme la mirada copiando un listín telefónico.

 Notará el lector atento, y si no se lo digo yo, que en ese listado he omitido a Cervantes al cual he dejado aparte para referirme a los institutos que llevan su nombre y que acercan el español y la culturas que en ese idioma se expresan a los naturales de sitios tan diversos como Japón y Argelia. No es casualidad que haya nombrado esos dos países, lo hago porque en ellos ha desempeñado y desempeña una muy meritoria labor en hacer conocer la lengua que nos une un paisano granadino, Antonio Gil de Carrasco, al que los alhameños recordamos por su intervención en un acto musical en nuestro pueblo, recitando algunos de sus poemas.

 En ser español no me cabe más mérito, igual que en el sexo, que el azar; pero sí que me enorgullezco de leer y escribir medianamente bien en la lengua, ahora si que caigo en el tópico, de Cervantes. Porque para ello si que he necesitado y necesito de un continuo esfuerzo y trabajo con el que rellanar las lagunas de conocimiento, que más que lagunas son la mar océana. La misma por la que nos traíamos el oro y los “productos ultramarinos” y llevábamos nuestra lengua española matizada por el acento andaluz, y alguna aportación del canario, que allí prosperó dando lugar a pronunciaciones distintas de una lengua común.

 Como en los cantes de ida y vuelta, también de allí llegaron palabras nuevas con las que designar los productos novedosos que de allí venían: Chocolate, cacao, tomate, tabaco, caimán, cacique, este último que maldita la falta que hacía en nuestras tierras.

 Como dijo Borges “Otros se enorgullecen de los libros que han escrito, yo de los que he leído”. De los que he leído y he podido hacerlo en español, en su lengua original o por los excelentes traductores españoles, de los que alguna vez habrá que hablar, y que son los que trasladan al román paladino lo que en otras lenguas tan meritorias como la nuestra se escribió.