La cultura como objeto decorativo

La otra mirada



Igual que los libros que ilustran esta mirada son decorativos, y así lo afirman quienes los ofrecen online, estamos asistiendo estos días a otra clase de ornamento cultural.


 Exactamente. Los másteres que algunos políticos añadían a su currículo por aquello de darle un toque de elegancia, distinción y clase. Entendámonos, el estudio, la lectura, la investigación, y cualquier otra forma de obtener saberes no sólo me parecen adecuados en los políticos, sino que los considero imprescindibles en cualquier profesional que se tome mínimamente en serio su quehacer y, por supuesto, en quienes deseen mejorar su vida a través de la cultura. No creo que los másteres sean inútiles; pero sí que me parece altamente irritante que se banalice la cultura, la enseñanza y la educación ofertando los títulos universitarios y los másteres igual que los libros decorativos, es decir a cambio de un estipendio, generalmente alto y sin importar demasiado el uso posterior del título obtenido.

 Y después son esos melones, precisamente, los que desde sus despachos oficiales ganados no tanto por el mérito como por la genética, y los contactos que lleva aparejada, los que nos sermonean a los demás con la necesidad del esfuerzo, del trabajo, la constancia y la laboriosidad para levantar el país, ese mismo país que ellos mismos han hundido con sus recortes económicos, sus latrocinios y toda suerte de enriquecimientos ilícitos e inmorales.

 Me importa un ardite que la señora Cifuentes tenga o no el máster de manera legal o ilegal, porque en este caso el haber mentido es algo tan absolutamente usual en casi todos los políticos que lo raro sería que hubiese dicho alguna verdad. Lo que se trasluce de este caso es lo fácil que resulta mejorar el currículo a quienes se lo pueden permitir, económicamente, claro. De todo esto resulta que estemos asistiendo a una insoportable banalización de la cultura, de las artes, de las ciencias, que cada vez cuentan con menos medios para la investigación y en general, de todo aquello que resulta imprescindible para la vida, para una vida digna de ese nombre, por supuesto. Para atiborrarse de alcohol, series de televisión y concursos aberrantes no se necesita el más mínimo esfuerzo, ni másteres tampoco. El problema es que a quienes deciden apostar por el estudio, el trabajo y el esfuerzo, especialmente si provienen de la clase trabajadora, la facilidad con la cual se otorgan los títulos y másteres a quien no los ha obtenido lícitamente, le supone un agravio comparativo y una evidente causa de desánimo para seguir esforzándose en proseguir con sus estudios; con unos estudios que tampoco les garantizan el acceso al puesto de trabajo para el cual se han preparado, las más de las veces.

 Urge dignificar la enseñanza dotándola de los recursos adecuados, por supuesto, pero también diciendo claramente a quien sea menester que “lo que no da la Naturaleza, Salamanca no lo presta”, es decir que no es suficiente con el título o máster obtenido a base de dinero si no se cuenta con la suficiente capacidad neuronal como para rentabilizar la ocupación de la silla de la facultad.

 Y, desgraciadamente da la sensación de que la práctica totalidad de los aspirantes, y el ocupante de la Moncloa, salvo honrosas excepciones, por mucho que hayan calentado sillas en facultades no dejan de ser tan incompetentes como antes de pasar por ellas. Y no es que lo diga yo, es que basta con seguir sus trayectorias políticas para darse cuenta de que o viven en un sitio distinto al que vivo yo o ellos ven algo que a mi me está esta negado. Podrían ser ellos los tontos o podría serlo yo, eso es algo en lo que no voy a entrar; pero lo que sí me resulta meridianamente claro es que hay más de un titulado al que el título le viene grande y no me refiero sólo a la señora Cifuentes. Si todos son tan listos, inteligentes y preparados como se presentan, es imposible que estemos en la situación en la que estamos, que es evidente que no es la que queremos, una situación de crisis absoluta de valores, de derechos, de ausencia de libertades, de proyectos de futuro creíbles y realistas capaces de devolvernos las ganas y las ilusiones por ir a votar y por implicarse en la vida pública.

 Sobran másteres y faltan ideas y soluciones. Creo.